Cinco minutos después, un hombre se descolgaba por la ventana del pajar del señor Alcalde; ventana que daba a un corralón y que no distaría cuatro varas del suelo.
En el corralón había un cobertizo sobre una gran pesebrera, a la cual hallábanse atadas seis ú ocho caballerías de diversa alcurnia, bien que todas ellas del sexo débil.—Los caballos, mulos y burros del sexo fuerte formaban rancho aparte en otro local contiguo.
El hombre desató una borrica, que por cierto estaba aparejada, y se encaminó, llevándola del diestro, hacia la puerta del corral; retiró la tranca y desechó el cerrojo que la aseguraban; abriola con mucho tiento, y se encontró en medio del campo.
Una vez allí, montó en la borrica, metiole los talones, y salió como una flecha con dirección a la Ciudad;—mas no por el carril ordinario, sino atravesando siembras y cañadas, como quien se precave contra algún mal encuentro.
Era el tío Lucas, que se dirigía a su molino.