XXIII. OTRA VEZ EL DESIERTO Y LAS CONSABIDAS VOCES

La única aventura que le ocurrió a la navarra en su viaje desde el molino al pueblo, fue asustarse un poco al notar que alguien echaba yescas en medio de un sembrado.

—¿Si será un esbirro del Corregidor? ¿Si irá a detenerme?—pensó la Molinera.

En esto se oyó un rebuzno hacia aquel mismo lado.

—¡Burros en el campo a estas horas! (siguió pensando la señá Frasquita.)—Pues lo que es por aquí no hay ninguna huerta ni cortijo....—¡Vive Dios que los duendes se están despachando esta noche a su gusto! Porque la borrica de mi marido no puede ser....—¿Qué haría mi Lucas, a media noche, parado fuera de camino?

—¡Nada! ¡nada! ¡Indudablemente es un espía!

La burra que montaba la señá Frasquita creyó oportuno rebuznar también en aquel instante.

—¡Calla, demonio!—le dijo la navarra, clavándole un alfiler de a ochavo en mitad de la cruz.

Y, temiendo algún encuentro que no le conviniese, sacó también su bestia fuera del camino y la hizo trotar por otros sembrados.

Sin más accidente, llegó a las puertas del Lugar, a tiempo que serían las once de la noche.

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