Año primera publicación: 1893
Edición: Manuel Fernandez y Lasanta, Madrid, 1893
Relato incluido en: "El señor y lo demás, son cuentos"
La humanidad de la tierra; se había cansadode dar vueltas mil y mil veces alrededor de lasmismas ideas, de las mismas costumbres, de losmismos dolores y de los mismos placeres. Has-ta se había cansado de dar vueltas alrededordel mismo sol. Este cansancio último lo habíadescubierto un poeta lírico del género de losdesesperados que, no sabiendo ya qué inventar,inventó eso: el cansancio del sol. El tal poeta era francés, como no podía menos, y decía en elprólogo de su libro, titulado Heliofobe: «C'estbte de tourner toujours comete c'à. A quoi boncette sotisse eternelle?... Le soleil, ce bourgeois,m'embète avec ses platitudes...», etc., etc.
El traductor español de este libro decía. « Esbestia esto de dar siempre vueltas así. ¿ A québueno esta tontería eterna? El sol, ese burgués,me embiste con sus platitudes enojosas. Él cree hacernos un gran favor quedándose ahí plantado, sirviendo de fogón en esta gran cocina eco-nómica que se llama el sistema planetario. Losplanetas son los pucheros puestos a la lumbre; y el himno de los astros, que Pitágoras creía oír,no es más que el grillo del hogar, el prosaicochisporroteo del carbón y el bullir del agua dela caldera... ¡Basta de olla podrida! Apaguemosel sol, aventemos las cenizas del hogar. El granhastío de la luz meridiana ha inspirado estepequeño libro. ¡ Que él es sincero! ¡ Que él es la expresión fiel de un orgullo noble que despre-cia favores que no ha solicitado, halagos de losrayos lumínicos que le parecen cadenas inso-portables».
» Él tendrá bello el sol obstinándose en serbenéfico; al fin es un tirano; la emancipación dela humanidad no será completa hasta el día quedesatemos este yugo y dejemos de ser satélitesde ese reyezuelo miserable del día, vanidoso yfanfarrón, que después de todo no es más queun esclavo que signé la carrera triunfal de unseñor invisible».
El prólogo seguía diciendo disparates que no hay tiempo para copiar aquí, y el traductor se-guía soltando galicismos.
Ello fue que el libro hizo furor, sobre todo enel África Central y en el Ecuador, donde todosaseguraban que el sol ya los tenía fritos.
Se vendieron 800 millones de ejemplaresfranceses y 300 ejemplares de la traducción es-pañola; verdad es que estos no en la Península,sino en América, donde continuaban los libre-ros haciendo su agosto sin necesidad de enten-derse con la antiquísima metrópoli.
Después del poeta vinieron los filósofos lospolíticos sosteniendo lo que ya se llamaba uni-versalmente la Heliofobia.
La ciencia discutió en Academias, Congresosy sección de variedades en los periódicos: 1.º, si la vida sería posible separando la Tierra del Sol ydejándola correr libre por el vacío hasta engan-charse con otro sistema; 2.º, si habría medio, dado lo mucho que las ciencias físicas habíanadelantado, de romper el vago de Febo y dejar-se caer en lo infinito.
Los sabios dijeron que sí y que no, y que qué
sabían ellos, respecto de ambas cuestiones.
Algunos especialistas prometieron romper la
fuerza centrípeta como quien corta un pelo;
pero pedían una subvención, y la mayor parte
de los Gobiernos seguían con el agua al cuello y
no estaban para subvencionar estas cosas. En
España, donde también había Gobierno y espe-
cialistas, se redujo a prisión a varios arbitristas
que ofrecieron romper toda relación solar en un
dos por tres.
Las oposiciones, que eran tantas como cabe-
zas de familia había en la nación, pusieron el
grito en el cielo: dijeron los Perezistas y los Al-
varezistas y los Gomezistas, etc., etc., que era
preciso derribar aquel Gobierno opresor de la ciencia, etc.
Los Obispos, contra los cuales hasta la fecha
no habían prevalecido las puertas del infierno,
ensalzaban a todos los sabios e ignorantes que
se declaraban heliófilos.
«Bueno estaba que se acabase el mundo; que
poco valía, pero debía acabarse como en el tex-
to sagrado se tenía dicho que había de acabar, y
no por enfriamiento, como sería seguro que
concluiría si en efecto nos alejábamos del sol...».
Una revista científica y retrógrada, que se
llamaba La Harmonía, recordaba a los heliófobos una porción de textos bíblicos, amenazándoles
con el fin del mundo.
Decía el articulista:
«¡Ah, miserables! Queréis que la Tierra se
separe del Sol, huya del día, para convertirse en
la estrella errática, a la cual está reservada eter-namente la obscuridad y las tinieblas, como
dice San Judas Apóstol en su Epístola Univer-
sal, v. 13. Queréis lo que ya está anunciado,
queréis la muerte; pero oid la palabra de ver-
dad:
«Y en aquellos días buscarán los hombres la
muerte, y no la hallarán; y desearán morir, y la
muerte huirá de ellos. (Apocalipsis, cap. IX, v.
6.) -Porque vuestro tormento es como tormento
de escorpión; vuestro mortal hastío, vuestro
odio de la luz, vuestro afán de tinieblas, vues-
tro cansancio de pensar y sentir, es tormento de
escorpión; y queréis la muerte por huir de las
langostas de cola metálica con aguijones y con cabe-
llo de mujer, por huir de las huestes de Abad-
dón. En vano, en vano buscáis la muerte del
mundo antes de que llegue su hora, y por otros
caminos de los que están anunciados. Vendrá la
muerte, sí, y bien pronto; se acabará el tiempo,
como está escrito; los cuatro ángeles vendrán
en su día para matar la tercera parte de los
hombres. Pero no habéis de ser vosotros, mor-
tales, quien dé las señales del exterminio. ¡Ah,
teméis al sol! Sí, teméis que de él descienda el
castigo; teméis que el sol sea la copa de fuego
que ha de derramar el ángel sobre la tierra; te-
méis quemaros con el calor, y morís blasfe-
mando y sin arrepentiros, como está anuncia-
do. (Apocalipsis, 16-9.) -En vano, en vano que-
réis huir del sol, porque está escrito que esta
miserable Babilonia será quemada con fuego.
(Ibid., 18-8.)».
Los sabios y los filósofos nada dijeron a La
Harmonía, que no leían siquiera. Los periódicos
satíricos con caricaturas fueron los que se en-
cargaron de contestar al periodista babilónico,
como le llamaron ellos, poniéndolo como ropa
de pascua, y en caricaturas de colores.
Un sabio muy acreditado, que acababa de
descubrir el bacillus del hambre, y libraba a la humanidad doliente con inoculaciones de caldo
gordo, sabio aclamado por el mundo entero, y que ya tenía en todos los continentes más estatuas que pelos en la cabeza, el Dr. Judas Adam-
bis, natural de Mozambique, emporio de las
ciencias a la sazón, Atenas moderna, Judas
Adambis tomó cartas en el asunto y escribió
una Epístola Universal, cuya primera edición
vendió por una porción de millones.
Un periódico popular de la época, conserva-
dor todavía, daba cuenta de la carta del doctor
Adambis, copiando los párrafos culminantes.
El periódico, que era español, decía: «Senti-
mos no poder publicar íntegra esta interesantí-
sima epístola, que esta, llamando la atención de
todo el mundo civilizado, desde la Patagonia a
la Mancha, y desde el helado hasta el ardiente
polo; pero no podemos concederle más espacio,
porque hoy es día de toros y de lotería, y no
hemos de prescindir ni de la lista grande, ni de
la corrida, la cual no pasó de mediana, entre
paréntesis. Dice así el Dr. Judas Adambis:
«...Yo creo que la humanidad de la tierra
debe, en efecto, romper las cadenas que la suje-
tan a este sistema planetario, miserable y mez-
quino para los vuelos de la ambición del hom-
bre. La solución que el poeta francés nos pro-
puso es magnífica, sublime... pero no es más
que poesía. Hablemos claro, señores. ¿Qué es lo
que se desea? Romper un yugo ominoso, como
dicen los políticos avanzados de la cáscara
amarga. ¿Es que no puede llamarse la tierra
libre e independiente, mientras viva sujeta a la
cadena impalpable que la ata al sol y la luna dé
vueltas alrededor del astro tiránico, como el
mono que, montado en un perro y con el cordel
al cuello, describe circunferencias alrededor de
su dueño haraposo? ¡Ah, no, señores! No es
esto. Aquí hay algo más que esto. No negaré Yo
que esta dependencia del sol nos humilla; sí,
nuestro orgullo padece con semejante sujeción.
Pero eso es lo de menos. Lo que quiere la
humanidad es algo más que librarse del sol... es
librarse de la vida.
»Lo que causa hastío insoportable a la
humanidad no es tanto que el sol esté plantado
en medio del corro, haciéndonos dar vueltas a
la pista con sus latigazos de fuego, que una
antigüedad remota llamó las flechas de Apolo,
como las vueltas mismas; esto, esto es lo tedio-
so: este volteo por lo infinito. Hubo un tiempo,
los sabios pueden decirlo, feliz para el mundo:
fue el tiempo en que se creyó en el progreso
indefinido.
»La ignorancia de tales épocas hacía creer a
los pensadores que los adelantos que podían
notar en la vida humana, refiriéndose a los ci-
clos históricos a que su escasa ciencia les permi-
tía remontarse, eran buena prueba de que el
progreso era constante. Hoy nuestro conoci-
miento de la historia del planeta no nos con-
siente formarnos semejantes ilusiones; los cien-
tos de siglos que antiguamente se atribuían a la
vida humana como hipótesis atrevida, hoy son
perfectamente conocidos, con todos los porme-
nores de su historia; hoy sabemos que el hombre vuelve siempre a las andadas, que nuestra
descendencia está condenada a ser salvaje, y
sus descendientes remotos a ser, como noso-
tros, hombres aburridos de puro civilizados.
Este es el volteo insoportable, aquí está la bro-
ma pesada, lo que nos iguala al mísero histrión
del circo ecuestre... No se trata de una de tantas
filosofías pesimistas, charlatanas y cobardes que
han apestado al mundo. No se trata de una
teoría, se trata de un hecho viril: del suicidio
universal. La ciencia y las relaciones interna-
cionales permiten hoy llevar a cabo tal intento.
El que suscribe sabe cómo puede realizarse el
suicidio de todos los habitantes del globo en un
mismo segundo. ¿Lo acepta la humanidad?».