- III -

Visto el sentido del proemio, hay que seguir el Tratado, y por mejor mostrarlo, es menester dividirlo en sus partes principales, que son tres: en la primera de las cuales se trata de la nobleza, según las opiniones ajenas; en la segunda se trata de ella según la verdadera opinión; en la tercera se dirige el discurso a la canción para adornar un poco lo ya dicho. La segunda parte comienza: Digo que la virtud principalmente. La tercera comienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerre Y después de estas partes generales, es menester hacer otras divisiones para comprender bien el sentido que se ha de mostrar.

Y así nadie se maraville de que se proceda con tantas divisiones, puesto que obra muy grande y elevada es la que tenemos entre manos, y pocas veces intentada por los autores, y así es menester que el Tratado, en el cual entro ahora, sea largo y sutil para desintrincar el texto perfectamente, según el sentido que lleva consigo.

Digo, pues, que ahora esta primera parte se divide en dos, en la primera de las cuales se exponen las opiniones ajenas; en la segunda se rechazan aquéllas; y comienza esta segunda parte: Quien define: El hombre es un leño con alma.

Además, lo que queda de la primera parte tiene dos miembros: el primero es la definición de la opinión del emperador; el segundo es la variación de la opinión de la gente vulgar que esta desnuda de toda razón; y comienza este segundo miembro: Y hubo otro de saber aún más liviano. Digo, pues: Uno imperó, es decir, ejerció el mando imperial. Donde se ha de saber que Federico de Suabia, último emperador de los romanos -último digo con relación al tiempo presente, no obstante Rodolfo, Adolfo y Alberto hayan sido elegidos después de su muerte y de la de sus descendientes-, preguntado qué era nobleza, respondió que «antigua riqueza y buenos hábitos». Y digo que hubo otro de saber aún más liviano, que, reflexionando y retocando esta definición en todas sus partes, borró la última partícula, es decir, «los buenos hábitos», y se atuvo a la primera; conforme a lo que parece poner en duda el texto, tal vez por no tener los buenos hábitos, no queriendo perder el nombre de nobleza, la definió según para él hacía, es decir, posesión de antigua riqueza. Y digo que esta opinión es la de casi todos, al decir que detrás de éste van todos aquellos que consideran noble al que es de progenie que de antiguo ha gozado de riqueza, como quiera que casi todos ladran así.

Estas dos opiniones -aunque una de ellas, como se ha dicho, no sea de tener en cuenta- parecen tener en su abono dos razones de mucho peso. La primera es que dice el filósofo «que lo que opinan los más es imposible que sea del todo falso»; la segunda es la excelentísima autoridad de la Majestad Imperial. Y porque se vea mejor la virtud de la verdad, que a toda autoridad convence, es mi intención explicar cuán poderosa ayuda son una y otra de estas razones. Y, primeramente, no se puede saber nada de la Imperial autoridad si no se encuentran sus raíces. De ellas es mi intención hablar en capítulo especial.

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