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Como más arriba se demuestra en el tercer capítulo de este Tratado, esta canción tiene tres partes principalmente. Por lo que, argumentadas dos, la primera de las cuales comienza en el capítulo susodicho y la segunda en el decimosexto -de modo que la primera en trece y la segunda en catorce se ha expuesto, sin el proemio del Tratado de la canción, que comprende dos capítulos-, en este trigésimo y último capítulo hemos de argumentar brevemente la tercera parte principal, la cual, a modo de tornada de esta canción, se hizo para su ornamento, y comienza: Irás, oh mi canción, contra el que yerra.

Y aquí se ha de saber principalmente que todo buen fabricante, al terminar su trabajo, debe ennoblecerlo y hermosearlo en cuanto le sea posible, a fin de que se separe de él más célebre y precioso. Y tal me propongo hacer en esta parte, no como buen fabricante, sino como imitador suyo. Digo, pues: Irás, oh mi canción, contra el que yerra, etc. Este contra el que yerra es toda una parte y es el nombre de esta canción, tomado del buen Fray Tomás de Aquino, que a un libro suyo, que hizo para confusión de todos los que se apartan de nuestra fe, púsole por nombre Contra gentiles.

Digo, pues, que irás como si dijera: «Tú ya eres perfecta, y tiempo es ya de que no te estés quieta, de que andes, porque grande es tu empresa». Y cuando llegues al lugar donde esté Nuestra Señora, dile tu menester. Pues se ha de notar que, como dice Nuestro Señor, no se deben echar las margaritas a los puercos; porque a ellos no les aprovecha y a las margaritas les daña; y como dice el poeta Esopo en la primera fábula, más le aprovecha al gallo un granito de trigo que una margarita; y por eso deja ésta y coge aquél. Y considerando esto, con cautela digo y ordeno a la canción que descubra su menester allí donde se encuentre esta dama, es decir, la Filosofía. Encontrará a esta dama nobilísima cuando encuentre la cámara, es decir, el alma en que se alberga. Y la filosofía no sólo se alberga en los sabios, sino también, como se ha demostrado más arriba en otro Tratado, está por doquier vive el amor de ella. Y a estos tales les digo que manifiesten su menester, porque a ellos les será útil su sentido, y ellos lo recogerán.

Y le digo: dile a esa dama: Yo voy hablando así de vuestra amiga. Ahora bien; su amiga es nobleza; que tanto se aman una a otra, que la Nobleza siempre la llama, y la filosofía no vuelve su dulcísima mirada a otra parte. ¡Oh, cuán bello ornamento es éste que al final de esta canción se le ofrece con llamarla amiga de aquella cuya mansión propia está en lo más secreto de la divina mente!

Fin

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