VIII

Venecia, 23 de mayo.

¡Qué dolor tan punzante en el corazón! ¡Qué nieblas en el alma! ¡Qué dejo de ambrosía y de veneno en los labios! La he visto; le he hablado; he oprimido sus manos entre las mías; su acento melodioso y blando ha penetrado en todo mi ser y lo ha enfermado. Me siento fatigado y doliente como después de un sacudimiento eléctrico.

No sé que hacer.

No puedo ni pensar. Soy todo sentimiento físico; circula por mis venas un fluido extraño que me postra y me agita al mismo tiempo.

Pero, ¿quién es esta mujer? Y ¿qué encanto tienen sus ojos, sus palabras, su sonrisa?

No sé; pero nunca he podido concebir cosa semejante. ¿Es una maga realmente?, o ¿soy yo, con mis prevenciones apasionadas, con mi espíritu enfermo, con mi soledad de tantos años, quien ha forjado esta influencia satánica o celeste que así me trastorna?

No sé; no quiero averiguarlo. Estoy medio loco y necesito embriagarme y dormir, olvidarme, reparar en un reposo absoluto mis fuerzas extinguidas…

Un vino espeso y generoso, y un sueño pesado me harán bien.

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