XI

Venecia, 27 de mayo.

Acabo de llegar de su casa. Estaba concurrida como la última noche. Había varios jóvenes, entre ellos un poeta que recitó bellísimos versos que ella aplaudió bastante.

Estuvo alegre, decidora, dulcemente irónica y hasta burlona. Hizo mil distinciones al banquero, que se manifestó muy sensible, y cuyas esperanzas tuvieron una alza que él se encargó de hacer perceptible a todos.

Yo me encontraba hablando con la señora.

Al despedirnos, más temprano que de costumbre y dejando allí al banquero y a los demás, ella me dio la mano fríamente. No era aprehensión mía su apretón de las noches anteriores, porque hoy, disgustada conmigo, me dio la mano con flojedad y la retiró con rapidez.

Decididamente salgo de Venecia porque no me siento con fuerza para esta nueva lucha.

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