XIII

Sobre mi cabeza se extendía el cielo, y el cielo es siempre libre, está siempre abierto a los vientos y a las nubes errantes. Mis pies pisaban el camino, y el camino es siempre libre: está hecho para que se marche por él, para que se avance en todas direcciones, dejando unas cosas atrás y adelantándose hacia otras. Por eso, el camino es el amor de todo hombre libre. ¿Quién no le abraza al verle, y no derrama lágrimas al dejarlo? Cuando eché a andar por el camino creí que se había realizado un milagro. El profesor Pascale había echado a andar también; y también el otro, el muchacho, posaba en el camino sus jóvenes plantas, presuroso, agitado. A los pocos pasos, corría.

—¿Adonde corres?

Pero el profesor Pascale me dijo con severidad:

—No le hagas preguntas; haciéndole preguntan le obligarás a detenerse, como si le tirases piedras. Es joven, Jerónimo, y nosotros ya somos viejos.

Y empezó a llorar.

De pronto, el trombolista sordo reanudó su música endiablada.

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