XVII

...La procesión que vi pasar desde mi escondite era un espectáculo extraordinario y terrorífico. Los que iban en ella llevaban las esculturas de sus santos; pero no sabían si levantarlas más aún o tirarlas al suelo, romperlas y pisotear los pedazos. Mientras unos todavía rezaban, otros proferían ya maldiciones. No obstante, unos y otros seguían marchando juntos, como hijos que eran todos de ese padre y de esa madre que se llaman el Horror y la Muerte. Caminaban transponiendo a saltos las resquebrajaduras del suelo, y a veces se caían. Las imágenes tambaleábanse como los borrachos.

Dies iræ... Unos cantaban, otros lloraban, no faltaban quienes reían. Los había que lanzaban alaridos y parecían locos. Corrían agitando los brazos. Entre ellos se veían algunos frailes. ¿De qué huían? Tras ellos el camino estaba desierto. No había sino ruinas que se calentaban al sol. El fuego, cansado, se iba escondiendo bajo tierra.

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