XXII

No sé por qué a mis piernas les gusta tanto andar. Aman todos sus pasos, y les van diciendo tristemente adiós, como si les doliese separarse de ellos y quisieran volver atrás para recogerlos. Son tan insaciables, que el más largo camino les parece corto, y angosto el más ancho. Sienten no poder andar al mismo tiempo hacia delante y hacia atrás hacia la derecha y hacia la izquierda. Si se les concediese plena libertad, cubrirían toda la tierra con sus huellas, sin olvidar un solo palmo de su superficie, y aun buscarían otros sitios por donde andar.

No había llegado todavía a percatarme de una cosa: de que mis ojos no sólo miraban, sino que respiraban.

A lo lejos se veía el mar.

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