El moro se torna a Molina, presintiendo la desgracia de las hijas del Cid Los viajeros entran en el reino de Castilla Duermen en el robledo de Corpes
A la mañana quédanse solos los infantes con sus mujeres y se preparan a maltratarlas.
Ruegos inútiles de doña Sol
Crueldad de los infantes
“Decidme: ¿qué os he hecho, infantes de Carrión?
Yo sin malicia os sirvo, vos tramáis mi perdición.
De vosotros me separo, gente mala y de traición.
Con vuestro permiso marcho, doña Elvira y doña Sol, poco me importa la fama de infantes de Carrión.
Quiera Dios, y así lo mande, Él que de todo es Señor, que de estas bodas resulte contento el Campeador.”
Esto les ha dicho el moro y para atrás se tornó.
Iban jugando las armas cuando pasan el Jalón,
como hombre de buen seso a Molina se volvió.
Ya se marchan de Ansarera los infantes de Carrión, de día y de noche andan, no se dan descanso, no, dejan a la izquierda Atienza, un fortísimo peñón, ya la gran sierra de Miedes detrás de ellos se quedó y por esos montes Claros cabalgan más y mejor.
A un lado dejan a Griza, la que Álamos pobló,
y las cuevas donde a Elfa este Álamos encerró.
San Esteban de Gormaz allá a la diestra se vio.
En el robledal de Corpes entraron los de Carrión, las ramas tocan las nubes, muy altos los montes son y muchas bestias feroces rondaban alrededor.
Con una fuente se encuentran y un pradillo de verdor.
Mandaron plantar las tiendas los infantes de Carrión y esa noche en aquel sitio todo el mundo descansó.
Con sus mujeres en brazos señas les dieron de amor.
¡Pero qué mal se lo cumplen en cuanto que sale el sol!
Mandan cargar las acémilas con su rica cargazón, mandan plegar esa tienda que anoche los albergó.
Sigan todos adelante, que luego irán ellos dos: esto es lo que mandaron los infantes de Carrión.
No se quede nadie atrás, sea mujer o varón,
menos las esposas de ellos, doña Elvira y doña Sol, porque quieren solazarse con ellas a su sabor.
Quédanse solos los cuatro, todo el mundo se marchó.
Tanta maldad meditaron los infantes de Carrión.
“Escuchadnos bien, esposas, doña Elvira y doña Sol: vais a ser escarnecidas en estos montes las dos, nos marcharemos dejándoos aquí a vosotras, y no tendréis parte en nuestras tierras del condado de Carrión.
Luego con estas noticias irán al Campeador
y quedaremos vengados por aquello del león.”
Allí los mantos y pieles les quitaron a las dos, sólo camisa y brial sobre el cuerpo les quedó.
Espuelas llevan calzadas los traidores de Carrión, cogen en las manos cinchas que fuertes y duras son.
Cuando esto vieron las damas así hablaba doña Sol:
“Vos, don Diego y don Fernando, os lo rogamos por Dios, sendas espadas tenéis de buen filo tajador, de nombre las dos espadas, Colada y Tizona, son.
Cortadnos ya las cabezas, seamos mártires las dos, así moros y cristianos siempre hablarán de esta acción, que esto que hacéis con nosotras no lo merecemos, no.
No hagáis esta mala hazaña, por Cristo nuestro Señor, si nos ultrajáis caerá la vergüenza sobre vos, y en juicio o en corte han de pediros la razón.”
Las damas mucho rogaron, mas de nada les sirvió; empezaron a azotarlas los infantes de Carrión, con las cinchas corredizas les pegan sin compasión, hiérenlas con las espuelas donde sientan mas dolor, y les rasgan las camisas y las carnes a las dos, sobre las telas de seda limpia la sangre asomó.
Las hijas del Cid lo sienten en lo hondo del corazón.
¡Oh, qué ventura tan grande si quisiera el Creador que asomase por allí Mío Cid Campeador!
Desfallecidas se quedan, tan fuertes los golpes son, los briales y camisas mucha sangre los cubrió.
Bien se hartaron de pegar los infantes de Carrión, esforzándose por ver quién les pegaba mejor.
Ya no podían hablar doña Elvira y doña Sol.