Los de Carrión ruegan en vano al rey que desista de la corte Reúnese la corte
El Cid llega el postrero
El rey sale a su encuentro
Muy pesarosos están los infantes de Carrión
por las cortes que en Toledo don Alfonso convocó; tienen miedo de que vaya Mío Cid Campeador.
Con sus parientes hablaron, y al rey rogaron los dos que les dispense el deber de ir a aquella reunión.
Dijo el rey: “No le he de hacer, por gracia del Creador, porque a esas cortes vendrá Mío Cid Campeador, reparación le debéis, que agravio tiene de vos.
Quien no obedezca y no vaya a las cortes mando yo que se salga de mis reinos y que pierda mi favor”.
Ya ven que tienen que hacerlo los infantes de Carrión.
Entonces con sus parientes celebraron reunión
y aquel conde García en esa junta se halló:
es enemigo del Cid, siempre daño le buscó,
éste es el que a los infantes de Carrión aconsejó.
Ya iban todos a la corte, porque el plazo se cumplió: Don Alfonso el Castellano de los primeros llegó, el buen conde don Enrique, el buen conde don Ramón -este conde padre fue de aquel buen emperador-, después el conde don Froila y el buen conde don Birbón.
De todos aquellos reinos fue mucho sabio varón, de las tierras de Castilla se encuentra allí lo mejor.
Allí está el conde García, al cual Crespo de Grañón llaman todos, Álvar Díaz, ese que en Oca mandó, Azur González, Gonzalo Ansúrez el de León, y Pero Ansúrez, parientes todos de los de Carrión.
Diego y Fernando en Toledo estaban también los dos con un gran bando de gente que allí les acompañó; maltratar a Mío Cid era su mala intención.
De todas partes del reino mucha gente se juntó, pero aún no había llegado el que en buenhora nació y aquella tardanza al rey le tiene de mal humor.
Al quinto día por fin a la corte el Cid llegó; a Álvar Fáñez de Minaya adelantarse mandó para que bese las manos en su nombre a su señor y le diga que esa noche llegará el Campeador.
Cuando lo oye don Alfonso se alegra de corazón, con un buen golpe de gente el monarca cabalgó y ha salido a recibir al que en buenhora nació.
Los atavíos del Cid y los suyos ricos son
y el séquito que traía es digno de tal señor.
En cuanto divisa al rey de Castilla y de León
de su caballo se apea Mío Cid Campeador,
ante el rey quiere humillarse y honrarle como señor.
Don Alfonso, que lo ve, en seguida le atajó:
“Mío Cid, por San Isidro, no me hagáis humillación, montad a caballo, Cid, me disgustaréis si no.
Hoy tenemos que besarnos con alma y con corazón, que de eso que a vos os duele yo también tengo dolor.
¡Que os den honra las cortes, ojalá lo quiera Dios!”
“Amén”, dijo Mío Cid, ese buen Campeador; y al rey primero en la mano, luego en la boca besó.
“¡Alabado sea el cielo, porque os veo, señor!
Ante vos me humillo, rey, ante el conde don Ramón, ante el conde don Enrique y caballeros de pro.
Dios guarde a nuestros amigos y más que a ninguno a vos.
Mi mujer doña Jimena -que es dama de condición-os ruega, igual que mis hijas, doña Elvira y doña Sol, que os doláis con nosotros de aquella afrenta, señor”.
Dijo el rey: “Mucho me pesa, eso bien lo sabe Dios”.