Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas.
El Cid espera llegar a casarlas honradamente.
“¡Merced os pido, buen Cid, noble barba tan crecida!
Aquí ante vos me tenéis, Mío Cid, y a vuestras hijas, de muy poca edad las dos y todavía tan niñas.
Conmigo vienen también las damas que nos servían.
Bien veo, Campeador, que preparáis vuestra ida; tenemos que separarnos estando los dos en vida.
¡Decidnos lo que hay que hacer, oh Cid, por Santa María!”
Las dos manos inclinó el de la barba crecida,
a sus dos niñitas coge, en sus brazos las subía, al corazón se las llega, de tanto que las quería.
Llanto le asoma a los ojos y muy fuerte que suspira.
“Es verdad, doña Jimena, esposa honrada y bendita, tanto cariño os tengo como tengo al alma mía.
Tenemos que separarnos, ya los veis, los dos en vida; a vos os toca quedaros, a mi me toca la ida.
¡Quiera Dios y con Él quiera la Santa Virgen María que con estas manos pueda aún casar nuestras hijas y que me puede ventura y algunos días de vida para poderos servir, mujer honrada y bendita!”