«¡Oh sultán, jefe de los efrits! Esta mula que ves aquí era mi esposa. Una vez salí de viaje y estuve ausente todo un año. Terminados mis negocios, volví de noche, y al entrar en el cuarto de mi mujer, la encontré acostada sobre los tapices de la cama con un esclavo negro. Estaban conversando, y se besaban, haciéndose zalamerías, riendo y excitándose con juegos. Al verme ella, se levantó súbitamente y se abalanzó á mí con una vasija de agua en la mano; murmuró algunas palabras luego, y me dijo arrojándome el agua: «¡Sal de tu propia forma y reviste la de un perro!» Inmediatamente me convertí en perro, y mi esposa me echó de casa. Anduve vagando, hasta llegar á una carnicería, donde me puse á roer huesos. Al verme el carnicero, me cogió y me llevó con él.
Apenas penetramos en el cuarto de su hija, ésta se cubrió con el velo y recriminó á su padre: «¿Te parece bien lo que has hecho? Traes á un hombre y lo entras en mi habitación.» Y repuso el padre: «¿Pero dónde está ese hombre?» Ella contestó: «Ese perro es un hombre. Lo ha encantado una mujer; pero yo soy capaz de desencantarlo.» Y su padre le dijo: «¡Por Alah sobre ti! Devuélvele su forma, hija mía.» Ella cogió una vasija con agua, y después de murmurar un conjuro, me echó unas gotas y dijo: «¡Sal de esa forma y recobra la primitiva!» Entonces volví á mi forma humana, besé la mano de la joven, y le dije: «Quisiera que encantases á mi mujer, como ella me encantó.» Me dió entonces un frasco con agua, y me dijo: «Si encuentras dormida á tu mujer rocíala con esta agua y se convertirá en lo que quieras.» Efectivamente, la encontré dormida, le eché el agua, y dije: «¡Sal de esa forma y toma la de una mula!» Y al instante se transformó en una mula, y es la misma que aquí ves, sultán de reyes de los efrits.»
El efrit se volvió entonces hacia la mula, y le dijo: «¿Es verdad todo eso?» Y la mula movió la cabeza como afirmando: «Sí, sí; todo es verdad.»
Esta historia consiguió satisfacer al efrit, que, lleno de emoción y placer, hizo gracia al anciano del último tercio de la sangre.
En aquel momento Schahrazada vió aparecer la mañana, y discretamente dejó de hablar, sin aprovecharse más del permiso. Entonces su hermana Doniazada dijo: «¡Ah, hermana mía! ¡Cuán dulces, cuán amables y cuán deliciosas son en su frescura tus palabras!» Y Schahrazada contestó: «Nada es eso comparado con lo que te contaré la noche próxima, si vivo aún y el rey quiere conservarme.» Y el rey se dijo: «¡Por Alah! No la mataré hasta que le haya oído la continuación de su relato, que es asombroso.»
Después el rey y Schahrazada pasaron enlazados la noche hasta por la mañana. Entonces el rey marchó á la sala de justicia. Entraron el visir y los oficiales y se llenó el diván de gente. Y el rey juzgó, nombró, destituyó, despachó sus asuntos y dió órdenes hasta el fin del día. Luego se levantó el diván y el rey volvió á palacio.
PERO CUANDO LLEGÓ
LA 3.ª NOCHE
Doniazada dijo: «Hermana mía, te suplico que termines tu relato.» Y Schahrazada contestó: «Con toda la generosidad y simpatía de mi corazón.» Y prosiguió después:
He llegado á saber, ¡oh rey afortunado! que cuando el tercer jeque contó al efrit el más asombroso de los tres cuentos, el efrit se maravilló mucho, y emocionado y placentero, dijo: «Concedo el resto de la sangre por que había de redimirse el crimen, y dejo en libertad al mercader.»
Entonces el mercader, contentísimo, salió al encuentro de los jeques y les dió miles de gracias. Ellos, á su vez, le felicitaron por el indulto.
Y cada cual regresó á su país.
«Pero—añadió Schahrazada—es más asombrosa la historia del pescador.»
Y el rey dijo á Schahrazada: «¿Qué historia del pescador es ésa?»
Y Schahrazada dijo: