Parte 2 Segundo acto

 

(Llega SÓCRATES.)

SÓCRATES. ¡Tú!, ¿qué haces? ¿No estás pensando?

ESTREPSÍADES. Sí, por Posidón.

SÓCRATES. Y, ¿qué has pensado?

ESTREPSÍADES. Si en manos de las chinches quedará algo de mí.

SÓCRATES. ¡Que te parta un rayo! 

(Vuelve a entrar en su casa.)

ESTREPSÍADES. Partido estoy ya, hombre.

CORIFEO. No flaquees; ahora tienes que cubrirte, pues has de discurrir un pensamiento estafador, un subterfugio.

ESTREPSÍADES. ¡Pobre de mí!, ¿quién podría echarme encima, en vez de pieles de cordero… una idea estafadora?

SÓCRATES. (Saliendo de su casa.)

 Hale, en primer lugar voy a ver qué hace éste. Oye, ¿estás durmiendo?

ESTREPSÍADES. No, por Apolo,no, no.

SÓCRATES. ¿Tienes ya algo?

ESTREPSÍADES. Por Zeus, no tengo nada.

SÓCRATES. ¿Nada en absoluto?

ESTREPSÍADES. Nada, a no ser el cipote en mi mano derecha.

SÓCRATES. ¿Novas a cubrirte la cabeza y a pensar algo a toda prisa?

ESTREPSÍADES. ¿Sobre qué? Dímelo tú, Sócrates.

SÓCRATES. Di tú mismo lo que quieres discurrir en primer lugar.

ESTREPSÍADES. Has oído ya mil veces lo que yo quiero. Lo de los intereses, para no pagárselos a nadie.

SÓCRATES. Bien, pues cúbrete, desmenuza tu pensamiento, y dale vueltas al asunto cosa por cosa, analizando e investigando correctamente.

ESTREPSÍADES. ¡Ay,pobre de mí!

SÓCRATES. Estáte quieto; y si con alguno de los pensamientos no sabes seguir adelante, déjalo márchate, después dale vuelta otra vez con tu cabeza y sopésalo.

ESTREPSÍADES. (Sale de la cama después de un momento.) 

¡Queridísimo Socratillo!

SÓCRATES. ¿Qué hay, viejo?

ESTREPSÍADES. Tengo una idea estafadora de los intereses.

SÓCRATES. Explícala.

ESTREPSÍADES. Pues, dime…

SÓCRATES. ¿Qué?

ESTREPSÍADES. Si yo comprara una hechicera tesalia y bajara de noche la luna, la encerrara en una caja redonda, como se guarda un espejo, y la vigilara estrechamente…

SÓCRATES. Y,¿qué provecho ibas a sacar tú de eso?

ESTREPSÍADES. ¿Que cuál? Si la luna ya no saliera nunca mas en ninguna parte, yo no tendría que pagar los intereses.

SÓCRATES. ¿Por qué motivo?

ESTREPSÍADES. Porque el dinero se presta a interés mensual.

SOCRATES. Muy bien. Ahora te voy a proponer otro asunto de astucia. Si se dictara contra ti una sentencia de cinco talentos, dime cómo podrías invalidarla.

ESTREPSÍADES. (Pensando.) 

¿Cómo?, ¿cómo? No sé. Hay que estudiarlo.

SÓCRATES. No hagas girar siempre tu pensamiento alrededor de ti mismo; más bien deja que vuelen por el aire tus ideas, como un abejorro atado por la pata con un cordel .

ESTREPSÍADES. Ya he encontrado un medio astutísimo de invalidar la sentencia, tanto que tú vas a estar de acuerdo conmigo.

SÓCRATES. ¿Cuál es?

ESTREPSÍADES. ¿Tú, desde luego, has visto en las droguerías la piedra esa que es muy bonita y transparente, con la que se enciende el fuego?

SÓCRATES. ¿Te refieres al cristal?

ESTREPSÍADES. Exactamente. A ver, ¿qué tal si yo cogiera una y cuando el secretario hiciera inscribir mi sentencia en la tablilla, yo, poniéndome un poco lejos, así, por el lado que diera el sol, hiciera que se fundieran las palabras de mi sentencia?

SÓCRATES. Astuto, sí, ¡por las Gracias!

ESTREPSÍADES. ¡Ajajá! ¡Qué contento estoy de haber conseguido borrar una sentencia de cinco talentos!

SÓCRATES. Hala, a ver si pillas esto deprisa.

ESTREPSÍADES. ¿El qué?

SÓCRATES. Cómo rebatirías una acusación en contra tuya si estuvieras a punto de perder el pleito y no tuvieras testigos.

ESTREPSÍADES. Elemental y facilísimo.

SÓCRATES. Pues dilo.

ESTREPSÍADES. Ahí va: si yo, mientras aún estuviera en trámite otro pleito, antes de que citaran el mío, fuera corriendo y me ahorcara.

SÓCRATES. ¡Qué tonterías dices!

ESTREPSÍADES. Nada de eso, ¡por los dioses!, pues nadie me llevará a juicio si estoy muerto.

SÓCRATES. Estás desbarrando. Lárgate. Ya no te voy a enseñar más.

ESTREPSÍADES. ¿Por qué? Sí, Sócrates, ¡por los dioses!

SÓCRATES. ¡Pero si se te olvida al momento cualquier cosa que aprendes! A ver, ¿qué fue lo primero que te enseñaron ahora mismo? ¡Habla!

ESTREPSÍADES. A ver, a ver, ¿qué era lo primero, qué era lo primero? ¿Qué pieza era aquella en la que se amasa la harina? Pobre de mí, ¿cuál era?

SOCRATES. Vete a freír espárragos, muérete, viejo torpe que te olvidas de todo.

ESTREPSÍADES. ¡Ay, ay! ¿Qué va a ser de mí, desgraciado? Porque será mi perdición si no aprendo a manejar la lengua. Vosotras, Nubes, aconsejadme algo bueno.

CORIFEO. Nosotras, anciano, te aconsejamos que si tienes un hijo ya crecidito, lo envíes para que aprenda en tu lugar.

ESTREPSÍADES. Yo sí que tengo un hijo que es un perfecto caballero, pero, como no quiere venir a aprender, ¿qué voy a hacer yo?

CORIFEO. ¿Y tú lo consientes?

ESTREPSÍADES. Claro, porque es fuerte robusto, procede de una estirpe de mujeres de altos vuelos, la familia de Cesira. Pero voy a ir a buscarlo y, si se niega, de todas todas lo echaré de mi casa. (A SOCRATES.)

Entra y espérame un poco.

CORO. (Mientras ESTREPSÍADES entra en su casa)

¿Te das cuenta de que sólo por nosotras, las únicas

de todos los dioses, obtendrás en seguida

muchos beneficios? Pues éste está dispuesto

a hacer todo lo que le ordenes.

(A SÓCRATES, al tiempo que éste entra en el caviladero.)

Y tú, sabiendo que el hombre está majareta

y se encuentra muy exaltado,

chuparás todo lo más que puedas

en seguida; pues las cosas de este estilo suelen tener

resultados distintos de los esperados.

(Salen de su casa ESTREPSÍADES FIDÍPIDES.)

ESTREPSÍADES. ¡Por Niebla!, no te quedarás más tiempo aquí. Ve y cómete las columnas de Megacles

FIDÍPIDES. Padre, ¿qué te pasa, hombre? Tú no estás en tus cabales, ¡por Zeus Olímpico!

ESTREPSÍADES. ¿Ves, ves?, ¡Zeus Olímpico! ¡Qué necedad! ¡Creer en Zeus, a tu edad!

FIDÍPIDES. ¿Y por qué te ríes así, a ver?

ESTREPSÍADES. Porque me doy cuenta de que eres un crío y de que tus ideas son anticuadas. Sin embargo, acércate, para que amplíes tus conocimientos, pues voy a decirte una cosa que, cuando la hayas aprendido, serás todo un hombre. ¡Pero no se lo digas a nadie!

FIDÍPIDES. (Se acerca a su padre.) 

Ya estoy aquí. ¿De qué se trata?

ESTREPSÍADES. Has jurado hace un momento por Zeus.

FIDÍPIDES. Sí.

ESTREPSÍADES. ¿Pues ves qué bueno es aprender? No existe Zeus, Fidípides.

FIDÍPIDES. Entonces, ¿quién hay?

ESTREPSÍADES. Gobierna Torbellino, que ha expulsado a Zeus.

FIDÍPIDES. Pero, bueno, ¿qué tonterías dices?

ESTREPSÍADES. Que te conste que es así.

FIDÍPIDES. ¿Quién lo dice?

ESTREPSÍADES. Sócrates el Melio, y Querefonte, que conoce bien las pisadas  de las pulgas.

FIDÍPIDES. ¿Y tú estás ya tan chalado que haces caso a unos hombres biliosos? .

ESTREPSÍADES. Calla la boca, y no calumnies a unos hombres ingeniosos y sensatos. Por ahorrar, ninguno de ellos se corta nunca el pelo, ni se unge el cuerpo, ni va a los baños a lavarse  Tú, en cambio, despilfarras mi hacienda en baños como si yo estuviera muerto. Anda, ve a toda prisa y aprende tú en mi lugar.

FIDÍPIDES. Pero, ¿qué de bueno se puede aprender de esos hombres?

ESTREPSÍADES. ¿En serio? Todo lo que en la humanidad hay de sabiduría. Además, te darás cuenta de qué ignorante y lerdo eres. Hala, espérame aquí un poco.

(Entra en su casa.)

FIDÍPIDES. ¡Pobre de mí!, ¿qué voy a hacer, si mi padre está loco? ¿Lo haré comparecer ante el tribunal para que lo declaren incapaz, o comunicaré su demencia a los fabricantes de ataúdes?

(Sale ESTREPSÍADES de su casa con un esclavo que trae un gallo y una gallina.)

ESTREPSÍADES. A ver: tú, ¿cómo sueles llamar a éste? Di.

FIDÍPIDES. Ave.

ESTREPSÍADES. Bien; ¿y a ésta, cómo?

FIDÍPIDES. Ave.

ESTREPSÍADES. ¿A los dos lo mismo? Haces el ridículo. No les llames más de esa manera, sino que tienes que llamar a ésta, «ava», y a este otro, «avo».

FIDÍPIDES. ¿Ava? ¿Éstas son las cosas ingeniosas que acabas de aprender ahí dentro, en casa de los «hijos de la tierra»?

ESTREPSÍADES. Y otras muchas. Pero cada vez que aprendía algo, se me olvidaba en seguida por mis muchos años.

FIDÍPIDES. ¿Y también por eso es por lo que perdiste la capa?

ESTREPSÍADES. No la he perdido: la he gastado en pensamientos.

FIDÍPIDES. ¿Y en qué has empleado tus zapatillas, insensato?

ESTREPSÍADES. Como Pericles, las perdí «por pura necesidad». Pero venga, camina; vamos. 

(Se dirigen hacia el caviladero.) 

Ahora, hazle caso a tu padre y pórtate mal. También a mí me consta que una vez, cuando tú eras un crío balbuceante de seis años, te hice caso: con el primer óbolo que gané como jurado, te compré un carrito, en las Diasias.

FIDÍPIDES. Seguro que con el tiempo vas a lamentar esto. 

(Va con su padre hacia el caviladero.)

ESTREPSÍADES. ¡Muy bien, que me has hecho caso! ¡Oye, oye, Sócrates, sal aquí! 

(Sale SÓCRATES.)

Aquí te traigo a mi hijo; ya lo he convencido, que él no quería.

SÓCRATES. Es que todavía es un crío y no ha gastado su vida en las cuerdas y colgaduras de aquí.

FIDÍPIDES. Tú sí que resultarías una capa gastada si te colgaran .

ESTREPSÍADES. ¿No te irás a freír espárragos? ¿Cómo es que insultas a tu maestro?

SÓCRATES. Mira, «colgaran». ¡De qué manera tan infantil lo ha pronunciado, con los labios separados! ¿Cómo va a aprender éste la defensa en los tribunales, la citación o la persuasión altisonante? Y la verdad es que Hipérbolo las aprendió por un talento.

ESTREPSÍADES. No te preocupes, enséñale. Es ingenioso de nacimiento. Cuando era un niño así de pequeño, en casa modelaba en arcilla casitas, tallaba barcos, construía carritos de madera de higuera y hacía ranas de cáscaras de granada, no te imaginas cómo. Y mira que aprenda aquellos dos argumentos, el Mejor, sea como sea, el Peor, el que defiende causas injustas da al traste con el Mejor; y si no los dos, por lo menos el injusto, de todas todas.

SÓCRATES. Él va a aprender directamente de los propios argumentos. Yo estaré ausente.

ESTREPSÍADES. (Mientras SÓCRATES se va.) 

Recuerda esto, que él pueda rebatir cualquier demanda justa.

(El ARGUMENTO MEJOR sale del caviladero)

ARGUMENTO MEJOR. (Al ARGUMENTO PEOR, que está dentro.) 

Ven aquí déjate ver por los espectadores -aunque audacia tienes de sobra.

ARGUMENTO PEOR. (Al tiempo que hace su aparición.)

 Vete a donde quieras, pues seguro que hablando en público acabaré contigo.

ARGUMENTO MEJOR. ¿Tú, acabar conmigo? ¿Y quién eres tú?

ARGUMENTO PEOR. Un argumento.

ARGUMENTO MEJOR. Sí,pero un argumento peor.

ARGUMENTO PEOR. Pero te voy a vencer a ti que presumes de ser mejor que yo.

ARGUMENTO MEJOR ¿Valiéndote de qué astucia?

ARGUMENTO PEOR. Inventando nuevas máximas.

ARGUMENTO MEJOR. Sí, eso es lo que se lleva ahora, gracias a estos idiotas 

(Señalando al público).

ARGUMENTO PEOR. No, que son inteligentes.

ARGUMENTO MEJOR. Acabaré contigo de mala manera.

ARGUMENTO PEOR. Di: ¿haciendo qué?

ARGUMENTO MEJOR. Presentando lo que es justo.

ARGUMENTO PEOR. Yo lo echaré abajo rebatiéndolo. Pues afirmo que la justicia ni siquiera existe.

ARGUMENTO MEJOR. ¿Que no existe, dices?

ARGUMENTO PEOR. Pues, a ver: ¿dónde está?

ARGUMENTO MEJOR. Junto a los dioses.

ARGUMENTO PEOR. Y si la justicia existe, ¿cómo es que Zeus no pereció por haber hecho prisionero a su padre?

ARGUMENTO MEJOR. ¡Uy, uy, esto va de mal en peor! Dame la palangana.

ARGUMENTO PEOR. Eres un viejo lleno de tufos y no estás al día.

ARGUMENTO MEJOR. Eres un maricón desvergonzado…

ARGUMENTO PEOR. Me estás echando rosas…

ARGUMENTO MEJOR. … un bufón…

ARGUMENTO PEOR… . y me coronas de lilas.

ARGUMENTO MEJOR… . y eres de los que pegan a su padre.

ARGUMENTO PEOR. No te das cuenta de que me estás rociando de oro.

ARGUMENTO MEJOR. Desde luego, antes no era oro, sino plomo.

ARGUMENTO PEOR. Ahora, sin embargo, eso es para mí un elogio.

ARGUMENTO MEJOR. Eres un cara.

ARGUMENTO PEOR. Y tú, un carca.

ARGUMENTO MEJOR. Por tu culpa, ninguno de los jóvenes quiere ir a la escuela, y llegará el día en que los atenienses sepan a ciencia cierta qué clase de cosas les estás enseñando a ellos, los muy imbéciles.

ARGUMENTO PEOR. Estás de un sucio que da asco.

ARGUMENTO MEJOR. Sin embargo, a ti te va muy bien, y eso que antes mendigabas, haciéndote pasar por Télefo el Misio, y mordisqueando máximas Pandeleteas que sacabas de tu morral

ARGUMENTO PEOR. ¡Qué inteligencia…

ARGUMENTO MEJOR. ¡Qué locura…

ARGUMENTO PEOR. … en lo que has dicho!

ARGUMENTO MEJOR. … la tuya, y la de la ciudad que te nutre mientras echas a perder a sus jóvenes!

ARGUMENTO PEOR. No serás tú el que enseñe a éste, siendo como eres de la época de Crono

ARGUMENTO MEJOR. Sí lo seré, si hay que salvarlo y evitar que se ejercite solamente en charlatanería.

ARGUMENTO PEOR. (A FIDÍPIDES.)

Ven aquí y deja a ése con sus chaladuras.

ARGUMENTO MEJOR. Te arrepentirás si le pones las manos encima.

CORIFEO. Dejad ya de pelear y de insultaros. Haznos tú 

(Al MEJOR)

una demostración de lo que enseñabas a los hombres de antes, y tú 

(Al PEOR),

de la nueva educación, para que éste os oiga exponer vuestras razones contrapuestas, y vaya a la escuela que decida.

ARGUMENTO MEJOR. Eso es lo que quiero hacer.

ARGUMENTO PEOR. También yo quiero.

CORIFEO. Pues hala, ¿cuál de los dos hablará primero?

ARGUMENTO PEOR. Le cedo el privilegio a ése. Luego yo, basándome en lo que él diga, lo derribaré con disparos de palabritas y razonamientos nuevos. Finalmente, a la mínima cosa que diga, aguijoneado por todo el rostro y los ojos por mis sentencias, como por obra de avispones, a manos de ellas morirá.

CORO.

Ahora estos dos que confían

en el superingenio de sus argumentos,

de sus pensamientos, y de sus ideas

acuñadoras de sentencias,

nos harán ver cuál de ellos resultará

ser el mejor. Está totalmente

en juego la sabiduría,

sobre la cual para mis amigos

se presenta ahora el debate decisivo.

CORIFEO. (Al ARGUMENTO MEJOR.)

Tú que a los hombres de antes coronaste copiosamente con buenas costumbres, lanza esa voz tuya en la que te complaces y explica tu naturaleza.

ARGUMENTO MEJOR. Voy a exponer cómo era la antigua educación, cuando yo florecía con la justicia por delante, y el buen comportamiento era la práctica habitual.

En primer lugar era de rigor que no se oyera ninguna voz de niño, ni siquiera un murmullo. Después, los muchachos del mismo barrio, para ir a casa del citarista, tenían que andar por las calles en grupo y con orden, y sin capa aunque cayeran copos de nieve como avena a medio moler.

Éste, por su parte, les enseñaba a aprender de memoria una canción (cuidando de que no juntaran los muslos), una canción como «Palas, terrible destructora de ciudades»,o «Un grito que a lo lejos resuena», cantándola en el modo que sus padres transmitieron.

Y si alguno de ellos hacía el payaso o realizaba alguna inflexión de voz como las que hacen los de ahora, esas florituras al estilo de Frinis, lo molían a palos por dejar en nada a las Musas  Y cuando los muchachos se sentaban en casa del profesor de gimnasia, tenían que taparse con los muslos para que no enseñaran a los de fuera nada cruel.

Después, al levantarse, tenían que borrar sus huellas, y ocuparse de no dejar a sus amantes la impronta de su hombría. Ningún chico podía untarse entonces aceite por debajo del ombligo, así que florecía sobre sus partes íntimas un tenue vello cubierto de rocío  como en los membrillos; ni podía, al caminar, poner una voz aterciopelada a su amante y hacerle guiños para ofrecerse a sí mismo.

Tampoco le estaba permitido echar mano de una cabeza de rábano al comer, ni picar el eneldo o el apio de sus mayores, ni tomar golosinas, ni reírse a hurtadillas, ni tener las piernas cruzadas.

ARGUMENTO PEOR. Antiguallas con olor a Dipolias, llenas de cigarras, de Cedides y de Bufonias.

ARGUMENTO MEJOR. Pero ésos son los procedimientos con los que mi educación formó a los hombres que lucharon en Maratón . En cambio, tú a los de ahora les enseñas a envolverse en la capa desde jovencitos, así que hacéis que yo me ahogue de rabia cuando, al llegar la ocasión de que bailen en las Panateneas, uno pone el escudo delante de su jamón, sin preocuparse de la Tritogenia.

Por eso tú, muchacho, escógeme sin miedo a mí, el Argumento Mejor, y serás versado en odiar la plaza pública, en aborrecer los baños públicos, en avergonzarte de lo vergonzoso, en irritarte si alguien se burla de ti, en levantarte del asiento si se acercan tus mayores, en no portarte mal con tus propios padres ni hacer ninguna otra cosa reprobable que pueda [deshonrar]  la estatua del Honor; y en no abalanzarte a casa de una bailarina, no vaya a ser que cuando te quedes pasmado ante cosas así, te dé con una manzana una putilla y veas tu buena fama hecha pedazos, y en no contradecir a tu padre en nada ni, llamándole Jápeto, echarle en cara sus años, esos años en los que tú fuiste criado como un pajarillo.

ARGUMENTO PEOR. Si le haces caso en eso, muchacho, por Dioniso que te parecerás a los hijos de Hipócrates, y te llamarán papamoscas.

ARGUMENTO MEJOR. Así, con aspecto lozano y floreciente, emplearás el tiempo en ejercicios gimnásticos, y no charlando en la plaza pública de temas extravagantes y punzantes, como hacen los de ahora, ni viéndote arrastrado a juicio por un maldito asunto vicioso y controvertido; por el contrario, bajarás a la Academia y, bajo los olivos sagrados, echarás a correr, coronado de caña verde, con un buen colega de tu misma edad, y olerás a tejo, a despreocupación, y al álamo blanco, de hoja caduca, disfrutando en la estación primaveral, cuando el plátano susurra al olmo.

Si haces esas cosas que te digo y dedicas tu atención a ellas, tendrás siempre el pecho lustroso, la piel brillante, los hombros grandes, la lengua corta, el culo grande, el cipote pequeño.

En cambio, si practicas las mismas cosas que los de ahora, en primer lugar tendrás la piel pálida, los hombros pequeños, el pecho estrecho, la lengua larga, el culo pequeño, el jamón grande y la propuesta de decreto larga; y él te convencerá (Señala a PEOR)

de que consideres honesto todo lo que es ruin, y ruin lo que es honesto, y además de eso te contagiará el tomar por culo de Antímaco

CORO.

¡Tú, que la excelsa sabiduría

muy renombrada cultivas,

cuán dulcemente en tus palabras

se encuentra la flor de la virtud!

Dichosos en verdad eran, desde luego,

los que vivían entonces, en tiempo de los antepasados.

(Al ARGUMENTO PEOR.)

Frente a esto, tú, que posees una refinada inspiración,

preciso es que digas algo novedoso,

pues el hombre se ha ganado el aplauso.

CORIFEO. Hábiles planes parece que necesitas contra él, si es que has de aventajar al hombre y no hacerte acreedor de la burla.

ARGUMENTO PEOR. Desde hace rato me ahogaba yo en mis adentros de ganas de desbaratar todo eso con sentencias contrapuestas. Pues entre los hombres que discurren yo, precisamente por esto, recibí el nombre de Argumento Peor, porque fui el primerísimo al que se le ocurrió contradecir las costumbres establecidas y los litigios justos.

(A FIDÍPIDES.)

Y eso vale más que diez mil estáteres: que escoja los argumentos peores y que, encima, salga vencedor. Fíjate en cómo voy a refutar la educación de la que él es seguidor: éste dice en primer lugar que no te dejará bañarte en agua caliente.

(Al ARGUMENTO MEJOR.)

A ver, ¿con qué fundamento censuras los baños calientes?

ARGUMENTO MEJOR. Con el de que son algo muy propio de cobardes, y vuelven apocado al hombre.

ARGUMENTO PEOR. Alto ahí, pues ya te tengo cogido por la cintura con una llave de la que no te puedes escapar. Así que, dime, de los hijos de Zeus, ¿qué hombre consideras que es el de espíritu más intrépido, di, y el que ha llevado a cabo los mayores trabajos?

ARGUMENTO MEJOR. Yo, a ningún hombre tengo por mejor que a Heracles.

ARGUMENTO PEOR. Bueno, pues, ¿dónde has visto que alguna vez los «baños Heracleos» sean fríos? Y, a ver, ¿quién fue más viril que él?

ARGUMENTO MEJOR. Ésos, ésos son los asuntos en los que siempre los jóvenes están todo el día gastando palabras, y que hacen que estén llenos los baños públicos y vacías las palestras.

ARGUMENTO PEOR. Después, condenas que pasen el tiempo en el Ágora; yo, sin embargo, lo elogio. Pues si fuera algo nocivo, jamás Homero habría pintado a Néstor como «agoreta», ni a los sabios todos. Desde ahí paso ahora a la lengua, que éste dice que los jóvenes no tienen que ejercitarla; en cambio, yo digo que sí. Y dice también que hay que ser buena persona. ¡Dos males grandísimos! Pues ¿a quién has visto tú que por ser buena persona le haya sucedido en alguna ocasión algo de provecho? Dilo, y llévame la contraria con mencionarlo.

ARGUMENTO MEJOR. A mucha gente. Peleo , por ejemplo, consiguió su cuchillo por ese motivo.

ARGUMENTO PEOR. ¿Un cuchillo? ¡Qué ganancia tan especial consiguió el tío! Hipérbolo, en cambio, el del negocio de lámparas, ha conseguido muchísimos talentos por su falta de honradez, pero un cuchillo no, ¡por Zeus!, un cuchillo, no.

ARGUMENTO MEJOR. Además, Peleo se casó con Tetis por ser buena persona.

ARGUMENTO PEOR. Y después ella lo abandonó y se marchó, pues él no era ardiente, y no resultaba atractivo para pasar en su compañía la noche entera entre las ropas de la cama: a la mujer le gusta que la traten con lascivia.

Tú eres tan carcamal como Crono. Así que, tú, muchacho, mira todas las cosas que implica el ser buena persona, y de cuántos placeres vas a verte privado: jovenzuelos, mujeres, juego, manjares, bebidas, carcajadas.

Y, ¿de qué te vale vivir si te ves privado de estas cosas? Bien, de aquí voy a pasar a las necesidades imperiosas de la naturaleza. Tuviste un desliz, te enamoraste, te liaste con una casada, y después te pillaron: estás perdido, pues no eres capaz de discursear.

En cambio, si frecuentas mi trato, da rienda suelta a tu naturaleza, salta, ríete, no tengas nada por vergonzoso; pues si tienes la mala suerte de que te cojan en adulterio, responderás al marido así: que no has cometido nada malo. Después, echa la culpa a Zeus: que incluso aquél se deja vencer por el amor y las mujeres, y que tú, siendo mortal, ¿cómo podrías ser más fuerte que un dios?

ARGUMENTO MEJOR Y, ¿qué tal si por hacerte caso le meten un rábano por el culo y lo afeitan con la ceniza? ¿Podrá argumentar algún razonamiento para evitar que lo manden a tomar por culo?

ARGUMENTO PEOR. Y en caso de que sea de los que toman por culo, ¿qué de malo le va a pasar?

ARGUMENTO MEJOR. Pues, ¿qué mal peor que ése le podría llegar a pasar?

ARGUMENTO PEOR. Bien, ¿qué dirás si resultas vencido por mí en ese punto?

ARGUMENTO MEJOR. Me callaré, ¿qué otra cosa, si no?

ARGUMENTO PEOR. Pues a ver, dime: los abogados, ¿de qué grupo son?

ARGUMENTO MEJOR. De los que toman por culo.

ARGUMENTO PEOR. De acuerdo. ver, y los trágicos, ¿de qué grupo son?

ARGUMENTO MEJOR. De los que toman por culo.

ARGUMENTO PEOR. Bien dicho. Y los políticos, ¿de qué grupo son?

ARGUMENTO MEJOR. De los que toman por culo.

ARGUMENTO PEOR. Luego, ¿te das cuenta de que lo que dices no vale nada? Además, de los espectadores mira a ver qué grupo es el más numeroso.

ARGUMENTO MEJOR. Ya estoy mirando.

ARGUMENTO PEOR. Bueno, ¿qué ves?

ARGUMENTO MEJOR. El más numeroso, con mucho, ¡por los dioses!, es el de los que toman por culo. Ése por lo menos sé que lo es, y aquél, y ese melenudo de ahí 

(Señalando).

ARGUMENTO PEOR. Bueno, ¿qué dices ahora?

ARGUMENTO MEJOR. Nos damos por vencidos. Eh, jodidos, coged mi capa, por los dioses, que me paso a vosotros. 

(Arroja la capa y entra en el caviladero.)

ARGUMENTO PEOR. (A ESTREPSÍADES)

Qué, ¿quieres coger a este hijo tuyo y llevártelo, o te le enseño a discursear?

ESTREPSÍADES. Enséñale y castígalo, y recuerda que tienes que dotármelo de una lengua bien afilada que por un lado sirva para pleitecillos; el otro lado de su mandíbula afílalo para asuntos de más envergadura.

ARGUMENTO PEOR. Descuida, te lo devolveré hecho un hábil sofista.

FIDÍPIDES. (Aparte.) 

Más bien pálido, creo yo, hecho un desgraciado.

CORO. (A FIDÍPIDES y ARGUMENTO PEOR, que van al caviladero.) 

Andad ya. (A ESTREPSÍADES, que entra en su casa.) 

Creo yo que te arrepentirás de eso.

CORIFEO. (Al público.) 

Queremos proclamar las ventajas que los jueces obtendrán en caso de que favorezcan a este coro, como es de justicia. Pues en primer lugar si queréis labrar a su tiempo los campos en barbecho, lloveremos primero para vosotros, y para los demás después.

Además cuidaremos la cosecha y las viñas, de manera que ni la sequía ni la lluvia excesiva las sofoquen. Pero si alguien, siendo mortal, a nosotras, que somos diosas, nos ultraja, que preste atención a qué males sufrirá de nuestra parte: no recogerá vino ni ninguna otra cosa de su tierra.

Pues cuando los olivos y las viñas despunten, los brotes serán cortados de cuajo: con tales disparos de honda los golpearemos. Y si lo vemos haciendo ladrillos, lleveremos y destrozaremos las tejas de su tejado con granizos redondos.Y si se casa él, o uno de sus parientes o amigos, lloveremos toda la noche, así que quizá deseará encontrarse incluso en Egipto más que haber sido mal juez.

(ESTREPSÍADES sale de su casa.)

ESTREPSÍADES. Quinto, cuarto, tercero, detrás de ése el segundo, después, el que yo temo más que todos los días, el que me hace temblar y me pone enfermo, justo detrás de ése viene el día viejo y nuevo . 

Pues todos aquellos con los que estoy en deuda juran que depositarán la cantidad consignada, y después me aniquilarán y me destruirán, aunque yo pido cosas justas moderadas, como «tío, esta parte no te la lleves ahora, esta otra aplázamela, esta otra perdónamela», ellos afirman que así nunca recobrarán su dinero, me reprochan que soy injusto, y dicen que pleitearán conmigo. Pues ahora, que pleiteen: poco me importa, si Fidípides ha aprendido a discursear bien.

Pronto lo sabré si llamo a la puerta del caviladero. 

(Golpea la puerta.)

 ¡Chico! -digo-, ¡chico,chico!

SÓCRATES. (A la puerta.) 

Saludo a ESTREPSÍADES.

ESTREPSÍADES. También yo a ti. Pero primero toma esto. 

(Le da dinero.) 

Pues de alguna manera hay que presentar los respetos al maestro. mi hijo, dime si ha aprendido aquel Argumento que hace un momento trajiste a escena.

SÓCRATES. Lo ha aprendido.

ESTREPSÍADES. ¡Fraudulencia todopoderosa, qué bien!

SÓCRATES. Así que podrás salir victorioso de cualquier pleito que quieras.

ESTREPSÍADES. ¿Aunque hubiera testigos presentes cuando recibí el préstamo?

SÓCRATES. Mucho más todavía: aunque sean mil los que estén presentes.

ESTREPSÍADES.

Gritaré entonces en voz alta

mi grito: ¡Ah! llorad, prestamistas,

vosotros, el capital y los intereses de los intereses.

Pues ya nada malo podréis hacerme;

tal es el hijo criado

para mí en estas moradas,

brillando con lengua de doble filo;

baluarte mío, salvador de mi casa, perjuicio de mis enemigos,

que las grandes desdichas paternas hace desaparecer;

corre y llámalo para que desde dentro venga a mí.

(Entra SÓCRATES en el caviladero.)

¡Hijo, muchacho, sal de la casa; escucha a tu padre!

(Sale SÓCRATES con FIDÍPIDES.)

SÓCRATES. Aquí lo tienes.

ESTREPSÍADES. ¡Querido, querido!

SÓCRATES. Márchate con él.

(SÓCRATES entra en el caviladero.)

ESTREPSÍADES. ¡Oh, oh, hijo!
¡Huy, huy! Qué contento estoy antes de nada de ver el color de tu piel. Ahora no hay más que verte para saber que eres de los que niega ycontradice, sobre tu rostro florece realmente eso tan nuestro, el «¿qué quieres decir tú?», y el parecer que se sufre injusticia cuando se comete, incluso de las gordas, lo sé bien. Ahora trata de salvarme, ya que eres tú el que me perdió.

FIDÍPIDES. Y ¿qué es lo que temes?

ESTREPSÍADES. El día viejo y nuevo.

FIDÍPIDES. Así que ¿existe un día viejo y nuevo?

ESTREPSÍADES. Sí, ese en el que dicen que depositarán la cantidad consignada contra mí.

FIDÍPIDES. Entonces los que la depositen la perderán, pues no es posible que un día se convierta en dos días.

ESTREPSÍADES. ¿No se puede convertir?

FIDÍPIDES ¿Pues cómo iba a poder? A menos que la misma mujer fuera a la vez una anciana y una joven.

ESTREPSÍADES. Sin embargo, eso es lo acostumbrado.

FIDÍPIDES. Porque no saben bien, creo yo, lo que la ley quiere decir.

ESTREPSÍADES. Y ¿qué quiere decir?

FIDÍPIDES. El antiguo Solón era por naturaleza amigo del pueblo.

ESTREPSÍADES. Eso por ahora no tiene nada que ver con el día viejo y nuevo.

FIDÍPIDES. Así que aquél situó la citación en dos días, o el día viejo y el día nuevo, para que los depósitos se hicieran en la luna nueva.

ESTREPSÍADES. ¿Para qué añadió el día viejo?

FIDÍPIDES. Amigo mío, para que los demandados comparezcan un día antes y así se lo quiten de encima de antemano voluntariamente, en caso de que no, para que el día de la luna nueva por la mañana estén un poco intranquilos

ESTREPSÍADES. ¿Cómo es que los magistrados no aceptan entonces los depósitos de la cantidad consignada el día de la luna nueva, sino el día-viejo-y-nuevo?

FIDÍPIDES. Es que me parece que les pasa lo mismo que a los catadores: para malversar lo más rápidamente posible los depósitos, para eso los cobraban un día antes.

ESTREPSÍADES. Muy bien. (Al público.)

 Desgraciados, ¿qué hacéis ahí sentados como idiotas, para provecho de nosotros los inteligentes? ¡Vosotros sois solamente piedras, números, un estúpido rebaño de ovejas, y un montón de ánforas!

Para mí mismo y para mi hijo aquí presente, tengo que cantar un canto de alabanza por nuestra buena suerte.

«Afortunado Estrepsíades,

¡qué inteligente has nacido,

y qué hijo estás criando!»,

me dirán mis amigos

y mis vecinos

con envidia, cuando tú

ganes los pleitos por tu oratoria.

Pero primero quiero llevarte

dentro y festejarte.

(Entran ambos en la casa. Llega un acreedor con un testigo.)

ACREEDOR 1. (Al testigo.)

 Además, ¿tiene un hombre que dejar que se pierda algo de lo que es suyo? Nunca; mejor hubiera sido no ruborizarse precisamente entonces, en vez de tener problemas: la cuestión es que ahora mismo te estoy arrastrando aquí para servirme de testigo por un dinero que es mío, y además de eso me haré enemigo de un vecino mío. Pero nunca mientras viva he de avergonzar a mi patria, sino que, por el contrario, voy a citar a Estrepsíades…

ESTREPSÍADES. (Saliendo de su casa.)

 ¿Quién anda ahí?

ACREEDOR 1. … para el día-viejo-y-nuevo.

ESTREPSÍADES. (Al público.) 

Tetomo por testigo de que ha dicho para dos días diferentes. 

(Al acreedor.) 

¿Por qué motivo?

ACREEDOR 1. Por las doce minas que recibiste para comprar el caballo gris moteado.

ESTREPSÍADES. El caballo. ¿No habéis oído? ¡Yo, que todos vosotros sabéis que odio lo que tiene que ver con los caballos!

ACREEDOR 1.  ¡Por Zeus!, y además juraste por los dioses que ibas a pagármelas.

ESTREPSÍADES. No, ¡por Zeus!, es que entonces mi Fidípides aún no había aprendido el argumento invencible.

ACREEDOR 1.  ¿Y ahora por esa razón pretendes hacer un protesto?

ESTREPSÍADES. ¿De qué otra manera sacaría yo provecho de lo que él aprendió?

ACREEDOR 1.  ¿Y estás dispuesto a hacer el protesto jurando por los dioses allí donde yo te lo indiqué?

ESTREPSÍADES. ¿Por qué dioses?

ACREEDOR 1. Por Zeus, por Hermes, por Posidón.

ESTREPSÍADES. ¡Sí, por Zeus! Y yo incluso pagaría un trióbolo por poder jurar.

ACREEDOR 1.  ¡Ojalá revientes por tu descaro!

ESTREPSÍADES. (Palpando el vientre de su oponente.)

 Frotado con sal podría servir éste.

ACREEDOR 1.  ¡Ay, ay, cómo te burlas!

ESTREPSÍADES. Le cabrán seis congios.

ACREEDOR 1.  ¡Por el gran Zeus y los dioses, no escaparás de mí impunemente!

ESTREPSÍADES. Me ha hecho muchísima gracia eso de «dioses»; además, jurar por Zeus es ridículo para los que tienen dos dedos de frente.

ACREEDOR 1. Te aseguro que tú con el tiempo rendirás cuenta de esto. Pero respóndeme si me pagarás el dinero o no, y déjame ir.

ESTREPSÍADES. Quédate quieto, que yo en seguida te daré una respuesta clara. (Entra en su casa.)

ACREEDOR 1. (Al testigo.) 

¿Qué te parece que va a hacer? ¿Te parece que me pagará?

ESTREPSÍADES. (Sale de la casa con una artesa.) 

¿Dónde está ese que me reclama el dinero? Di, ¿cómo se llama esto?

ACREEDOR 1.  ¿Que cómo se llama? La amasadero.

ESTREPSÍADES. ¿Y tú reclamas el dinero, siendo así? No pagaría yo ni un óbolo a nadie que llamara la «amasadero» a la «amasadera»

ACREEDOR 1.  ¿Que no vas a pagarme?

ESTREPSÍADES. No, que yo sepa. Así que ¿no vas acabar de irte a escape de mi puerta?

ACREEDOR 1. Me voy a ir, y después, para que te enteres, voy a depositar la cantidad consignada y si no ¡que me muera!

 (Salen el ACREEDOR 1. ysu testigo.)

ESTREPSÍADES. Pues perderás eso además de las doce minas, y no quiero que te pase eso sólo porque le llamaste como un tonto «la amasadero».

(Llega un 2. ACREEDOR.)

ACREEDOR 2. ¡Ay, ay de mí!

ESTREPSÍADES. ¡Anda! ¿Quién es ese que se lamenta? ¿No será una de las divinidades de Carcino la que hablaba?

ACREEDOR 2.  ¿Que quién soy yo?, ¿por qué queréis saberlo? Un hombre desdichado.

ESTREPSÍADES. ¡Vuélvete por tus pasos!

ACREEDOR 2.  «¡Oh divinidad cruel, oh fortuna que rompiste las ruedas de mi carro! ¡Oh Palas, cómo me has destruido!»

ESTREPSÍADES. Pues, ¿qué mal te ha hecho Tlempólemo?

ACREEDOR 2.   No te burles de mí, amigo; por el contrario, dile a tu hijo que me pague el dinero que recibió, sobre todo porque estoy en mala situación.

ESTREPSÍADES. ¿Qué dinero es ése?

ACREEDOR 2.  El que tomó prestado.

ESTREPSÍADES. Sí que estás hecho polvo, me parece a mí.

ACREEDOR 2.  Sí, por los dioses, estaba guiando el carro y me caí.

ESTREPSÍADES. Entonces, ¿por qué dices tonterías como si te hubieras caído de un burro?

ACREEDOR 2.  ¿Tonterías digo, si quiero recuperar mi dinero?

ESTREPSÍADES. No hay posibilidad de que estés sano otra vez.

ACREEDOR 2.  ¿Eso, por qué?

ESTREPSÍADES. Me parece que tu cerebro ha sufrido algo así como una sacudida.

ACREEDOR 2.   Y a mí me parece que tú, por Hermes, vas a ser citado a juicio por mí, si no pagas el dinero.

ESTREPSÍADES. Bueno, dime: ¿crees que Zeus llueve cada vez agua nueva, o que el sol arrastra desde abajo esa misma agua nuevamente?

ACREEDOR 2.  No sé cuál de las dos cosas es, ni me importa.

ESTREPSÍADES. Anda, ¿y cómo va a ser justo que tú recuperes el dinero, si no sabes nada de meteorología?

ACREEDOR 2.  Bueno, si no tienes dinero suficiente, al menos págame el interés.

ESTREPSÍADES. Ése, el interés, ¿qué animal es?

ACREEDOR 2. ¿Qué otra cosa va a ser sino que cada mes y cada día el dinero se hace siempre más y más, al pasar el tiempo?

ESTREPSÍADES. Bien dicho. Pues a ver: ¿crees que el mar es mayor ahora que antes?

ACREEDOR 2.   No, por Zeus, es igual. Pues no es apropiado que sea mayor.

ESTREPSÍADES. Entonces, desgraciado, ¿cómo es que éste no se hace mayor con los ríos que afluyen a él, y tú sin embargo tratas de hacer tu dinero más grande? ¿No te expulsarás a ti mismo de la casa?

 (A los de la casa.)

 Tráeme la aguijada.

 (Un esclavo la trae.)

ACREEDOR 2.   De esto yo tomo testigos.

ESTREPSÍADES. (Dándole con la aguijada.)

 ¡Arre!, ¿por qué tardas? ¿No te mueves, caballo marcado con la «ese»?.

ACREEDOR 2.  ¿No es esto el colmo del descaro?

ESTREPSÍADES. ¿Te moverás? Voyalanzar sobre tila aguijada y te pincharé en el culo, caballo lateral.

(El 2.ACREEDOR se va.) 

¿Huyes? Ya sabía yo que te haría moverte con todas tus ruedas y tus tiros.

(ESTREPSÍADES entra en su casa.)

CORO.

¡Lo que es amar los asuntos ruines! Pues el

viejo este, enamorado de ellos,

quiere retener

el dinero que pidió prestado.

Y no es posible que en el día de hoy no

le sobrevenga algún problema que

haga a este sofista apartarse

repentinamente de las vilezas

que se ha puesto a cometer.

Pues creo que él va a encontrar en seguida

lo que hace tiempo pedía,

que su hijo sea hábil

para argumentar sentencias contrarias

a lo que es justo, de manera que

salga victorioso contra todos los que

tengan trato con él, aunque sus argumentos

sean abominables; y quizá, quizá

va a desear

que su hijo esté mudo.

(ESTREPSÍADES sale de su casa perseguido por su hijo.)

ESTREPSÍADES. ¡Ay, ay, vecinos, parientes, compañeros de demo. Ayudadme por favor, que me zurran! ¡Ay, pobre de mí, mi cabeza, mi mejilla! 

(AFIDÍPIDES.)

¡Ah, granuja!, ¿le pegas a tu padre?

FIDÍPIDES. Sí, padre.

ESTREPSÍADES. ¿Veis que admite que me está pegando?

FIDÍPIDES. Ciertamente.

ESTREPSÍADES. ¡Granuja, parricida, sinvergüenza!

FIDÍPIDES. Dime otra vez esas mismas cosas y más aún. ¿Sabes que lo paso bien oyendo tantos insultos?

ESTREPSÍADES. ¡Maricón, que tienes un culo como una tinaja!

FIDÍPIDES. Rocíame con muchas rosas de esas.

ESTREPSÍADES. ¿A tu padre le pegas?

FIDÍPIDES. Y además, ¡por Zeus!, demostraré que te he pegado con todas las de la ley.

ESTREPSÍADES. ¡Sinvergüenza redomado!, ¿cómo va a ser legítimo pegarle a un padre?

FIDÍPIDES. Yo te lo haré ver, y además, te venceré con mis palabras.

ESTREPSÍADES. ¿Que vas a vencerme en esto?

FIDÍPIDES. De todas todas y con facilidad. Escoge cuál de los dos Argumentos quieres sostener.

ESTREPSÍADES. ¿Qué dos Argumentos?

FIDÍPIDES. El Mejor o el Peor.

ESTREPSÍADES. Por Zeus, sí que he hecho que te enseñaran bien a argumentar contra lo justo, amigo, si vas a ser convincente en eso de que es justo y adecuado que un padre sea golpeado por sus hijos.

FIDÍPIDES. Yocreo que ciertamente te convenceré, tanto que cuando me haya s oído ni siquiera vas a argumentar nada en contra.

ESTREPSÍADES. Desde luego, lo que vas a decir quiero escucharlo.

CORO.

Tu labor, anciano, consiste en discurrir

cómo vas a derrotar a este hombre,

pues éste, si no confiara en algo, no

sería tan insolente:

hay algo con lo que él se envalentona.

Su arrogancia es bien clara.

CORIFEO. Ya tienes que decirle al coro por qué empezó la discusión. Lovas a hacer de todas maneras.

ESTREPSÍADES. Sí que voy a decirte por qué comenzamos a insultarnos. Pues bien, después de que, como sabéis, hicimos fiesta, primero le dije que cogiera la lira y cantara una canción de Simónides, «Cómo fue esquilado el carnero» Éste en seguida dijo que estaba anticuado eso de tocar la lira mientras se bebía como hace una mujer cuando muele cebada tostada.

FIDÍPIDES. ¿Y no tenías que haber sido aporreado y pisoteado justamente entonces?, ¡decirme que cantara, como si hicieras fiesta para las cigarras!

ESTREPSÍADES. También entonces ahí dentro, murmuraba cosas así como las de ahora; y de Simónides decía que es un mal poeta. Y yo, aunque a duras penas, me iba aguantando al principio. Pero más adelante le dije que por lo menos cogiera una rama de mirto y me recitara algo de Esquilo; y él me dijo en seguida: «Pues yo sí que considero a Esquilo el primero entre los poetas, en estar lleno de ruido y en ser incoherente, grandilocuente y fabricante de palabras pretenciosas como peñascos».

Y ¿cómo creéis que mi corazón palpitaba entonces? Pero yo, rumiando mi cólera, le decía: «Tú recita entonces algo de ésos, de los modernos, cualesquiera que sean sus pasajes ingeniosos».

Y en seguida él pronunció una parrafada de Eurípides: cómo un hermano, ¡dios que nos libras de males!, jodía a una hermana hija de la misma madre, y yo ya no me aguanté más, sino que le llené el saco de palabras duras y denigrantes.

Y claro, después, como es natural, nos enzarzamos insulto tras insulto. Luego él salta sobre mí y después me estruja, me despedaza, me estrangula y me tritura.

FIDÍPIDES. ¿Y no estaba bien hecho eso, tú que no elogias a Eurípides, el más inteligente?

ESTREPSÍADES. ¿El más inteligente aquél?, tú… ¿qué te voy a llamar? No, que me darán de palos otra vez.

FIDÍPIDES. Sí, por Zeus, y sería con razón.

ESTREPSÍADES. ¿Cómo que con razón? Yo, desvergonzado, que te crié atendiendo a todo lo que balbuceabas, por saber qué querías. Si decías «aba», yo te entendía y te daba de beber; si pedías «pa» yo iba a traerte pan; no habías acabado de decir «caca», cuando yo te había cogido, y te sacaba a la puerta sosteniéndote.

Pero tú ahora cuando me estrangulabas, aunque yo chillaba y gritaba que quería cagar, no quisiste, ¡maldito!, sacarme fuera, a la puerta, sino que me ahogaba y me hice caca allí mismo.

CORO.

Creo que los corazones de los jóvenes

saltan por oír lo que va a decir.

Pues si éste, con haber hecho cosas de tal calibre,

nos va a convencer con su palabrería,

no daríamos por la piel de los viejos

ni siquiera un garbanzo.

CORIFEO. (A FIDÍPIDES.)

Tu tarea, ¡agitador y removedor de palabras de nuevo cuño!, consiste en buscar un medio de persuasión, para que parezca que dices cosas justas.

FIDÍPIDES. ¡Qué agradable es codearse con cuestiones nuevas e ingeniosas y poder despreciar las costumbres establecidas! Pues yo, cuando dedicaba mi atención solamente a la hípica, ni siquiera era capaz de decir tres palabras sin meter la pata.

En cambio, ahora, después de que ése me hizo acabar con esas cosas y he confraternizado con sentencias sutiles, con argumentos y pensamientos, creo que demostraré que es justo castigar al padre de uno.

ESTREPSÍADES. Sigue con tus caballos entonces, ¡por Zeus!, que es mejor para mí alimentar una cuadriga que verme triturado a fuerza de recibir golpes.

FIDÍPIDES. Volveré al punto de mi discurso en que me interrumpiste, y, en primer lugar, te voy a preguntar esto: ¿me pegabas cuando era niño?

ESTREPSÍADES. Sí, por ser cariñoso y preocuparme por ti.

FIDÍPIDES. Pues dime, ¿no es justo que también yo sea cariñoso contigo de la misma manera y te pegue, puesto que en eso consiste ser cariñoso, en pegar?

Pues, ¿cómo es que tu cuerpo tiene que estar libre de golpes y el mío no? Que también yo soy hombre libre de nacimiento. «Los hijos lloran, ¿crees que el padre no ha de llorar?» 

 Tú afirmarás que la costumbre es que eso sea cosa del hijo; pero yo podría contradecirte diciendo que «los viejos son dos veces niños»; y es más natural que lloren los viejos que los jóvenes, en la medida en que es menos razonable que ellos cometan faltas.

ESTREPSÍADES. Pero en ninguna parte es de ley que el padre pase por eso.

FIDÍPIDES. ¿Es que no fue un hombre como tú y como yo el primero que puso esa ley, y persuadía a los antiguos hablando? ¿Y es que yo a mi vez voy a tener menos posibilidades de poner una nueva ley para los hijos de cara al futuro, que peguen también ellos a sus padres?

Los golpes que recibimos antes de que estuviera puesta la ley los sacamos de cuenta y les concedemos habernos zurrado impunemente. Mira los gallos y esos otros bichos, cómo se toman la revancha de sus padres. ¿Y en qué se diferencian aquéllos de nosotros, si no es en que no proponen decretos?

ESTREPSÍADES. Entonces, ya que imitas en todo a los gallos, ¿por qué no comes también estiércol y duermes en un palo?

FIDÍPIDES. No es lo mismo, tío, ni se lo parecería a Sócrates.

ESTREPSÍADES. Pues entonces no me pegues; si no, un día tendrás que echarte la culpa.

FIDÍPIDES. ¿Cómo es eso?

ESTREPSÍADES. Porque es justo que yo te castigue a ti, y que tú, si lo tienes, castigues a tu hijo.

FIDÍPIDES. Pero en caso de que no lo tenga, en vano habrán sido mis lloros, y tú te habrás muerto habiéndote burlado de mí.

ESTREPSÍADES. (A los espectadores ancianos.)

 Hombres de mi edad, a mí me parece que dice cosas justas. Y me parece también que hay que concederles a éstos lo que es razonable. Pues es natural que nosotros paguemos si no hacemos lo que es justo.

FIDÍPIDES. Mira también este otro argumento.

ESTREPSÍADES. No, será mi perdición.

FIDÍPIDES. Quizá no llevarás tan a mal haber pasado lo que has pasado ahora.

ESTREPSÍADES. ¿Cómo es eso? Explícame qué provecho conseguirás que saque yo aún de eso.

FIDÍPIDES. Pegaré a mi madre igual que a ti.

ESTREPSÍADES. ¿Qué dices, qué dices? Esto otro es una canallada todavía más grande.

FIDÍPIDES. Pues, ¿qué me dices si con el Argumento Peor te voy a vencer diciendo que hay que pegar a la madre?

ESTREPSÍADES. ¿Qué otra cosa que, si haces eso, nada va a impedir tirarte al Barranco, con Sócrates, a ti y al Argumento Peor? 

(Al CORO.)

Nubes, esto me ha sucedido por culpa vuestra, por haber puesto en vuestras manos todos mis asuntos.

CORIFEO. Tú eres el único que tienes la culpa, por haberte dedicado a hacer canalladas.

ESTREPSÍADES. ¿Y por qué no me decías eso entonces, en vez de darle alas a un hombre paleto y viejo?

CORIFEO. Esto es lo que hacemos siempre, cada vez que nos topamos con alguien que es aficionado a las canalladas, hasta que lo precipitamos en la desgracia para que aprenda a temer a los dioses.

ESTREPSÍADES. ¡Ay de mí, Nubes! Es cruel, pero justo, pues no debería haber birlado lo que pedí prestado. 

(A FIDÍPIDES.)

Así que ahora, querido, ven conmigo a matar al bastardo de Querefonte y a Sócrates, que nos han engañado.

FIDÍPIDES. Yo no podría hacerle mal a mis maestros.

ESTREPSÍADES. «Sí, sí; ten respeto a Zeus Paternal».

FIDÍPIDES. Mira: «Zeus Paternal». ¡Qué antiguo eres! ¿Es que existe algún Zeus?

ESTREPSÍADES. Existe.

FIDÍPIDES. No existe, no, porque reina Torbellino, que ha expulsado a Zeus.

ESTREPSÍADES. No lo ha expulsado, sino que yo creía eso por culpa de esta «turbicopa» 

  (La señala.) 

¡Qué imbécil soy, tomarte a ti, una pieza de barro, por un Dios!

FIDÍPIDES. Anda, desbarra aquí tú solo y sigue con tus disparates. 

(Entra en su casa.)

ESTREPSÍADES. ¡Ay de mí, qué chaladura! ¡Qué loco me volví cuando llegué a rechazar a los dioses por culpa de Sócrates!

 (A una estatua de Hermes que está delante de su casa)

 Pero de ningún modo te enfades conmigo ni me hagas papilla, Hermes querido: más bien ten compasión de mí, que me volví tarumba por culpa de su charlatanería; y sé mi consejero, sobre si he de perseguirlos judicialmente incoando un proceso o lo que te parezca. 

(Hace que escucha a Hermes.) 

Bien me aconsejas no dejando que me dedique a picapleitos, sino que a toda prisa incendie la casa de los charlatanes.

 (Da voces hacia su casa.) 

Oye, oye, Jantias, ven aquí con una escalera y un azadón, y después sube a lo alto del caviladero y destrózale el tejado, si es que quieres a tu señor, hasta que les tires la casa encima.

 (El esclavo sale de la casa con lo indicado y sube al tejado del caviladero.)

 Que alguien me traiga una antorcha encendida, que yo voy a hacerle a alguno de ellos pagármelas todas juntas hoy mismo, por muy fanfarrones que sean. 

(Coge la antorcha que le traen y sube también al tejado.)

DISCÍPULO. (Dentro.) 

¡Ay, ay!

ESTREPSÍADES. (Aplica la antorcha.) 

Antorcha, tu obligación es lanzar una enorme llamarada.

DISCÍPULO. (Se hace visible.)

 ¿Qué es lo que haces, hombre?

ESTREPSÍADES. ¿Que qué hago? ¿Qué voy a hacer sino mantener un diálogo sutil con las vigas de la casa?

QUEREFONTE. (Por una ventana.) 

Ay de mí, ¿quién prende fuego a nuestra casa?

ESTREPSÍADES.Justamente aquel al que le quitasteis la capa.

QUEREFONTE. (Igual.)

 Nos matarás, nos matarás.

ESTREPSÍADES. Pues eso es precisamente lo que yo quiero, si el azadón no traiciona mis esperanzas o si no me caigo yo antes y me desnuco.

SÓCRATES. (Saliendo del caviladero.) 

Tú, ¿qué es lo que haces, tú, el del tejado?

ESTREPSÍADES. «Camino por los aires y paso revista al sol» 

SÓCRATES. ¡Ay,desgraciado, me voy a ahogar, pobre de mí!

QUEREFONTE. (Igual que antes.) 

Y yo, miserable de mí, voy a morir achicharrado.

ESTREPSÍADES. (Bajando al suelo, con JANTIAS.)

Y¿por qué razón insultabais a los dioses y escudriñabais las asentaderas de la luna? Persigue, pega, golpea, por mil cosas, pero sobre todo sabiendo cómo ultrajaban a los dioses.

(QUEREFONTE y los restantes discípulos consiguen salir del caviladero y huyen con SÓCRATES, perseguidos por ESTREPSÍADES y JANTIAS.)

CORIFEO. Encabezad la marcha hacia fuera, que nuestro coro ya ha actuado bastante por hoy.

FIN

 

Share on Twitter Share on Facebook