La disciplina es buena cuando en su lugar pero funesta cuando se aplica a personas que no la merece y se torna en despotismo.
El culto místico a la autoridad, el amor a mandar y el hábito de obedecer destruye en la sociedad todo sentimiento de libertad y fe en el orden espontáneo y viviente, que sólo crea la libertad.
Bajo condiciones de libertad, la disciplina se presenta como la coordinación voluntaria y consciente de los esfuerzos individuales hacia una meta común.