I

¡Andrómaca, pienso en ti! Este riacho,

Pobre y triste espejo donde antaño resplandeció

La inmensa majestad de vuestros dolores de viuda,

Este Simoïs mentiroso que con vuestras lágrimas crece,

Ha fecundado de pronto mi memoria fértil,

Cuando yo atravesaba el nuevo Carrousel.

El viejo París terminó (la forma de una ciudad

Cambia más rápido, ¡ah!, que el corazón de un mortal);

Yo no veo sino con el espíritu todo este caserío,

Este montón de capiteles esbozados y los fustes,

Las hierbas, los grandes bloques verdecidos por el agua de las charcas,

Y brillando en las ventanas, el bric-a-bras confuso.

Allí se mostraba antaño una casa de fieras;

Allá yo vi, una mañana, en la hora en que bajo los cielos

Fríos y claros el Trabajo se despierta, en que la basura

Empuja un sombrío huracán en el aire silencioso,

Un cisne que se había evadido de su jaula,

Y, con sus patas palmípedas frotando el empedrado seco,

Sobre el suelo' áspero arrastraba su blanco plumaje.

Cerca de un arroyo sin agua la bestia abriendo el pico

Bañaba nerviosamente sus alas en el polvo,

Y decía, el corazón lleno de su bello lago natal:

"Agua, ¿Cuándo lloverás? ¿Cuándo tronarás, rayo?"

Yo veo este desdichado, mito extraño y fatal,

Hacia el cielo algunas veces, como el hombre de Ovidio,

Hacia el cielo irónico y cruelmente azul,

Sobre su cuello convulsivo tender su cabeza ávida,

¡Como si dirigiera reproches a Dios!

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