El vino del solitario

 

La mirada singular de una mujer galante

Que se desliza hacia nosotros como el rayo blanco

Que la luna ondulante envía al lago tembloroso,

Cuando en él quiere bañar su belleza indolente;

El último escudo de la talega en los dedos de un jugador;

Un beso libertino de la flaca Adelina;

Los sones de una música enervante y mimosa,

Semejante al grito lejano del humano dolor,

Todo eso no vale nada, ¡oh! botella profunda,

Los bálsamos penetrantes que tu panza fecunda

Guarda, piadosa para el corazón sediento del poeta;

¡Tu le viertes la esperanza, la juventud y la vida,

—Y el orgullo, este tesoro de toda miseria,

Que nos vuelve triunfantes y semejantes a los dioses.

 

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