LVII

Este armazón de huesos y pellejo

de pasear una cabeza loca

se halla cansado al fin, y no lo extraño,

pues aunque es la verdad que no soy viejo,

de la parte de vida que me toca

en la vida del mundo, por mi daño

he hecho un uso tal, que juraría

que he condensado un siglo en cada día.

Así, aunque ahora muriera,

no podría decir que no he vivido;

que el sayo, al parecer nuevo por fuera,

conozco que por dentro ha envejecido.

Ha envejecido, sí; ¡pese a mi estrella!

Harto lo dice ya mi afán doliente;

que hay dolor que al pasar su horrible huella

graba en el corazón, si no en la frente.

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