LXI

Al ver mis horas de fiebre

e insomnio lentas pasar,

a la orilla de mi lecho,

¿quién se sentará?

Cuando la trémula mano

tienda próximo a expirar,

buscando una mano amiga,

¿quién la estrechará?

Cuando la muerte vidríe

de mis ojos el cristal,

mis párpados aún abiertos,

¿quién los cerrará?

Cuando la campana suene

(si suena en mi funeral),

una oración al oírla,

¿quién murmurará?

Cuando mis pálidos restos

oprima la tierra ya,

sobre la olvidada fosa

¿quién vendrá a llorar?

¿Quién, en fin, al otro día,

cuando el sol vuelva a brillar,

de que pasé por el mundo,

quién se acordará?

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