LXV

Llegó la noche, y no encontré un asilo,

¡y tuve sed!... mis lágrimas bebí,

¡y tuve hambre! ¡Los hinchados ojos

cerré para morir!

¿Estaba en un desierto? Aunque a mi oído

de las turbas llegaba el ronco hervir,

yo era huérfano y pobre... ¡El mundo estaba

desierto... para mí!

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