XL

Su mano entre mis manos,

sus ojos en mis ojos,

la amorosa cabeza

apoyada en mi hombro,

Dios sabe cuántas veces

con paso perezoso

hemos vagado juntos

bajo los altos olmos

que de su casa prestan

misterio y sombra al pórtico.

Y ayer... un año apenas,

pasado como un soplo,

con qué exquisita gracia,

con qué admirable aplomo,

me dijo al presentarnos

un amigo oficioso:

«Creo que en alguna parte

he visto a usted.» ¡Ah bobos,

que sois de los salones

comadres de buen tono

y andabais allí a caza

de galantes embrollos,

qué historía habéis perdido,

qué manjar tan sabroso

para ser devorado

sotto voce en un corro,

detrás del abanico

de plumas y de oro!...

. . . . . . . . . . . . . . . . . .

¡Discreta y casta luna,

copudos y altos olmos,

paredes de su casa,

umbrales de su pórtico,

callad, y que en secreto

no salga con vosotros!

Callad; que por mi parte

yo lo he olvidado todo;

y ella... ella, no hay máscara

semejante a su rostro.

Share on Twitter Share on Facebook