XLV

En la clave del arco mal seguro

cuyas piedras el tiempo enrojeció,

obra de cincel rudo, campeaba

el gótico blasón.

Penacho de su yelmo de granito,

la yedra que colgaba en derredor

daba sombra al escudo en que una mano

tenía un corazón.

A contemplarle en la desierta plaza

nos paramos los dos:

y, ése, me dijo, es el cabal emblema

de mi constante amor.

¡Ay! es verdad lo que me dijo entonces:

verdad que el corazón

lo llevará en la mano... en cualquier parte...

pero en el pecho no.

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