«Antes de cometer el acto que, correcta o equivocadamente, he decidido, y presentándome ante mi Hacedor para ser juzgado, yo, James R. Colston, considero mi deber como periodista hacer una declaración pública. Creo que mi nombre es tolerablemente bien conocido por la gente como escritor de relatos trágicos, pero ni la más sombría imaginación concibió nunca nada tan trágico como mi propia vida e historia. No en los incidentes: mi vida ha estado desprovista de aventura y acción. Pero mi historia mental ha estado repleta de experiencias como el asesinato y la condenación. No las volveré a contar aquí: algunas de ellas están escritas y dispuestas a ser publicadas en diversos lugares. El objetivo de estas líneas es explicar a quien pueda estar interesado que mi muerte es voluntaria: es un acto que yo mismo he decidido. Moriré a las doce de la noche del quince de julio: un aniversario significativo para mí, pues en ese día y a esa hora mi amigo en el tiempo y la eternidad, Charles Breede, juró ante mí con el mismo acto que por su fidelidad a nuestra promesa ahora me obliga a mí. Se quitó la vida en su pequeña casa de los bosques de Copeton. Dieron el habitual veredicto de "locura temporal'. Si hubiera testificado yo en la investigación, y hubiera dicho todo lo que sabía, ¡me habrían considerado loco!»
Venía después un pasaje más largo que el hombre leyó sólo para sí mismo. El resto, volvió a leerlo en voz alta.
«Me queda todavía una semana de vida para disponer mis asuntos mundanos y prepararme para el gran cambio. Es suficiente, pues mis asuntos son escasos y hace ya cuatro años que la muerte se convirtió para mí en una obligación imperativa.
»El escrito estará junto a mi cuerpo; ruego el favor, al que lo encuentre, de que lo entregue al juez. »
James R. Colston
»Posdata: Willard Marsh, en este fatal día quince de julio, le he entregado este manuscrito para que sea abierto y leído en las condiciones acordadas y en el lugar que yo designé. Renuncio a mi intención de mantenerlo junto a mi cuerpo para explicar la forma de mi muerte, que no es importante. Servirá para explicar la forma de la suya. Tengo que ir a buscarle durante la noche para asegurarme de que ha leído el manuscrito. Me conoce lo suficiente para saber que acudiré. Pero amigo mío, eso será después de las doce de la noche. ¡Que Dios tenga piedad de nuestras almas!
J. R. C.»
Antes de que el hombre que estaba leyendo el manuscrito lo hubiera terminado, habían recogido y encendido la vela. Cuando el lector terminó, acercó tranquilamente el papel a la llama y, a pesar de las protestas de los demás, lo sostuvo allí hasta que se convirtió en cenizas. El hombre que lo hizo, y que después aguantó plácidamente una severa reprimenda del juez, era un yerno del fallecido Charles Breede. En la investigación nadie pudo sacarle un relato inteligente de lo que contenía aquel papel.