Al lector

En 1914, pocas semanas antes del principio de la gran guerra europea, se publicó este libro.

Llevaba yo seis años sin escribir novelas. El público consideraba mis obras anteriores como si fuesen las de un autor muerto que ya no puede añadir nada nuevo á su creación novelesca. Los lectores constantes y fieles que sentían algunas veces la curiosidad de saber qué había sido de Blasco Ibáñez, quedaban indecisos, como si oyesen una respuesta inverosímil, al contestarles otros mejor enterados: «Ahora hace vida de gaucho en las soledades de la Patagonia».

Esta resolución absurda de abandonar la producción novelesca después de una continua laboriosidad premiada por la simpatía del público, este deseo voluntario de quedar al margen de la vida literaria sin miedo al olvido, fueron lógicamente la causa de que mi nombre empezase á sonar cada año menos y mis obras fuesen consideradas como las de un muerto «que no puede volver».

Y cuando al fin resucité con LOS ARGONAUTAS, como si no fuesen bastantes los obstáculos de la indiferencia y el olvido creados por mí mismo, surgió inesperadamente la gran guerra, absorbiéndolo todo, cortando la vida de la humanidad en dos períodos, suprimiendo como deleznable y sin interés todo lo que días antes era considerado de una importancia trascendental.

Un libro venido al mundo en tan adversas circunstancias debía nacer muerto. Y casi resulta milagro que no fuese así. En los primeros meses de su vida, LOS ARGONAUTAS, al pasar por los escaparates de las librerías, consiguió llamar la atención de algunos compradores, pero casi nadie habló del libro en letras de molde. Este silencio nada tuvo de excepcional. Los periódicos y las gentes sólo se preocupaban entonces de una gran novela de acción, interesantísima, con cinco millones de protagonistas más ó menos obscuros, á la que ha dado después la Historia el título definitivo de «La primera batalla del Marne». ¡Quién iba á prestar atención en tales momentos á una novela sobre la América de habla española!...

En los años sucesivos, los lectores hispano-americanos, á pesar de las peripecias de la guerra, empezaron á mostrar interés por LOS ARGONAUTAS, y la novela casi muerta al nacer se reanimó y robusteció, hasta adquirir tanto vigor como muchas de sus hermanas.

LOS ARGONAUTAS no merece en absoluto el título de novela. Le falta para esto la condición de ser un relato completo, independiente, con vida propia; una historia novelesca con un final. Dejé este libro sin terminar, voluntariamente, porque deseaba que fuese el prólogo de una serie de novelas, el atrio que debía atravesar el lector para ir penetrando en una sucesión de salones, ó más claramente dicho, en otras novelas, basadas en la vida de los pueblos americanos de origen español.

En LOS ARGONAUTAS hice aparecer personajes nuevos, muchos de ellos simples tipos secundarios que se limitan á pasar por su fondo, pero estaban destinados á ser protagonistas de otras novelas posteriores. Embarqué al bohemio Maltrana, triste héroe de La horda, que cruza luego rápidamente el escenario de La maja desnuda, para que corriese América, como en otros siglos corrió Gil Blas las ciudades y caminos de la vieja España.

Pero surgió la guerra que tantas cosas ha cortado y trastornado, y mi serie de novelas americanas quedó en el olvido. Sentí como todos la atracción de la tragedia europea, y produje Los cuatro jinetes del Apocalipsis, Mare nostrum y Los enemigos de la mujer.

De la obra enorme que proyectaba sólo existe la columnata del atrio, la novela-prólogo, LOS ARGONAUTAS, como una cosa informe y sin terminar. El resto del terreno sobre el cual iba á elevarse el edificio lo veo cubierto de ruinas. Los antiguos materiales de construcción ya no sirven; los andamiajes están roídos por el tiempo. Todas las observaciones que hice durante mi vida en América las he olvidado ó las juzgo ahora sin novedad. Además, los años modifican nuestras ideas, y si vuelvo á acometer la construcción de este edificio novelesco, será con nuevos planos.

Mi idea primitiva era hacer varias novelas de cada república americana; llevar mis personajes de una á otra nación. Mis cuentos El automóvil del general—en el que reaparece Maltrana—, El comediante Fonseca y otros, son como sillares que estaban destinados á formar parte del antiguo edificio, y he empleado luego para una obra reducida é independiente.

Tal vez vuelva algún día á mi antiguo plan, pero las novelas americanas-españolas que escriba en lo futuro tendrán vida aparte, existirán por ellas mismas, sin necesitar apoyarse unas en otras. Así llevo producidas ya La tierra de todos y La reina Calafia.

Bien podría ser que algunas de las novelas futuras viniesen á unirse con LOS ARGONAUTAS, por continuar la vida de ciertos personajes que aparecen en dicha obra. También puede ocurrir que esta novela-prólogo no tenga nunca continuación y quede para siempre como un trozo de edificio aislado y abierto á todos los vientos; construcción incomprensible para los que no hayan leído las presentes líneas y sólo vean sus enormes puertas de entrada detrás de las cuales existe el vacío.

De todos modos, LOS ARGONAUTAS, aun siendo una novela incompleta, siempre ofrecerá para algunos lectores el atractivo de lo mucho que he amontonado en ella.

«Amontonado», esa es la palabra exacta. El mayor aliciente del presente libro es al mismo tiempo su más considerable y visible defecto, que yo soy el primero en reconocer.

Me lancé á escribir LOS ARGONAUTAS después de ocho años de continuas é incesantes lecturas, buscando todo lo concerniente á la gran epopeya del descubrimiento y conquista de América. Llevaba además seis años sin haber escrito nada, y como tenía mucho que decir y mi largo descanso como escritor me proporcionaba una facilidad de pluma y un entusiasmo verdaderamente peligrosos, produje una novela voluminosa, la más larga y prolija de todas las mías.

Sus personajes no se cansan nunca de hablar. Es verdad que durante las monotonías y los ocios de las navegaciones largas, hasta los más taciturnos acaban por volverse charlatanes. Pero estos hijos de mi imaginación ¡tenían tantas cosas que decir!... ¡su padre había estado tantos años en silencio, rellenándose de lecturas!... Todavía al terminar el libro creí haberme quedado corto, lamentando no poder introducir en él numerosas observaciones que seguramente serán empleadas en otras de mis novelas.

En resumen, LOS ARGONAUTAS, como volumen impreso, es doble que mis otros libros; como novela, contiene materia sólida para fabricar las bases de tres ó cuatro novelas más.

Sé bien el enorme defecto que representa en la literatura novelesca la exuberancia de doctrinas, la exagerada cantidad de ideas, el exceso de cultura en el autor. Este no debe olvidar nunca que es ante todo un instintivo, un sentimental... lo que el vulgo rotula con el expresivo y vago nombre de «un artista».

Recuerdo á mi difunto amigo el gran novelador francés Paul Adam. Nadie estuvo dotado como él de condiciones naturales para la novela. Era, como dijo Remy de Gourmont, «una fuerza de la Naturaleza». Pero sabía demasiado, sufría la curiosidad insaciable del que ama la lectura por ella misma, y todo lo que descubría lo colocaba en sus obras. Estas nos admiran á «los del oficio», pero al público le parecieron siempre excesivas y obscuras, huyendo de ellas con frecuencia.

«Sabe demasiado para novelista», decía de él Emilio Zola.

Con mi larga experiencia de productor de novelas, tengo por axiomática esta verdad. El novelista no debe ser un ignorante de genio, un puro instintivo. Para reproducir con arte personal la realidad de la vida hay que unir el estudio á la observación; ayudar lo que hemos visto y pensado nosotros con lo que vieron y pensaron antes otros autores. Pero debe huirse igualmente del peligro de una cultura excesiva. Como en todas las acciones humanas, el secreto del éxito reside en el equilibrio, en la dosificación exacta de los elementos contradictorios.

No me arrepiento de haber hecho el presente libro tal como lo hice; pero si tuviera que escribirlo otra vez sería menos voluminoso, y con los materiales históricos y las opiniones personales que figuran en él tendría suficiente para labrar con desahogo los cimientos de tres ó cuatro novelas.

Muchas veces me han preguntado en interrogatorios periodísticos y en conversaciones particulares cual es de todas mis novelas la que me parece mejor, y contesté siempre:

—La próxima; la que estoy escribiendo, pues si no la creyese la mejor me faltaría entusiasmo para terminarla.

Ahora, al hablar con el lector anónimo, puedo hacer la confesión que tantas veces me pidieron. De todas mis novelas, es LOS ARGONAUTAS la que más aprecio.

Por desgracia, la mayor parte de los lectores no han hecho viajes marítimos, no conocen la vida á bordo de un trasatlántico, y les es imposible comprender esta predilección.

Además, de todo lo que llevo escrito, es el primer capítulo de LOS ARGONAUTAS lo único que puedo volver á leer sin esfuerzo, y muchas veces su lectura ha humedecido mis ojos.

Yo sé por qué, y no quiero decir más.

V.B.I

1923

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