¿Quién podría cantar en lugar mío que tengo y gozo todo cuanto ansío? Ven, pues, Amor, razón de mi ventura, de la esperanza y de toda alegría, ven conmigo a cantar no de suspiros, penas y amargura, que ahora me es dulce lo que fue agonía, sino de este brillar del fuego en cuyas llamas quiero estar adorándote a ti como a dios mío.
Tú ante los ojos me trajiste, Amor, cuando en tu fuego ardí por vez primera, a uno de tal talante que en beldad y osadía, y en valor, otro mejor jamás se encontraría, ni aún otro semejante; y tanto me inflamó que en este instante feliz te estoy cantando, señor mío.
Y este que es para mí sumo placer y que me quiere cuanto yo le quiero Amor, por tu merced, por lo que en este mundo mi querer tengo y gozar de paz en otro espero; y pues le guardo fe que aun a su reino Dios, que esto lo ve, por su bondad nos llevará confío.
Después de ésta, otras muchas se cantaron y se bailaron muchas danzas y se tocaron distintas músicas; pero juzgando la reina que era tiempo de tener que irse a descansar, con las antorchas por delante cada uno a su cámara se fueron, y durante los dos días siguientes atendiendo a aquellas cosa que la reina había hablado, esperando con deseo la llegada del domingo.
TERMINA LA SEGUNDA JORNADA