Conclusión

Si las primeras historias los pechos de las anhelantes señoras habían entristecido, esta última de Dioneo las hizo reír tanto, y especialmente cuando dijo que el magistrado había enganchado el garfio, que pudieron sentirse recompensadas de las tristezas sentidas con las otras. Pero viendo el rey que el sol comenzaba a ponerse amarillo y que era llegado el término de su señorío, con muy placenteras palabras se excusó con las hermosas señoras de lo que había hecho; es decir, de haber hecho hablar de un asunto tan cruel como es el de la infelicidad de los amantes, y hecha la excusa se levantó y de la cabeza se quitó el laurel y, esperando las señoras a ver a quién iba a ponérselo, placenteramente sobre la cabeza rubísima de Fiameta lo puso, diciendo:

—Te pongo esta corona como a quien, mejor que ninguna otra, de la dura jornada de hoy con la de mañana sabrás consolar a estas compañeras nuestras.

Fiameta, cuyos cabellos eran crespos, largos y de oro, y sobre los cándidos y delicados hombros le caían, y el rostro redondito con un verdadero color de blancos lirios y de bermejas rosas mezclados todo esplendoroso, con dos ojos en la cara que parecían de un halcón peregrino y con una boquita pequeñita cuyos labios parecían dos pequeños rubíes, sonriendo contestó:

—Filostrato, yo la acepto de buena gana, y para que mejor veas lo que has hecho, desde ahora mando y ordeno que todos se preparen para contar mañana lo que a algún amante, luego de algunos duros o desventurados accidentes, le hubiera sucedido de feliz.

La cual proposición plugo a todos; y ella, haciendo venir al senescal y habiendo dispuesto con él las cosas necesarias, a toda la compañía, levantándose, hasta la hora de la cena dio alegremente licencia.

Ellos, pues, parte por el jardín, cuya hermosura no era de las que cansa pronto, y parte por los molinos que fuera de él daban vueltas, y quién por aquí y quién por allí, a gustar según los distintos apetitos diversos deleites se dieron hasta la hora de la cena. Venida la cual, recogiéndose todos, como tenían por costumbre, junto a la hermosa fuente, a bailar y a cantar se pusieron, y dirigiendo Filomena la danza, dijo la reina:

—Filostrato, yo no pretendo apartarme de mis predecesores, sino, como ellos han hecho, entiendo que obedeciéndome se cante una canción; y porque estoy cierta de que tus canciones son como tus novelas, para no tener más días turbados con tus infortunios, queremos que una nos cantes como más te plazca.

Filostrato repuso que de grado, y sin demora comenzó a cantar de tal guisa:

Con lagrimas demuestro cuánta amargura siente, y qué dolor, el traicionado corazón, Amor.

Amor, amor, cuando primeramente pusiste en él a quien me mueve al llanto sin esperar salud, tan llena la mostraste de virtud que leve yo creí cualquier quebranto que embargase mi mente, ya mártir y doliente por causa tuya, pero bien mi error conozco ahora, y no sin gran dolor.

Me ha mostrado mi engaño el verme abandonado por aquella en quien sólo esperaba: que cuando, triste, yo creí que estaba más en su gracia y la servía a ella, sin pensar en el daño que sentiría hogaño, vi que la calidad de otro amador dentro acogía y yo perdí el favor.

Cuando me vi por ella desdeñado nació en mi corazón el doloroso llanto que lloro ahora; y mucho he maldecido el día y la hora en que primero vi el rostro amoroso de alba belleza ornado y muy mucho infamado, mi confianza, esperanza y ardor va maldiciendo mi alma en su dolor.

Cuán sin consuelo sea mi quebranto, señor, puedes sentirlo, pues te llamo con voz que se lamenta y te digo que tanto me atormenta que por menor martirio muerte clamo: venga, y la vida tanto anegada en su llanto termine con su golpe, y mi furor a donde vaya sentiré menor.

Ni otro camino ni otra salvación le queda sino muerte a mí afligida vida: dámela, Amor, pronto y con ella acaba mi amargor y al corazón despoja de tal vida.

¡Hazlo, ay, que sin razón se me ha quitado mi consolación! Hazla feliz con mi muerte, señor, como la has hecho con nuevo amador.

Balada mía, si otros no te aprenden me da igual, porque no sabrá la gente igual que yo cantarte; un trabajo tan sólo quiero darte a Amor encuentra, a él tan solamente cuánto me es enojosa esta vida angustiosa di claramente, y ruega que a mejor puesto la lleve para hacerse honor.

Demostraron las palabras de esta canción asaz claramente cuál era el ánimo de Filostrato, y la ocasión; y tal vez más declarado lo habría el aspecto de tal señora que estaba danzando, si las tinieblas de la llegada noche el rubor de su rostro no hubieran escondido. Pero luego de que él la hubo puesto fin, muchos otros cantares hubo hasta que llegó la hora de irse a dormir; por lo que, mandándolo la reina, cada uno en su cámara se recogió.

TERMINA LA CUARTA JORNADA

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