Cuánto se rió de esta historia, mejor entendida por las mujeres de lo que Dioneo quería, piénselo quien ahora se esté riendo. Pero habiendo terminado la historia y comenzando ya el sol a templarse, y conociendo la reina que el final de su gobierno había venido, poniéndose en pie y quitándose la corona, se la puso a Pánfilo en la cabeza, el cual sólo con tal honor faltaba de ser honrado; y sonriendo dijo:
—Señor mío, gran carga te queda, como es tener que enmendar mis faltas y las de los otros que el lugar han ocupado que tú ocupas, siendo el último; para lo que Dios te dé gracia, como me la ha prestado a mí en hacerte rey.
Pánfilo, alegremente recibido el honor, repuso:
—Vuestra virtud y de mis otros súbditos hará de manera que yo sea, como lo han sido los demás, alabado.
Y según la costumbre de sus predecesores, con el mayordomo habiendo dispuesto las cosas oportunas, a las señoras que esperaban se volvió y dijo:
—Enamoradas señoras, la discreción de Emilia, que ha sido nuestra reina este día, para dar algún descanso a vuestras fuerzas os dio la libertad de hablar sobre lo que más os pluguiese; por lo que, estando ya reposadas, pienso que está bien volver a la ley acostumbrada, y por ello quiero que mañana cada una de vosotras piense en discurrir sobre esto: sobre quien liberal o magníficamente en verdad haya obrado algo en asuntos de amor o de otra cosa. Así, esto diciendo y haciendo, sin ninguna duda a vuestros ánimos bien dispuestos moverá a obrar valerosamente, para que nuestra vida, que no puede ser sino breve en el cuerpo mortal, se perpetúe en la loable fama; lo que todos los que no sólo sirven al vientre (a guisa de lo que hacen los animales) deben no solamente desear, sino buscar y poner en obra con todo empeño.
El tema plugo a la alegre compañía, la cual con licencia del nuevo rey, levantándose, a los acostumbrados entretenimientos se entregó, cada uno según aquello a lo que más por su gusto era atraído; y así hicieron hasta la hora de la cena. Llegados a la cual con fiesta, y servidos diligentemente con orden, luego del fin de ella se levantaron para bailar las danzas acostumbradas, y más de mil cancioncillas más entretenidas de palabras que consumadas en el canto habiendo cantado, mandó el rey a Neifile que cantase una en su nombre; la cual con voz clara y alegre, así placenteramente y sin dilación comenzó:
Yo soy muy jovencita, y de buen grado me alegro y canto en la estación florida merced a Amor y al pensar extasiado.
Voy por los verdes prados contemplando las flores blancas, gualdas y encarnadas, las rosas sobre espinas levantadas, los lirios, y los voy relacionando con el rostro de aquel a cuyo mando porque me ama estaré siempre rendida sin tener más deseo que su agrado.
Y cuando alguna encuentro por mi vía que me recuerda por demás a él, yo la cojo y la beso y le hablo de él, y tal cual soy, así el ánima mía le abro entera y le cuento mi porfía; luego, con las demás entretejida, de mis rubios cabellos es tocado.
Y ese placer que suele dar la flor a la mirada, el mismo a mí me dona, como si viese a la propia persona que me ha inflamado con su suave amor, pero al que llega a causarme su olor mi palabra no acierta a darle vida y con suspiros será divulgado.
Los cuales, en mi pecho al levantarse, no son, como en las otras damas, graves sino que salen cálidos y suaves y ante mi amor van a manifestarse; quien, al oírlos, viene a presentarse donde estoy, cuando pienso conmovida: «¡No me aflijas y ven pronto a mi lado!».
Mucho fue por el rey y por todas las señoras alabada la cancioncilla de Neifile; después de la cual, porque ya había pasado parte de la noche, mandó el rey a todos que hasta el día se fuesen a descansar.
TERMINA LA NOVENA JORNADA