Conclusión

Estaba Céfiro siendo levantado por el sol que al poniente se avecinaba cuando el rey, terminada su historia y no quedándole nada por decir, quitándose la corona de la cabeza, sobre la cabeza la puso de Laureta, diciendo:

—Señora, con vos misma os corono reina de nuestra compañía; aquello que de ahora en adelante creáis que sea placer y consuelo de todos, como señora mandaréis —y volvió a sentarse.

Laureta, hecha reina, hizo llamar al senescal, a quien ordenó que mandase que en el placentero valle un tanto antes de lo acostumbrado se pusiesen las mesas, para que después con tiempo se pudiera volver a la casa; y luego, lo que tenía que hacer mientras su gobierno durase, le expuso. Luego, vuelta a la compañía, dijo:

—Dioneo quiso ayer que hoy se hablase de las burlas que las mujeres hacen a sus maridos; y si no fuese que yo no quiero mostrar ser de casta de can gruñidor, que incontinenti quiere vengarse, diría yo que mañana se razonase sobre las burlas que los hombres hacen a sus mujeres. Pero dejando esto, digo que cada uno piense en contar burlas de esas que todos los días o la mujer al hombre o el hombre a la mujer, o un hombre a otro hombre hacen; y creo que sobre esto será no menos placentero razonar que ha sido hoy.

Y dicho esto, poniéndose en pie, hasta la hora de la cena licenció a la compañía.

Levantándose, pues, las señoras y los hombres por igual, algunos de ellos, descalzos, comenzaron a andar por el agua clara y otros entre los bellos y derechos árboles sobre el verde prado se andaban entreteniendo. Dioneo y Fiameta un buen rato cantaron juntos sobre Arcita y Palemón ; y así, en varios y diversos deleites recreándose, el tiempo hasta la hora de la cena con grandísimo placer pasaron; venida la cual, y a lo largo del pequeño piélago puestas las mesas, allí al canto de mil pájaros, refrescados siempre por un aura suave que de aquellas montañitas de alrededor nacía, sin ninguna mosca, reposadamente y con alegría cenaron. Y levantadas las mesas, luego de que algún tiempo por el placentero valle hubieron dado vueltas, estando ahora el sol alto a medio crepúsculo, como plugo a su reina, hacia su acostumbrada morada con lento paso volvieron a ponerse en camino, y bromeando y charlando de mil

cosas, tanto de las que durante el día se había hablado como de otras, a la hermosa casa, bastante cerca de la noche, llegaron. Donde con fresquísimos vinos y con dulces alejando la fatiga del escaso camino, en torno de la bella fuente ahora rompieron a danzar, unas veces al son de la cornamusa de Tíndaro y otras a otros sones carolando; pero al final la reina ordenó a Filomena que cantase una canción, la cual comenzó así.

¡Ay de mi infeliz vida! ¿Alguna vez podría regresar al lugar del que fui desposeída?

No estoy segura, y es tan ardoroso el afán de mi pecho por retornar a do vivir solía, oh caro bien, oh mi único reposo, que me tiene maltrecho.

¡Ah, dime tú, que no preguntaría a otro, ni sabría! Ah, señor mío, házmelo esperar, que es el consuelo de mi alma afligida.

No sé bien repetir cuál fue el placer que me tiene infamada sin poder descansar noche ni día, porque el sentir, el escuchar y el ver, con fuerza desusada, cada uno en su hoguera me encendía, donde ardo todavía: y sólo tú me puedes animar y devolverme la virtud perdida.

¡Ah, dime tú si ocurrirá algún día que te encuentre quizás donde los ojos que causan mi duelo; dímelo, caro bien, dulce alma mía, dime cuándo vendrás, que al decir «Pronto» ya me das consuelo; pase el tiempo en un vuelo que he de esperarte, y largo sea tu estar, para curarme, que es grande mi herida!

Si sucede que alguna vez te tenga no sé si seré loca como antes fui y te dejaré partir, te retendré, y que venga lo que venga, pues de la dulce boca mi deseo se debe bien nutrir; no más quiero decir; así, ven pronto, venme ya a abrazar, que con pensarlo el canto cobra vida.

Juzgar hizo esta canción a toda la compañía que un nuevo y placentero amor a Filomena asediase; y porque por sus palabras parecía que más hubiera probado de él que la sola vista, teniéndola por muy feliz, envidia le tuvieron algunos de los que allí estaban. Pero luego de que su canción hubo terminado, acordándose la reina de que el día siguiente era viernes, así a todos placenteramente dijo:

—Sabéis, nobilísimas señoras, y vosotros jóvenes, que mañana es el día que a la pasión de Nuestro Señor está consagrado, el cual, si bien os acordáis, devotamente celebramos siendo reina Neifile; y las entretenidas narraciones suspendimos; y lo mismo hicimos el sábado subsiguiente. Por lo que, queriendo el buen ejemplo dado por Neifile seguir, estimo que honesta cosa sea que mañana y el día siguiente, como los pasados días hicimos, nos abstengamos de nuestro deleitoso novelar, trayendo a la memoria lo que en semejantes días por la salvación de nuestras almas sucedió.

Plugo a todos el devoto hablar de su reina; por la cual dados licencia, habiendo ya pasado buen pedazo de la noche, todos se fueron a reposar.

TERMINA LA SÉPTIMA JORNADA

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