Acto III TERCER ACTO

(En la torre)

Sale CLARÍN

CLARÍN: En una encantada torre,

por lo que sé, vivo preso.

¿Qué me harán por lo que ignoro

si por lo que sé me han muerto?

¡Que un hombre con tanta hambre

viniese a morir viviendo!

Lástima tengo de mí.

Todos dirán: "bien lo creo;"

y bien se puede creer,

pues para mí este silencio

no conforma con el nombre

Clarín, y callar no puedo.

Quien me hace compañía

aquí, si a decirlo acierto,

son arañas y ratones.

¡Miren qué dulces jilgueros!

De los sueños de esta noche

la triste cabeza tengo

llena de mil chirimías,

de trompetas y embelecos,

de procesiones, de cruces,

de disciplinantes; y éstos

unos suben, otros bajan,

otros se desmayan, viendo

la sangre que llevan otros;

mas yo, la verdad diciendo,

de no comer me desmayo;

que en esta prisión me veo,

donde ya todos los días

en el filósofo leo

Nicomedes, y las noches

en el concilio Niceno.

Si llaman santo al callar,

como en calendario nuevo

San Secreto es para mí,

pues le ayuno y no le huelgo;

aunque está bien merecido

el castigo que padezco,

pues callé, siendo crïado,

que es el mayor sacrilegio.

Ruido de cajas y gente, y dicen dentro

SOLDADO 1º: Ésta es la torre en que está.

Echad la puerta en el suelo;

entrad todos.

CLARÍN: ¡Vive Dios!

Que a mí me buscan, es cierto,

pues que dicen que aquí estoy.

¿Qué me querrán?

Salen los soldados que pudieren

SOLDADO 1º Entrad dentro.

SOLDADO 2º: Aquí está.

CLARÍN: No está.

TODOS: Señor...

CLARÍN: (¿Si vienen borrachos éstos?) Aparte

SOLDADO 2º: Tú nuestro príncipe eres.

Ni admitimos ni queremos

sino al señor natural,

y no príncipe extranjero.

A todos nos da los pies.

TODOS: ¡Viva el gran príncipe nuestro!

CLARÍN: (¡Vive Dios, que va de veras! Aparte

¿Si es costumbre en este reino

prender uno cada día

y hacerle príncipe, y luego

volverle a la torre? Sí,

pues cada día lo veo;

fuerza es hacer mi papel).

TODOS: Danos tus plantas.

CLARÍN: No puedo,

porque las he menester

para mí, y fuera defecto

ser príncipe desplantado.

SOLDADO 1º: Todos a tu padre mismo

le dijimos que a ti solo

por príncipe conocemos,

no al de Moscovia.

CLARÍN: ¿A mi padre

le perdisteis el respeto?

Sois unos tales por cuales.

SOLDADO 1º: Fue lealtad de nuestros pechos.

CLARÍN: Si fue lealtad, yo os perdono.

SOLDADO 2º: Sal a restaurar tu imperio.

¡Viva Segismundo!

TODOS: ¡Viva!

CLARÍN: (¿Segismundo dicen? ¡Bueno! Aparte

Segismundo llaman todos

los príncipes contrahechos).

Sale SEGISMUNDO

SEGISMUNDO: ¿Quién nombra aquí a Segismundo?

CLARÍN: (¡Mas que soy príncipe huero!) Aparte

SOLDADO 2º: ¿Quién es Segismundo?

SEGISMUNDO: Yo.

SOLDADO 2º: ¿Pues, cómo, atrevido y necio,

tú te hacías Segismundo?

CLARÍN: ¿Yo Segismundo? Eso niego,

que vosotros fuisteis quien

me segismundeasteis, luego

vuestra ha sido solamente

necedad y atrevimiento.

SOLDADO 1º: Gran príncipe Segismundo

-que las señas que traemos

tuyas son, aunque por fe

te aclamamos señor nuestro-,

tu padre, el gran rey Basilio,

temeroso que los cielos

cumplan un hado, que dice

que ha de verse a tus pies puesto,

vencido de ti, pretende

quitarte acción y derecho

y dársela a Astolfo, duque

de Moscovia. Para esto

juntó su corte, y el vulgo,

penetrando ya, y sabiendo

que tiene rey natural,

no quiere que un extranjero

venga a mandarle. Y así,

haciendo noble desprecio

de la inclemencia del hado,

te ha buscado donde preso

vives, para que valido

de sus armas, y saliendo

de esta torre a restaurar

tu imperial corona y cetro,

se la quites a un tirano.

Sal, pues; que en ese desierto,

ejército numeroso

de bandidos y plebeyos

te aclama. La libertad

te espera. Oye sus acentos.

DENTRO: ¡Viva Segismundo, viva!

SEGISMUNDO: ¿Otra vez? ¿Qué es esto cielos?

¿Queréis que sueñe grandezas

que ha de deshacer el tiempo?

¿Otra vez queréis que vea

entre sombras y bosquejos

la majestad y la pompa

desvanecida del viento?

¿Otra vez queréis que toque

el desengaño o el riesgo

a que el humano poder

nace humilde y vive atento?

Pues no ha de ser, no ha de ser.

Miradme otra vez sujeto

a mi fortuna; y pues sé

que toda esta vida es sueño,

idos, sombras, que fingís

hoy a mis sentidos muertos

cuerpo y voz, siendo verdad

que ni tenéis voz ni cuerpo;

que no quiero majestades

fingidas, pompas no quiero,

fantásticas ilusiones

que al soplo menos ligero

del aura han de deshacerse,

bien como el florido almendro,

que por madrugar sus flores,

sin aviso y sin consejo,

al primero soplo se apagan,

marchitando y desluciendo

de sus rosados capullos

belleza, luz y ornamento.

Ya os conozco, ya os conozco,

y sé que os pasa lo mismo

con cualquiera que se duerme;

para mí no hay fingimientos;

que, desengañado ya,

sé bien que la vida es sueño.

SOLDADO 2º: Si piensas que te engañamos,

vuelve a ese monte soberbio

los ojos, para que veas

la gente que aguarda en ellos

para obedecerte.

SEGISMUNDO: Ya

otra vez vi aquesto mesmo

tan clara y distintamente

como agora lo estoy viendo,

y fue sueño.

SOLDADO 2º: Cosas grandes

siempre, gran señor, trujeron

anuncios; y esto sería,

si lo soñaste primero.

SEGISMUNDO: Dices bien. Anuncio fue

y caso que fuese cierto,

pues la vida es tan corta,

soñemos, alma, soñemos

otra vez; pero ha de ser

con atención y consejo

de que hemos de despertar

de este gusto al mejor tiempo;

que llevándolo sabido,

será el desengaño menos;

que es hacer burla del daño

adelantarle el consejo.

Y con esta prevención,

de que cuando fuese cierto,

es todo el poder prestado

y ha de volverse a su dueño,

atrevámonos a todo.

Vasallos, yo os agradezco

la lealtad; en mí lleváis

quien os libre, osado y diestro,

de extranjera esclavitud.

Tocad al arma, que presto

veréis mi inmenso valor.

Contra mi padre pretendo

tomar armas, y sacar

verdaderos a los cielos.

Presto he de verle a mis plantas...

(Mas si antes de esto despierto, Aparte

¿no será bien no decirlo,

supuesto que no he de hacerlo?)

TODOS: ¡Viva Segismundo, viva!

Sale CLOTALDO[editar]

CLOTALDO: ¿Qué alboroto es éste, cielos?

SEGISMUNDO: Clotaldo.

CLOTALDO: Señor... (En mí Aparte

su rigor prueba).

CLARÍN: (Yo apuesto Aparte

que le despeña del monte).

Vase CLARÍN

CLOTALDO: A tus reales plantas llego,

ya sé que a morir.

SEGISMUNDO: Levanta,

levanta, padre, del suelo;

que tú has de ser norte y guía

de quien fíe mis aciertos;

que ya sé que mi crianza

a tu mucha lealtad debo.

Dame los brazos.

CLOTALDO: ¿Qué dices?

SEGISMUNDO: Que estoy soñando, y que quiero

obrar bien, pues no se pierde

obrar bien, aun entre sueños.

CLOTALDO: Pues, señor, si el obrar bien

es ya tu blasón, es cierto

que no te ofenda el que yo

hoy solicite lo mesmo.

¡A tu padre has de hacer guerra!

Yo aconsejarte no puedo

contra mi rey, ni valerte.

A tus plantas estoy puesto;

dame la muerte.

SEGISMUNDO: ¡Villano,

traidor, ingrato! (Mas, ¡cielos!, Aparte

reportarme me conviene,

que aún no sé si estoy despierto).

Clotaldo, vuestro valor

os envidio y agradezco.

Idos a servir al rey

que en el campo nos veremos.

Vosotros, tocad al arma.

CLOTALDO: Mil veces tus plantas beso.

SEGISMUNDO: A reinar, Fortuna, vamos;

no me despiertes, si duermo,

y si es verdad, no me duermas.

Mas, sea verdad o sueño,

obrar bien es lo que importa.

Si fuere verdad, por serlo;

si no, por ganar amigos

para cuando despertemos.

Vanse y tocan al arma

(Salón del palacio real)

Salen el rey BASILIO y ASTOLFO

BASILIO: ¿Quién, Astolfo, podrá parar prudente

la furia de un caballo desbocado?

¿Quién detener de un río la corriente

que corre al mar soberbio y despeñado?

¿Quién un peñasco suspender, valiente,

de la cima de un monte desgajado?

Pues todo fácil de parar ha sido

y un vulgo no, soberbio y atrevido.

Dígalo en bandos el rumor partido,

pues se oye resonar en lo profundo

de los montes el eco repetido;

unos ¡Astolfo!, y otros ¡Segismundo!

El dosel de la jura, reducido

a segunda intención, a horror segundo,

teatro funesto es, donde importuna

representa tragedias la Fortuna.

ASTOLFO: Suspéndase, señor, el alegría;

cese el aplauso y gusto lisonjero

que tu mano feliz me prometía;

que si Polonia, a quien mandar espero,

hoy se resiste a la obediencia mía,

es porque la merezca yo primero.

Dadme un caballo, y de arrogancia lleno,

rayo descienda el que blasona trueno.

Vase ASTOLFO

BASILIO: Poco reparo tiene lo infalible,

y mucho riesgo lo previsto tiene;

y si ha de ser, la defensa es imposible

de quien la excusa más, más la previene.

¡Dura ley! ¡Fuerte caso! ¡Horror terrible!

quien piensa que huye el riesgo, al riesgo viene;

con lo que yo guardaba me he perdido;

yo mismo, yo mi patria he destruído.

Sale ESTRELLA

ESTRELLA: Si tu presencia, gran señor, no trata

de enfrenar el tumulto sucedido,

que de uno en otro bando se dilata,

por las calles y plazas dividido,

verás tu reino en ondas de escarlata

nadar, entre la púrpura teñido

de su sangre; que ya con triste modo,

todo es desdichas y tragedias todo.

Tanta es la ruina de tu imperio, tanta

la fuerza del rigor duro y sangriento,

que visto admira, y escuchado espanta;

el sol se turba y se embaraza el viento;

cada piedra un pirámide levanta,

y cada flor construye un monumento;

cada edificio es un sepulcro altivo,

cada soldado un esqueleto vivo.

Sale CLOTALDO

CLOTALDO: ¡Gracias a Dios que vivo a tus pies llego!

BASILIO: Clotaldo, ¿pues qué hay de Segismundo?

CLOTALDO: Que el vulgo, monstruo despeñado y ciego,

la torre penetró, y de lo profundo

de ella sacó su príncipe, que luego

que vio segunda vez su honor segundo,

valiente se mostró, diciendo fiero

que ha de sacar al cielo verdadero.

BASILIO: Dadme un caballo, porque yo en persona

vencer valiente a un hijo ingrato quiero;

y en la defensa ya de mi corona,

lo que la ciencia erró, venza el acero.

Vase el rey BASILIO

ESTRELLA: Pues yo al lado del sol seré Belona.

Poner mi nombre junto al tuyo espero;

que he de volar sobre tendidas alas

a competir con la deidad de Palas.

Vase ESTRELLA, y tocan al arma. Sale ROSAURA y detiene a CLOTALDO[editar]

ROSAURA: Aunque el valor que se encierra

en tu pecho, desde allí

da voces, óyeme a mí,

que yo sé que todo es guerra.

Ya sabes que yo llegué

pobre, humilde y desdichada

a Polonia, y amparada

de tu valor, en ti halle

piedad; mandásteme, ¡ay cielos!,

que disfrazada viviese

en palacio, y pretendiese

disimulando mis celos,

guardarme de Astolfo. En fin,

él me vio, y tanto atropella

mi honor, que viéndome, a Estrella

de noche habla en un jardín;

de éste la llave he tomado,

y te podré dar lugar

de que en él puedas entrar

a dar fin a mi cuidado.

Aquí, altivo, osado y fuerte,

volver por mi honor podrás,

pues que ya resuelto estás

a vengarme con su muerte.

CLOTALDO: Verdad es que me incliné

desde el punto que te vi,

a hacer, Rosaura, por ti

-testigo tu llanto fue-

cuanto mi vida pudiese.

Lo primero que intenté

quitarte aquel traje fue;

porque, si Astolfo te viese,

te viese en tu propio traje,

sin juzgar a liviandad

la loca temeridad

que hace del honor ultraje.

En este tiempo trazaba

cómo cobrar se pudiese

tu honor perdido, aunque fuese

-tanto tu honor me arrestaba-

dando muerte a Astolfo. ¡Mira

qué caduco desvarío!

Si bien, no siendo rey mío,

ni me asombra ni me admira.

Darle pensé muerte, cuando

Segismundo pretendió

dármela a mí, y él llegó

su peligro atropellando,

a hacer en defensa mía

muestras de su voluntad,

que fueron temeridad

pasando de valentía.

Pues ¿cómo yo agora -advierte-,

teniendo alma agradecida,

a quien me ha dado la vida

le tengo de dar la muerte?

Y así, entre los dos partido

el afecto y el cuidado,

viendo que a ti te la he dado,

y que de él la he recibido,

no sé a qué parte acudir,

no sé qué parte ayudar.

Si a ti me obligué con dar,

de él lo estoy con recibir,

y así, en la acción ofrece,

nada a mi amor satisface,

porque soy persona que hace,

y persona que padece.

ROSAURA: No tengo que prevenir

que en un varón singular,

cuanto es noble acción el dar,

es bajeza el recibir.

Y este principio asentado,

no has de estarle agradecido,

supuesto que si él ha sido

el que la vida te ha dado,

y tú a mí, evidente cosa

es que él forzó tu nobleza

a que hiciese una bajeza,

y yo una acción generosa.

Luego estás de él ofendido,

luego estás de mí obligado,

supuesto que a mí me has dado

lo que de él has recibido;

y así debes acudir

a mi honor en riesgo tanto,

pues yo le prefiero, cuanto

va de dar a recibir.

CLOTALDO: Aunque la nobleza vive

de la parte del que da,

el agradecerle está

de parte del que recibe;

y pues ya dar he sabido,

ya tengo con nombre honroso

el nombre de generoso;

déjame el de agradecido,

pues le puedo conseguir

siendo agradecido, cuanto

liberal, pues honra tanto

el dar como el recibir.

ROSAURA: De ti recibí la vida,

y tú mismo me dijiste,

cuando la vida me diste,

que la que estaba ofendida

no era vida; luego yo

nada de ti he recibido;

pues vida no vida ha sido

la que tu mano me dio.

Y si debes ser primero

liberal que agradecido

-como de ti mismo he oído-,

que me des la vida espero,

que no me la has dado; y pues

el dar engrandece más,

sé antes liberal; serás

agradecido después.

CLOTALDO: Vencido de tu argumento

antes liberal seré.

Yo, Rosaura, te daré

mi haciendo, y en un convento

vive; que está bien pensado

el medio que solicito;

pues huyendo de un delito,

te recoges a un sagrado,

que cuando tan dividido,

el reino desdichas siente,

no he de ser quien las aumente,

habiendo noble nacido.

Con el remedio elegido

soy con el reino leal,

soy contigo liberal,

con Astolfo, agradecido;

y así escogerle te cuadre,

quedándose entre los dos

que no hiciera, ¡vive Dios!,

más, cuando fuera tu padre.

ROSAURA: Cuando tú mi padre fueras,

sufriera esa injuria yo;

pero no siéndolo, no.

CLOTALDO: ¿Pues qué es lo que hacer esperas?

ROSAURA: Matar al duque.

CLOTALDO: ¿Una dama

que padres no ha conocido,

tanto valor ha tenido?

ROSAURA: Sí.

CLOTALDO: ¿Quién te alienta?

ROSAURA: ¡Mi fama!

CLOTALDO: Mira que a Astolfo has de ver...

ROSAURA: Todo mi honor lo atropella.

CLOTALDO: ...tu rey, y esposo de Estrella.

ROSAURA: ¡Vive Dios, que no ha de ser!

CLOTALDO: Es locura.

ROSAURA: Ya lo veo.

CLOTALDO: Pues véncela.

ROSAURA: No podré.

CLOTALDO: Pues perderás...

ROSAURA: Ya lo sé.

CLOTALDO: ...vida y honor.

ROSAURA: Bien lo creo.

CLOTALDO: ¿Qué intentas?

ROSAURA: Mi muerte.

CLOTALDO: Mira que ese es despecho.

ROSAURA: Es honor.

CLOTALDO: Es desatino.

ROSAURA: Es valor.

CLOTALDO: Es frenesí.

ROSAURA: Es rabia, es ira.

CLOTALDO: En fin, ¿que no se da medio

a tu ciega pasión.

ROSAURA: No.

CLOTALDO: ¿Quién ha de ayudarte?

ROSAURA: Yo.

CLOTALDO: ¿No hay remedio?

ROSAURA: No hay remedio.

CLOTALDO: Piensa bien si hay otros modos...

ROSAURA: Perderme de otra manera.

Vase ROSAURA[editar]

CLOTALDO: Pues si has de perderte, espera,

hija, y perdámonos todos.

Vase CLOTALDO

(Campo)

Tocan y salen, marchando, soldados, CLARÍN y SEGISMUNDO, vestido de pieles

SEGISMUNDO: Si este día me viera

Roma en los triunfos de su edad primera,

¡oh cuánto se alegrara

viendo lograr una ocasión tan rara

de tener una fiera

que sus grandes ejércitos rigiera,

a cuyo altivo aliento

fuera poca conquista el firmamento!

Pero el vuelo abatamos,

espíritu; no así desvanezcamos

aqueste aplauso incierto,

si ha de pesarme cuando esté despierto,

de haberlo conseguido

para haberlo perdido;

pues mientras menos fuere,

menos se sentirá si se perdiere.

Dentro suena un clarín

CLARÍN: En un veloz caballo

-perdóname, que fuerza es el pintallo

en viniéndome a cuento-,

en quien un mapa se dibuja atento,

pues el cuerpo es la tierra,

el fuego el alma que en el pecho encierra,

la espuma el mar, el aire su suspiro,

en cuya confusión un caos admiro;

pues en el alma, espuma, cuerpo, aliento,

monstruo es de fuego, tierra, mar y viento;

de color remendado,

rucio, y a su propósito rodado,

del que bate la espuela;

que en vez de correr, vuela;

a tu presencia llega

airosa una mujer.

SEGISMUNDO: Su luz me ciega.

CLARÍN: ¡Vive Dios, que es Rosaura!

Vase CLARÍN

SEGISMUNDO: El cielo a mi presencia la restaura.

Sale ROSAURA, con vaquero, espada y daga

ROSAURA: Generoso Segismundo,

cuya majestad heroica

sale al día de sus hechos

de la noche de sus sombras;

y como el mayor planeta,

que en los brazos de la Aurora

se restituye luciente

a las flores y a las rosas,

y sobre mares y montes,

cuando coronado asoma,

luz esparce, rayos brilla,

cumbres baña, espumas borda;

así amanezcas al mundo,

luciente sol de Polonia,

que a una mujer infelice,

que hoy a tus plantas se arroja,

ampares, por ser mujer

y desdichada; dos cosas,

que para obligar a un hombre

que de valiente blasona,

cualquiera de las dos basta,

de las dos cualquiera sobra.

Tres veces son las que ya

me admiras, tres las que ignoras

quién soy, pues las tres me has visto

en diverso traje y forma.

La primera me creíste

varón, en la rigurosa

prisión, donde fue tu vida

de mis desdichas lisonja.

La segunda me admiraste

mujer, cuando fue la pompa

de tu majestad un sueño,

una fantasma, una sombra.

La tercera es hoy, que siendo

monstruo de una especie y otra,

entre galas de mujer,

armas de varón me adornan.

Y porque, compadecido

mejor mi amparo dispongas,

es bien que de mis sucesos

trágicas fortunas oigas.

De noble madre nací

en la corte de Moscovia,

que, según fue desdichada,

debió de ser muy hermosa.

En ésta puso los ojos

un traidor, que no le nombra

mi voz por no conocerle,

de cuyo valor me informa

el mío; pues siendo objeto

de su idea, siento agora

no haber nacido gentil,

para persuadirme, loca,

a que fue algún dios de aquellos

que en Metamorfosis lloran

-lluvia de oro, cisne y toro-

Dánae, Leda y Europa.

Cuando pensé que alargaba,

citando aleves historias,

el discurso, halle que en él

te he dicho en razones pocas

que mi madre, persuadida

a finezas amorosas,

fue, como ninguna, bella,

y fue infeliz como todas.

Aquella necia disculpa

de fe y palabra de esposa

la alcanza tanto, que aun hoy

el pensamiento la cobra;

habiendo sido un tirano

tan Eneas de su Troya,

que la dejó hasta la espada.

Enváinese aquí su hoja,

que yo la desnudaré

antes que acabe la historia.

De éste, pues, mal dado nudo

que ni ata ni aprisiona,

o matrimonio o delito,

si bien todo es una cosa,

nací yo tan parecida,

que fui un retrato, una copia,

ya que en la hermosura no,

en la dicha y en las obras;

y así, no habré menester

decir que, poco dichosa,

heredera de fortunas,

corrí con ella una propia.

Lo más que podré decirte

de mí, es el dueño que roba

los trofeos de mi honor,

los despojos de mi honra.

Astolfo... ¡ay de mí!, al nombrarle

se encoleriza y se enoja

el corazón, propio efecto

de que enemigo se nombra.

Astolfo fue el dueño ingrato

que, olvidado de las glorias

-porque en un pasado amor

se olvida hasta la memoria-,

vino a Polonia llamado

de su conquista famosa,

a casarse con Estrella,

que fue de mi ocaso antorcha.

¿Quién creerá que habiendo sido

una estrella quien conforma

dos amantes, sea una Estrella

la que los divida agora?

Yo ofendida, yo burlada,

quedé triste, quedé loca,

quedé muerta, quedé yo,

que es decir, que quedó toda

la confusión del infierno

cifrada en mi Babilonia;

y declarándome muda,

porque hay penas y congojas

que las dicen los afectos

mucho mejor que la boca,

dije mis penas callando,

hasta que una vez a solas,

Violante, mi madre, ¡ay cielos!,

rompió la prisión, y en tropa

del pecho salieron juntas,

tropezando unas con otras.

No me embaracé en decirlas;

que en sabiendo una persona

que, a quien sus flaquezas cuenta,

ha sido cómplice en otras,

parece que ya le hace

la salva y le desahoga;

que a veces el mal ejemplo

sirve de algo. En fin, piadosa

oyó mis quejas, y quiso

consolarme con las propias;

juez que ha sido delincuente,

¡qué fácilmente perdona!,

y escarmentando en sí misma,

y por negar a la ociosa

libertad, al tiempo fácil,

el remedio de su honra,

no le tuvo en mis desdichas;

por mejor consejo toma

que le siga, y que le obligue,

con finezas prodigiosas,

a la deuda de mi honor;

y para que a menos cosa

fuese, quiso mi fortuna

que en traje de hombre me ponga.

Descolgó una antigua espada,

que es ésta que ciño. Agora

es tiempo que se desnude,

como prometí, la hoja,

pues confiada en sus señas,

me dijo, "Parte a Polonia,

y procura que te vean

ese acero que te adorna,

los más nobles; que en alguno

podrá ser que hallen piadosa

acogida tus fortunas,

y consuelo tus congojas."

Llegué a Polonia, en efecto;

pasemos, pues que no importa

el decirlo, y ya se sabe,

que un bruto que se desboca

me llevó a tu cueva, adonde

tú de mirarme te asombras.

Pasemos que allí Clotaldo

de mi parte se apasiona,

que pide mi vida al rey,

que el rey mi vida le otorga,

que, informado de quién soy,

me persuade a que me ponga

mi propio traje, y que sirva

a Estrella, donde ingeniosa

estorbé el amor de Astolfo

y el ser Estrella su esposa.

Pasemos que aquí me viste

otra vez confuso, y otra

con el traje de mujer

confundiste entrambas formas;

y vamos a que Clotaldo,

persuadido a que le importa

que se casen y que reinen

Astolfo y Estrella hermosa,

contra mi honor me aconseja

que la pretensión deponga.

Yo, viendo que tú, ¡oh valiente

Segismundo!, a quien hoy toca

la venganza, pues el cielo

quiere que la cárcel rompas

de esa rústica prisión,

donde ha sido tu persona

al sentimiento una fiera,

al sufrimiento una roca,

las armas contra tu patria

y contra tu padre tomas,

vengo a ayudarte, mezclando

entre las galas costosas

de Diana, los arneses

de Palas, vistiendo agora,

ya la tela y ya el acero,

que entrambos juntos me adornan.

Ea, pues, fuerte caudillo,

a los dos juntos importa

impedir y deshacer

estas concertadas bodas:

a mí, porque no se case

el que mi esposo se nombra,

y a ti, porque estando juntos

sus dos estados, no pongan

con más poder y más fuerza

en duda nuestra victoria.

Mujer, vengo a persuadirte

al remedio de mi honra;

y varón, vengo a alentarte

a que cobres tu corona.

Mujer, vengo a enternecerte

cuando a tus plantas me ponga,

y varón, vengo a servirte

cuando a tus gentes socorra.

Mujer, vengo a que me valgas

en mi agravio y mi congoja,

y varón, vengo a valerte

con mi acero y mi persona.

Y así, piensa que si hoy

como a mujer me enamoras,

como varón te daré

la muerte en defensa honrosa

de mi honor; porque he de ser,

en su conquista amorosa,

mujer para darte quejas,

varón para ganar honras.

SEGISMUNDO: (Cielos, si es verdad que sueño, Aparte

suspendedme la memoria,

que no es posible que quepan

en un sueño tantas cosas.

¡Válgame Dios, quién supiera,

o saber salir de todas,

o no pensar en ninguna!

¿Quién vio penas tan dudosas:

Si soñé aquella grandeza

en que me vi, ¿cómo agora

esta mujer me refiere

unas señas tan notorias?

Luego fue verdad, no sueño;

y si fue verdad -que es otra

confusión y no menor-,

¿cómo mi vida le nombra

sueño? Pues, ¿tan parecidas

a los sueños son las glorias,

que las verdaderas son

tenidas por mentirosas,

y las fingidas por ciertas?

¡Tan poco hay de unas a otras

que hay cuestión sobre saber

si lo que se ve y se goza

es mentira o es verdad!

¿Tan semejante es la copia

al original, que hay duda

en saber si es ella propia?

Pues si es así, y ha de verse

desvanecida entre sombras

la grandeza y el poder,

la majestad, y la pompa,

sepamos aprovechar

este rato que nos toca,

pues sólo se goza en ella

lo que entre sueños se goza.

Rosaura está en mi poder;

su hermosura el alma adora;

gocemos, pues, la ocasión;

el amor las leyes rompa

del valor y confianza

con que a mis plantas se postra.

Esto es sueño; y pues lo es,

soñemos dichas agora,

que después serán pesares.

Mas ¡con mis razones propias

vuelvo a convencerme a mí!

Si es sueño, si es vanagloria,

¿quién por vanagloria humana

pierde una divina gloria?

¿Qué pasado bien no es sueño?

¿Quién tuvo dichas heroicas

que entre sí no diga, cuando

las revuelve en su memoria:

"sin duda que fue soñado

cuanto vi?" Pues si esto toca

mi desengaño, si sé

que es el gusto llama hermosa,

que la convierte en cenizas

cualquiera viento que sopla,

acudamos a lo eterno;

que es la fama vividora

donde ni duermen las dichas,

ni las grandezas reposan.

Rosaura está sin honor;

más a un príncipe le toca

el dar honor que quitarle.

¡Vive Dios!, que de su honra

he de ser conquistador,

antes que de mi corona.

Huyamos de la ocasión,

que es muy fuerte).

A un soldado[editar]

¡Al arma toca

que hoy de dar la batalla,

antes que a las negras sombras

sepulten los rayos de oro

entre verdinegras ondas.

ROSAURA: ¡Señor! ¿Pues así te ausentas?

¿Pues ni una palabra sola

no te debe mi cuidado,

ni merece mi congoja?

¿Cómo es posible, señor,

que ni me miras ni oigas?

¿Aun no me vuelves el rostro?

SEGISMUNDO: Rosaura, al honor le importa,

por ser piadoso contigo,

ser cruel contigo agora.

No te responde mi voz,

porque mi honor te responda;

no te hablo, porque quiero

que te hablen por mí mis obras;

ni te miro, porque es fuerza,

en pena tan rigurosa,

que no mire tu hermosura

quien ha de mirar tu honra.

Vase SEGISMUNDO

ROSAURA: ¿Qué enigmas, cielos, son éstas?

Después de tanto pesar,

¡aun me queda que dudar

con equívocas respuestas!

Sale CLARÍN

CLARÍN: ¿Señora, es hora de verte?

ROSAURA: ¡Ay, Clarín! ¿Dónde has estado?

CLARÍN: En una torre encerrado

brujuleando mi muerte,

si me da, o no me da;

y a figura que me diera

pasante quínola fuera

mi vida; que estuve ya

para dar un estallido.

ROSAURA: ¿Por qué?

CLARÍN: Porque sé el secreto

de quién eres, y en efeto,

Dentro cajas

CLOTALDO ¿Pero qué ruido es éste?

ROSAURA: Qué puede ser?

CLARÍN: Que del palacio sitiado

sale un escuadrón armado

a resistir y vencer

el del fiero Segismundo.

ROSAURA: ¿Pues cómo cobarde estoy,

y ya a su lado no soy

un escándalo del mundo,

cuando ya tanta crueldad

cierra sin orden ni ley?

Vase ROSAURA. Hablan dentro

UNOS: ¡Vive nuestro invicto rey!

OTROS: ¡Viva nuestra libertad!

CLARÍN: ¡La libertad y el rey vivan!

Vivan muy enhorabuena;

que a mí nada me da pena

como en cuenta me reciban,

que yo, apartado este día

en tan grande confusión,

haga el papel de Nerón,

que de nada se dolía.

Si bien me quiero doler

de algo, y ha de ser de mí;

escondido desde aquí

toda la fiesta he de ver.

El sitio es oculto y fuerte

entre estas peñas. Pues ya

la muerte no me hallará,

¡dos higas para la muerte!

Escóndese, suena ruido de armas. Salen el rey BASILIO, CLOTALDO y ASTOLFO huyendo

BASILIO: ¿Hay más infelice rey?

¿Hay padre más perseguido?

CLOTALDO: Ya tu ejército vencido

baja sin tino ni ley.

ASTOLFO: Los traidores vencedores

quedan.

BASILIO: En batallas tales

los que vencen son leales,

los vencidos, los traidores.

Huyamos, Clotaldo, pues,

del cruel, del inhumana

rigor de un hijo tirano.

Disparan dentro y cae CLARÍN, herido, de donde está[editar]

CLARÍN: ¡Válgame el cielo!

ASTOLFO: ¿Quién es

este infelice soldado,

que a nuestros pies ha caído

en sangre todo teñido?

CLARÍN: Soy un hombre desdichado,

que por quererme guardar

de la muerte, la busqué.

Huyendo de ella, topé

con ella, pues no hay lugar

para la muerte secreto;

de donde claro se arguye

que quien más su efecto huye,

es quien se llega a su efeto.

Por eso tornad, tornad

a la lid sangrienta luego;

que entre las armas y el fuego

hay mayor seguridad

que en el monte más guardado;

que no hay seguro camino

a la fuerza del destino

y a la inclemencia del hado;

y así, aunque a libraros vais

de la muerte con huír.

¡Mirad que vais a morir,

si está de Dios que muráis!

Cae dentro

BASILIO: "¡Mirad que vais a morir

si está de Dios que muráis!"

Qué bien, ¡ay cielos!, persuade

nuestro error, nuestra ignorancia

a mayor conocimiento

este cadáver que habla

por la boca de una herida

siendo el humor que desata

sangrienta lengua que enseña

que son diligencias vanas

del hombre cuantas dispone

contra mayor fuerza y causa!

Pues yo, por librar de muertes

y sediciones mi patria,

vine a entregarle a los mismos

de quien pretendí librarla.

CLOTALDO: Aunque el hado, señor, sabe

todos los caminos, y halla

a quien busca entre los espeso

de las peñas, no es cristiana

determinación decir

que no hay reparo a su saña.

Sí hay, que el prudente varón

victoria del hado alcanza;

y si no estás reservado

de la pena y la desgracia,

haz por donde te reserves.

ASTOLFO: Clotaldo, señor, te habla

como prudente varón

que madura edad alcanza;

yo, como joven valiente.

Entre las espesas ramas

de ese monte está un caballo,

veloz aborto del aura;

huye en él, que yo entretanto

te guardaré las espaldas.

BASILIO: Si está de Dios que yo muera,

o si la muerte me aguarda

aquí, hoy la quiero buscar,

esperando cara a cara.

Tocan al arma y sale SEGISMUNDO y toda compañía

SEGISMUNDO: En lo intricado del monte,

entre sus espesas ramas,

el rey se esconde. ¡Seguidle!

No quede en sus cumbres planta

que no examine el cuidado,

tronco a tronco, y rama a rama.

CLOTALDO: ¡Huye, señor!

BASILIO: ¿Para qué?

ASTOLFO: ¿Qué intentas?

BASILIO: Astolfo, aparta.

CLOTALDO: ¿Qué quieres?

BASILIO: Hacer, Clotaldo,

un remedio que me falta.

A SEGISMUNDO

Si a mí buscándome vas,

ya estoy, príncipe, a tus plantas.

Sea de ellas blanca alfombra

esta nieve de mis canas.

Pisa mi cerviz y huella

mi corona; postra, arrastra

mi decoro y mi respeto;

toma de mi honor venganza,

sírvete de mí cautivo;

y tras prevenciones tantas,

cumpla el hado su homenaje,

cumpla el cielo su palabra.

SEGISMUNDO: Corte ilustre de Polonia,

que de admiraciones tantas

sois testigos, atended,

que vuestro príncipe os habla.

Lo que está determinado

del cielo, y en azul tabla

Dios con el dedo escribió,

de quien son cifras y estampas

tantos papeles azules

que adornan letras doradas;

nunca engañan, nunca mienten,

porque quien miente y engaña

es quien, para usar mal de ellas,

las penetra y las alcanza.

Mi padre, que está presente,

por excusarse a la saña

de mi condición, me hizo

un bruto, una fiera humana;

de suerte que, cuando yo

por mi nobleza gallarda,

por mi sangre generosa,

por mi condición bizarra

hubiera nacido dócil

y humilde, sólo bastara

tal género de vivir,

tal linaje de crïanza,

a hacer fieras mis costumbres;

¡qué buen modo de estorbarlas!

Si a cualquier hombre dijesen

"Alguna fiera inhumana

te dará muerte," ¿escogiera

buen remedio en despertallas

cuando estuviesen durmiendo?

Si dijeras: "Esta espada

que traes ceñida, ha de ser

quien te dé la muerte," vana

diligencia de evitarlo

fuera entonces desnudarla,

y ponérsela a los pechos.

Si dijesen: "Golfos de agua

han de ser tu sepultura

en monumentos de plata,"

mal hiciera en darse al mar,

cuando, soberbio, levanta

rizados montes de nieve,

de cristal crespas montañas.

Lo mismo le ha sucedido

que a quien, porque le amenaza

una fiera, la despierta;

que a quien, temiendo una espada

la desnuda; y que a quien mueve

las ondas de la borrasca.

Y cuando fuera -escuchadme-

dormida fiera mi saña,

templada espada mi furia,

mi rigor quieta bonanza,

la Fortuna no se vence

con injusticia y venganza,

porque antes se incita más;

y así, quien vencer aguarda

a su fortuna, ha de ser

con prudencia y con templanza.

No antes de venir el daño

se reserva ni se guarda

quien le previene; que aunque

puede humilde -cosa es clara-

reservarse de él, no es

sino después que se halla

en la ocasión, porque aquésta

no hay camino de estorbarla.

Sirva de ejemplo este raro

espectáculo, esta extraña

admiración, este horror,

este prodigio; pues nada

es más, que llegar a ver

con prevenciones tan varias,

rendido a mis pies a mi padre

y atropellado a un monarca.

Sentencia del cielo fue;

por más que quiso estorbarla

él, no pudo; ¿y podré yo

que soy menor en las canas,

en el valor y en la ciencia,

vencerla? Señor, levanta.

Dame tu mano, que ya

que el cielo te desengaña

de que has errado en el modo

de vencerle, humilde aguarda

mi cuello a que tú te vengues;

rendido estoy a tus plantas.

BASILIO: Hijo, que tan noble acción

otra vez en mis entrañas

te engendra, príncipe eres.

A ti el laurel y la palma

se te deben; tú venciste;

corónente tus hazañas.

TODOS: ¡Viva Segismundo, viva!

SEGISMUNDO: Pues que ya vencer aguarda

mi valor grandes victorias,

hoy ha de ser la más alta

vencerme a mí. -Astolfo dé

la mano luego a Rosaura,

pues sabe que de su honor

es deuda, y yo he de cobrarla.

ASTOLFO: Aunque es verdad que la debo

obligaciones, repara

que ella no sabe quién es;

y es bajeza y es infamia

casarme yo con mujer...

CLOTALDO: No prosigas, tente, aguarda;

porque Rosaura es tan noble

como tú, Astolfo, y mi espada

lo defenderá en el campo;

que es mi hija, y esto basta.

ASTOLFO: ¿Qué dices?

CLOTALDO: Que yo hasta verla

casada, noble y honrada,

no la quise descubrir.

La historia de esto es muy larga;

pero, en fin, es hija mía.

ASTOLFO: Pues, siendo así, mi palabra

cumpliré.

SEGISMUNDO: Pues, porque Estrella

no quede desconsolada,

viendo que príncipe pierde

de tanto valor y fama,

de mi propia mano yo

con esposo he de casarla

que en méritos y fortuna

si no le excede, le iguala.

Dame la mano.

ESTRELLA: Yo gano

en merecer dicha tanta.

SEGISMUNDO: A Clotaldo, que leal

sirvió a mi padre, le aguardan

mis brazos, con las mercedes

que él pidiere que le haga.

SOLDADO 1º: Si así a quien no te ha servido

honras, ¿a mí, que fui causa

del alboroto del reino,

y de la torre en que estabas

te saqué, qué me darás?

SEGISMUNDO: La torre; y porque no salgas

de ella nunca, hasta morir

has de estar allí con guardas;

que el traidor no es menester

siendo la traición pasada.

BASILIO: Tu ingenio a todos admira.

ASTOLFO: ¡Qué condición tan mudada!

ROSAURA: ¡Qué discreto y qué prudente!

SEGISMUNDO: ¿Qué os admira? ¿Qué os espanta,

si fue mi maestro un sueño,

y estoy temiendo, en mis ansias,

que he de despertar y hallarme

otra vez en mi cerrada

prisión? Y cuando no sea,

el soñarlo sólo basta;

pues así llegué a saber

que toda la dicha humana,

en fin, pasa como sueño,

y quiero hoy aprovecharla

el tiempo que me durare,

pidiendo de nuestras faltas

perdón, pues de pechos nobles

es tan propio el perdonarlas.

FIN

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