Acto I PRIMER ACTO

(En las montañas de Polonia)

Salen en lo alto de un monte ROSAURA, en hábito de hombre, de camino, y en representado los primeros versos va bajando

ROSAURA: Hipogrifo violento

que corriste parejas con el viento,

¿dónde, rayo sin llama,

pájaro sin matiz, pez sin escama,

y bruto sin instinto

natural, al confuso laberinto

de esas desnudas peñas

te desbocas, te arrastras y despeñas?

Quédate en este monte,

donde tengan los brutos su Faetonte;

que yo, sin más camino

que el que me dan las leyes del destino,

ciega y desesperada

bajaré la cabeza enmarañada

de este monte eminente,

que arruga al sol el ceño de su frente.

Mal, Polonia, recibes

a un extranjero, pues con sangre escribes

su entrada en tus arenas,

y apenas llega, cuando llega a penas;

bien mi suerte lo dice;

mas ¿dónde halló piedad un infelice?

Sale CLARÍN, gracioso

CLARÍN: Di dos, y no me dejes

en la posada a mí cuando te quejes;

que si dos hemos sido

los que de nuestra patria hemos salido

a probar aventuras,

dos los que entre desdichas y locuras

aquí habemos llegado,

y dos los que del monte hemos rodado,

¿no es razón que yo sienta

meterme en el pesar, y no en la cuenta?

ROSAURA: No quise darte parte

en mis quejas, Clarín, por no quitarte,

llorando tu desvelo,

el derecho que tienes al consuelo.

Que tanto gusto había

en quejarse, un filósofo decía,

que, a trueco de quejarse,

habían las desdichas de buscarse.

CLARÍN: El filósofo era

un borracho barbón; ¡oh, quién le diera

más de mil bofetadas!

Quejárase después de muy bien dadas.

Mas ¿qué haremos, señora,

a pie, solos, perdidos y a esta hora

en un desierto monte,

cuando se parte el sol a otro horizonte?

ROSAURA: ¡Quién ha visto sucesos tan extraños!

Mas si la vista no padece engaños

que hace la fantasía,

a la medrosa luz que aun tiene el día,

me parece que veo

un edificio.

CLARÍN: O miente mi deseo,

o termino las señas.

ROSAURA: Rústico nace entre desnudas peñas

un palacio tan breve

que el sol apenas a mirar se atreve;

con tan rudo artificio

la arquitectura está de su edificio,

que parece, a las plantas

de tantas rocas y de peñas tantas

que al sol tocan la lumbre,

peñasco que ha rodado de la cumbre.

CLARÍN: Vámonos acercando;

que éste es mucho mirar, señora, cuando

es mejor que la gente

que habita en ella, generosamente

nos admita.

ROSAURA: La puerta

-mejor diré funesta boca- abierta

está, y desde su centro

nace la noche, pues la engendra dentro.

Suena ruido de cadenas

CLARÍN: ¿Qué es lo que escucho, cielo!

ROSAURA: Inmóvil bulto soy de fuego y hielo.

CLARÍN: ¿Cadenita hay que suena?

Mátenme, si no es galeote en pena.

Bien mi temor lo dice.

Dentro SEGISMUNDO

SEGISMUNDO: ¡Ay, mísero de mí, y ay infelice!

ROSAURA: ¡Qué triste vos escucho!

Con nuevas penas y tormentos lucho.

CLARÍN: Yo con nuevos temores.

ROSAURA: Clarín...

CLARÍN: ¿Señora...?

ROSAURA: Huyamos los rigores

de esta encantada torre.

CLARÍN: Yo aún no tengo

ánimo de huír, cuando a eso vengo.

ROSAURA: ¿No es breve luz aquella

caduca exhalación, pálida estrella,

que en trémulos desmayos

pulsando ardores y latiendo rayos,

hace más tenebrosa

la obscura habitación con luz dudosa?

Sí, pues a sus reflejos

puedo determinar, aunque de lejos,

una prisión obscura;

que es de un vivo cadáver sepultura;

y porque más me asombre,

en el traje de fiera yace un hombre

de prisiones cargado

y sólo de la luz acompañado.

Pues huír no podemos,

desde aquí sus desdichas escuchemos.

Sepamos lo que dice.

Descúbrese SEGISMUNDO con una cadena y la luz vestido de pieles

SEGISMUNDO: ¡Ay mísero de mí, y ay infelice!

Apurar, cielos, pretendo,

ya que me tratáis así,

qué delito cometí

contra vosotros naciendo.

Aunque si nací, ya entiendo

qué delito he cometido;

bastante causa ha tenido

vuestra justicia y rigor,

pues el delito mayor

del hombre es haber nacido.

Sólo quisiera saber

para apurar mis desvelos

-dejando a una parte, cielos,

el delito del nacer-,

¿qué más os pude ofender,

para castigarme más?

¿No nacieron los demás?

Pues si los demás nacieron,

¿qué privilegios tuvieron

que no yo gocé jamás?

Nace el ave, y con las galas

que le dan belleza suma,

apenas es flor de pluma,

o ramillete con alas,

cuando las etéreas salas

corta con velocidad,

negándose a la piedad

del nido que dejan en calma;

¿y teniendo yo más alma,

tengo menos libertad?

Nace el bruto, y con la piel

que dibujan manchas bellas,

apenas signo es de estrellas

-gracias al docto pincel-,

cuando, atrevido y cruel,

la humana necesidad

le enseña a tener crueldad,

monstruo de su laberinto;

¿y yo, con mejor instinto,

tengo menos libertad?

Nace el pez, que no respira,

aborto de ovas y lamas,

y apenas bajel de escamas

sobre las ondas se mira,

cuando a todas partes gira,

midiendo la inmensidad

de tanta capacidad

como le da el centro frío;

¿y yo, con más albedrío,

tengo menos libertad?

Nace el arroyo, culebra

que entre flores se desata,

y apenas sierpe de plata,

entre las flores se quiebra,

cuando músico celebra

de las flores la piedad

que le dan la majestad

del campo abierto a su huída;

¿y teniendo yo más vida,

tengo menos libertad?

En llegando a esta pasión,

un volcán, un Etna hecho,

quisiera sacar del pecho

pedazos del corazón.

¿Qué ley, justicia o razón

negar a los hombres sabe

privilegios tan süave

excepción tan principal,

que Dios le ha dado a un cristal,

a un pez, a un bruto y a un ave?

ROSAURA: Temor y piedad en mí

sus razones han causado.

SEGISMUNDO: ¿Quién mis voces ha escuchado?

¿Es Clotaldo?

CLARÍN: Di que sí.

ROSAURA: No es sino un triste, ¡ay de mí!,

que en estas bóvedas frías

oyó tus melancolías.

SEGISMUNDO: Pues la muerte te daré

porque no sepas que sé

que sabes flaquezas mías.

Sólo porque me has oído,

entre mis membrudos brazos

te tengo de hacer pedazos.

CLARÍN: Yo soy sordo, y no he podido

escucharte.

ROSAURA: Si has nacido

humano, baste el postrarme

a tus pies para librarme.

SEGISMUNDO: Tu voz pudo enternecerme,

tu presencia suspenderme,

y tu respeto turbarme.

¿Quién eres? Que aunque yo aquí

tan poco del mundo sé,

que cuna y sepulcro fue

esta torre para mí;

y aunque desde que nací

-si esto es nacer- sólo advierto

eres rústico desierto

donde miserable vivo,

siendo un esqueleto vivo,

siendo un animado muerte.

Y aunque nunca vi ni hablé

sino a un hombre solamente

que aquí mis desdichas siente,

por quien las noticias sé

del cielo y tierra; y aunque

aquí, por que más te asombres

y monstruo humano me nombres,

este asombros y quimeras,

soy un hombre de las fieras

y una fiera de los hombres.

Y aunque en desdichas tan graves,

la política he estudiado,

de los brutos enseñado,

advertido de las aves,

y de los astros süaves

los círculos he medido,

tú sólo, tú has suspendido

la pasión a mis enojos,

la suspensión a mis ojos,

la admiración al oído.

Con cada vez que te veo

nueva admiración me das,

y cuando te miro más,

aun más mirarte deseo.

Ojos hidrópicos creo

que mis ojos deben ser;

pues cuando es muerte el beber,

beben más, y de esta suerte,

viendo que el ver me da muerte,

estoy muriendo por ver.

Pero véate yo y muera;

que no sé, rendido ya,

si el verte muerte me da,

el no verte ¿qué me diera?

Fuera más que muerte fiera,

ira, rabia y dolor fuerte

fuera vida. De esta suerte

su rigor he ponderado,

pues dar vida a una desdichado

es dar a un dichoso muerte.

ROSAURA: Con asombro de mirarte,

con admiración de oírte,

ni sé qué pueda decirte,

ni qué pueda preguntarte;

sólo diré que a esta parte

hoy el cielo me ha guïado

para haberme consolado,

si consuelo puede ser

del que es desdichado, ver

a otro que es más desdichado.

Cuentan de un sabio que un día

tan pobre y mísero estaba,

que sólo se sustentaba

de unas yerbas que comía.

¿Habrá otro -entre sí decía-

más pobre y triste que yo?

Y cuando el rostro volvió,

halló la respuesta, viendo

que iba otro sabio cogiendo

las hojas que él arrojó.

Quejoso de la fortuna

yo en este mundo vivía,

y cuando entre mí decía:

¿Habrá otra persona alguna

de suerte más importuna?,

piadoso me has respondido;

pues volviendo en mi sentido,

hallo que las penas mías,

para hacerlas tú alegrías

las hubieras recogido.

Y por si acaso mis penas

pueden aliviarte en parte,

óyelas atento, y toma

las que de ellas no sobraren.

Yo soy...

Dentro CLOTALDO

CLOTALDO: Guardas de esta torre,

que, dormidas o cobardes,

disteis paso a dos personas

que han quebrantado la cárcel...

ROSAURA: Nueva confusión padezco.

SEGISMUNDO: Éste es Clotaldo, mi alcalde.

¿Aun no acaban mis desdichas?

CLOTALDO: Acudid, y vigilantes,

sin que puedan defenderse,

o prendedles o matadles.

TODOS: ¡Traición!

CLARÍN: Guardas de esta torre,

que entrar aquí nos dejasteis,

pues que nos dais a escoger,

el prendernos es más fácil.

Sale CLOTALDO con pistola y soldados, todos con los rostros cubiertos

CLOTALDO: Todos os cubrid los rostros;

que es diligencia importante

mientras estamos aquí

que no nos conozca nadie.

CLARÍN: ¿Enmascaraditos hay?

CLOTALDO: ¡Oh vosotros que, ignorantes

de aqueste vedado sitio,

coto y término pasasteis

contra el decreto del rey,

que manda que no ose nadie

examinar el prodigio

que entre estos peñascos yace!

Rendid las armas y vidas,

o aquesta pistola, áspid

de metal, escupirá

el veneno penetrante

de dos balas, cuyo fuego

será escándalo del aire.

SEGISMUNDO: Primero, tirano dueño,

que los ofendas y agravies,

será mi vida despojo

de estos lazos miserables;

pues en ellos, ¡vive Dios!,

tengo de despedazarme

con las manos, con los dientes,

entre aquestas peñas, antes

que su desdicha consienta

y que llore sus ultrajes.

CLOTALDO: Si sabes que tus desdichas,

Segismundo, son tan grandes,

que antes de nacer moriste

por ley del cielo; si sabes

que aquestas prisiones son

de tus furias arrogantes

un freno que las detenga

y una rienda que las pare,

¿por qué blasonas? La puerta

cerrad de esa estrecha cárcel;

escondedle en ella.

Ciérranle la puerta, y dice dentro

SEGISMUNDO: ¡Ah, cielos,

qué bien hacéis en quitarme

la libertad; porque fuera

contra vosotros gigante,

que para quebrar al sol

esos vidrios y cristales,

sobre cimientos de piedra

pusiera montes de jaspe!

CLOTALDO: Quizá porque no los pongas,

hoy padeces tantos males.

ROSAURA: Ya que vi que la soberbia

te ofendió tanto, ignorante

fuera en no pedirte humilde

vida que a tus plantas yace.

Muévate en mí la piedad;

que será rigor notable,

que no hallen favor en ti

ni soberbias ni humildades.

CLARÍN: Y si Humildad y Soberbia

no te obligan, personajes

que han movido y removido

mil autos sacramentales,

yo, ni humilde ni soberbio,

sino entre las dos mitades

entreverado, te pido

que nos remedies y ampares.

CLOTALDO: ¡Hola!

SOLDADOS: Señor...

CLOTALDO: A los dos

quitad las armas, y atadles

los ojos, porque no vean

cómo ni de dónde salen.

ROSAURA: Mi espada es ésta, que a ti

solamente ha de entregarse,

porque, al fin, de todos eres

el principal, y no sabe

rendirse a menos valor.

CLARÍN: La mía es tal, que puede darse

al más ruín. Tomadla vos.

ROSAURA: Y si he de morir, dejarte

quiero, en fe de esta piedad,

prenda que pudo estimarse

por el dueño que algún día

se la ciñó; que la guardes

te encargo, porque aunque yo

no sé qué secreto alcance,

sé que esta dorada espada

encierra misterios grandes,

pues sólo fïado en ella

vengo a Polonia a vengarme

de un agravio.

CLOTALDO: ¡Santos cielos! (Aparte)

¿Qué es esto? Ya son más graves

mis penas y confusiones,

mis ansias y mis pesares).

¿Quién te la dio?

ROSAURA: Una mujer.

CLOTALDO: ¿Cómo se llama?

ROSAURA: Que calle

su nombre es fuerza.

CLOTALDO: ¿De qué

infieres agora, o sabes,

que hay secreto en esta espada?

ROSAURA: Quien me la dio, dijo: "Parte

a Polonia, y solicita

con ingenio, estudio o arte,

que te vean esa espada

los nobles y principales;

que yo sé que alguno de ellos

te favorezca y ampare;"

que, por si acaso era muerto,

no quiso entonces nombrarle.

CLOTALDO: ¡Válgame el cielo! ¿Qué escucho? (Aparte)

Aún no sé determinarme

si tales sucesos son

ilusiones o verdades.

Esta espada es la que yo

dejé a la hermosa Violante,

por señas que el que ceñida

la trujera había de hallarme

amoroso como hijo

y piadoso como padre.

¿Pues qué he de hacer, ¡ay de mí!,

en confusión semejante,

si quien la trae por favor,

para su muerte la trae,

pues que sentenciado a muerte

llega a mis pies? ¡Qué notable

confusión! ¡Qué triste hado!

¡Qué suerte tan inconstante!

Éste es mi hijo, y las señas

dicen bien con las señales

del corazón, que por verle

llama al pecho y en él bate

las alas, y no pudiendo

romper los candados, hace

lo que aquel que está encerrado,

y oyendo ruido en la calle

se arroja por la ventana,

y él así, como no sabe

lo que pasa, y oye el ruido,

va a los ojos a asomarse,

que son ventanas del pecho

por donde en lágrimas sale.

¿Qué he de hacer? ¡Válgame el cielo!

¿Qué he de hacer? Porque llevarle

al rey, es llevarle, ¡ay triste!,

a morir. Pues ocultarle

al rey, no puedo, conforme

a la ley del homenaje.

De una parte el amor propio,

y la lealtad de otra parte

me rinden. Pero ¿qué dudo?

La lealtad del rey, ¿no es antes

que la vida y que el honor?

Pues ella vida y él falte.

Fuera de que, si agora atiendo

a que dijo que a vengarse

viene de un agravio, hombre

que está agraviado es infame.

No es mi hijo, no es mi hijo,

ni tiene mi noble sangre.

Pero si ya ha sucedido

un peligro, de quien nadie

se libró, porque el honor

es de materia tan frágil

que con una acción se quiebra,

o se mancha con un aire,

¿qué más puede hacer, qué más

el que es noble, de su parte,

que a costa de tantos riesgos

haber venido a buscarle?

Mi hijo es, mi sangre tiene,

pues tiene valor tan grande;

y así, entre una y otra duda

el medio más importante

es irme al rey y decirle

que es mi hijo que le mate.

Quizá la misma piedad

de mi honor podrá obligarle;

y si le merezco vivo,

yo le ayudaré a vengarse

de su agravio, mas si el rey,

en sus rigores constante,

le da muerte, morirá

sin saber que soy su padre).

Venid conmigo, extranjeros,

no temáis, no, de que os falte

compañía en las desdichas;

pues en duda semejante

de vivir o de morir

no sé cuáles son más grandes.

Vanse todos

(En el palacio real)

Sale por una puerta ASTOLFO con acompañamiento de soldados, y por otra ESTRELLA con damas. Suena música.

ASTOLFO: Bien al ver los excelentes

rayos, que fueron cometas,

mezclan salvas diferentes

las cajas y las trompetas,

los pájaros y las fuentes;

siendo con música igual,

y con maravilla suma,

a tu vista celestial

unos, clarines de pluma,

y otras, aves de metal;

y así os saludan, señora,

como a su reina las balas,

los pájaros como a Aurora,

las trompetas como a Palas

y las flores como a Flora;

porque sois, burlando el día

que ya la noche destierra,

Aurora, en el alegría,

Flora en paz, Palas en guerra,

y reina en el alma mía.

ESTRELLA: Si la voz se ha de medir

con las acciones humanas,

mal habéis hecho en decir

finezas tan cortesanas,

donde os pueda desmentir

todo ese marcial trofeo

con quien ya atrevida lucho;

pues no dicen, según creo,

las lisonjas que os escucho,

con los rigores que veo.

Y advertid que es baja acción,

que sólo a una fiera toca,

madre de engaño y traición,

el halagar con la boca

y matar con la intención.

ASTOLFO: Muy mal informado estáis,

Estrella, pues que la fe

de mis finezas dudáis,

y os suplico que me oigáis

la causa, a ver si la sé.

Falleció Eustorgio Tercero,

rey de Polonia; quedó

Basilio por heredero,

y dos hijas, de quien yo

y vos nacimos. No quiero

cansar con lo que no tiene

lugar aquí, Clorilene,

vuestra madre y mi señora,

que en mejor imperio agora

dosel de luceros tiene,

fue la mayor, de quien vos

sois hija; fue la segunda,

madre y tía de los dos,

la gallarda Recisunda,

que guarde mil años Dios;

casó en Moscovia; de quien

nací yo. Volver agora

al otro principio es bien.

Basilio, que ya, señora,

se rinde al común desdén

del tiempo, más inclinado

a los estudios que dado

a mujeres, enviudó

sin hijos, y vos y yo

aspiramos a este estado.

Vos alegáis que habéis sido

hija de hermana mayor;

yo, que varón he nacido,

y aunque de hermana menor,

os debo ser preferido.

Vuestra intención y la mía

a nuestro tío contamos;

él respondió que quería

componernos, y aplazarnos

este puesto y este día.

Con esta intención salí

de Moscovia y de su tierra;

con ésta llegué hasta aquí,

en vez de haceros yo guerra

a que me la hagáis a mí.

¡Oh!, quiera Amor, sabio dios,

que el vulgo, astrólogo cierto,

hoy lo sea con los dos,

y que pare este concierto

en que seáis reina vos,

pero reina en mi albedrío.

Dándoos, para más honor,

su corona nuestro tío,

sus triunfos vuestro valor

y su imperio el amor mío.

ESTRELLA: A tan cortés bizarría

menos mi pecho no muestra,

pues la imperial monarquía,

para sólo hacerla vuestra

me holgara que fuese mía;

aunque no está satisfecho

mi amor de que sois ingrato,

si en cuanto decís sospecho

que os desmiente ese retrato

que está pendiente del pecho.

ASTOLFO: Satisfaceros intento

con él... Mas lugar no da

tanto sonoro instrumento,

que avisa que sale ya

el rey con su parlamento.

Tocan y sale el rey BASILIO, viejo y acompañamiento

ESTRELLA: Sabio Tales...

ASTOLFO: Docto Euclides...

ESTRELLA: ...que entre signos...

ASTOLFO: ...que entre estrellas...

ESTRELLA: ...hoy gobiernas...

ASTOLFO: ...hoy resides...

ESTRELLA: ...y sus caminos...

ASTOLFO: ...sus huellas...

ESTRELLA: ...describes...

ASTOLFO: ...tasas y mides...

ESTRELLA: ...deja que en humildes lazos...

ASTOLFO: ...deja que en tiernos abrazos...

ESTRELLA: ...hiedra de ese tronco sea.

ASTOLFO: ...rendido a tus pies me vea.

BASILIO: Sobrinos, dadme los brazos,

y creed, pues que leales

a mi precepto amoroso

venís con afectos tales,

que a nadie deje quejoso

y los dos quedéis iguales;

y así, cuando me confieso

rendido al prolijo peso,

sólo os pido en la ocasión

silencio, que admiración

ha de pedirla el suceso.

Ya sabéis -estadme atentos,

amados sobrinos míos,

corte ilustre de Polonia,

vasallo, deudos y amigos--,

ya sabéis que yo en el mundo

por mi ciencia he merecido

el sobrenombre de docto,

pues, contra el tiempo y olvido,

los pinceles de Timantes,

los mármoles de Lisipo,

en el ámbito del orbe

me aclaman el gran Basilio.

Ya sabéis que son las ciencias

que más curso y más estimo,

matemáticas sutiles,

por quien al tiempo le quito,

por quien a la fama rompo

la jurisdicción y oficio

de enseñar más cada día;

pues, cuando en mis tablas miro

presentes las novedades

de los venideros siglos,

le gano al tiempo las gracias

de contar lo que yo he dicho.

Esos círculos de nieve,

esos doseles de vidrio

que el sol ilumina a rayos,

que parte la luna a giros;

esos orbes de diamantes,

esos globos cristalinos

que las estrellas adornan

y que campean los signos,

son el estudio mayor

de mis años, son los libros

donde en papel de diamante,

en cuadernos de zafiros,

escribe con líneas de oro,

en caracteres distintos,

el cielo nuestros sucesos

ya adversos o ya benignos.

Éstos leo tan veloz,

que con mi espíritu sigo

sus rápidos movimientos

por rumbos o por caminos.

¡Pluguiera al cielo, primero

que mi ingenio hubiera sido

de sus márgenes comento

y de sus hojas registro,

hubiera sido mi vida

el primero desperdicio

de sus iras, y que en ellas

mi tragedia hubiera sido;

porque de los infelices

aun el mérito es cuchillo,

que a quien le daña el saber

homicida es de sí mismo!

Dígalo yo, aunque mejor

lo dirán sucesos míos,

para cuya admiración

otra vez silencio os pido.

En Clorilene, mi esposa,

tuve un infelice hijo,

en cuyo parto los cielos

se agotaron de prodigios.

Antes que a la luz hermosa

le diese el sepulcro vivo

de un vientre -porque el nacer

y el morir son parecidos-,

su madre infinitas veces,

entre ideas y delirios

del sueño, vio que rompía

sus entrañas, atrevido,

un monstruo en forma de hombre,

y entre su sangre teñido,

le daba muerte, naciendo

víbora humana del siglo.

Llegó de su parto el día,

y los presagios cumplidos

-porque tarde o nunca son

mentirosos los impíos-,

nació en horóscopo tal,

que el sol, en su sangre tinto,

entraba sañudamente

con la luna en desafío;

y siendo valla la tierra,

los dos faroles divinos

a luz entera luchaban,

ya que no a brazo partido.

El mayor, el más horrendo

eclipse que ha padecido

el sol, después que con sangre

lloró la muerte de Cristo,

éste fue, porque anegado

el orbe entre incendios vivos,

presumió que padecía

el último parosismo;

los cielos se escurecieron,

temblaron los edificios,

llovieron piedras las nubes,

corrieron sangre los ríos.

En este mísero, en este

mortal planeta o signo,

nació Segismundo, dando

de su condición indicios,

pues dio la muerte a su madre,

con cuya fiereza dijo:

"Hombre soy, pues que ya empiezo

a pagar mal beneficios."

Yo, acudiendo a mis estudios,

en ellos y en todo miro

que Segismundo sería

el hombre más atrevido,

el príncipe más crüel

y el monarca más impío,

por quien su reino vendría

a ser parcial y diviso,

escuela de las traiciones

y academia de los vicios;

y él, de su furor llevado,

entre asombros y delitos,

había de poner en mí

las plantas, y yo, rendido,

a sus pies me había de ver

-¡con qué congoja lo digo!-

siendo alfombra de sus plantas

las canas del rostro mío.

¿Quién no da crédito al daño,

y más al daño que ha visto

en su estudio, donde hace

el amor propio su oficio?

Pues dando crédito yo

a los hados, que adivinos

me pronosticaban daños

en fatales vaticinios,

determiné de encerrar

la fiera que había nacido,

por ver si el sabio tenía

en las estrellas dominio.

Publicóse que el infante

nació muerto, y prevenido

hice labrar una torre

entre las peñas y riscos

de esos montes, donde apenas

la luz ha hallado camino,

por defenderle la entrada

sus rústicos obeliscos.

Las graves penas y leyes,

que con públicos editos

declararon que ninguno

entrase a un vedado sitio

del monte, se ocasionaron

de las causas que os he dicho.

Allí Segismundo vive

mísero, pobre y cautivo,

adonde sólo Clotaldo

le ha hablado, tratado y visto.

Éste le ha enseñado ciencias;

éste en la ley le ha instruído

católica, siendo solo

de sus miserias testigo.

Aquí hay tres cosas: La una

que yo, Polonia, os estimo

tanto, que os quiero librar

de la opresión y servicio

de un rey tirano, porque

no fuera señor benigno

el que a su patria y su imperio

pusiera en tanto peligro.

La otra es considerar

que si a mi sangre le quito

el derecho que le dieron

humano fuero y divino,

no es cristiana caridad;

pues ninguna ley ha dicho

que por reservar yo a otro

de tirano y de atrevido,

pueda yo serlo, supuesto

que si es tirano mi hijo,

porque él delito no haga,

vengo yo a hacer los delitos.

Es la última y tercera

el ver cuánto yerro ha sido

dar crédito fácilmente

a los sucesos previstos;

pues aunque su inclinación

le dicte sus precipicios,

quizá no le vencerán,

porque el hado más esquivo,

la inclinación más violenta,

el planeta más impío,

sólo el albedrío inclinan,

no fuerzan el albedrío.

Y así, entre una y otra causa

vacilante y discursivo,

previne un remedio tal,

que os suspenda los sentidos.

Yo he de ponerle mañana,

sin que él sepa que es mi hijo

y rey vuestro, a Segismundo,

que aqueste su nombre ha sido,

en mi dosel, en mi silla,

y en fin, en el lugar mío,

donde os gobierne y os mande,

y donde todos rendidos

la obediencia le juréis;

pues con aquesto consigo

tres cosas, con que respondo

a las otras tres que he dicho.

Es la primera, que siendo

prudente, cuerdo y benigno,

desmintiendo en todo al hado

que de él tantas cosas dijo,

gozaréis el natural

príncipe vuestro, que ha sido

cortesano de unos montes

y de sus fieras vecino.

Es la segunda, que si él,

soberbio, osado, atrevido

y cruel, con rienda suelta

corre el campo de sus vicios,

habré yo, piadoso, entonces

con mi obligación cumplido;

y luego en desposeerle

haré como rey invicto,

siendo el volverle a la cárcel

no crueldad, sino castigo.

Es la tercera, que siendo

el príncipe como os digo,

por lo que os amo, vasallos,

os daré reyes más dignos

de la corona y el cetro;

pues serán mis dos sobrinos

que junto en uno el derecho

de los dos, y convenidos

con la fe del matrimonio,

tendrá lo que han merecido.

Esto como rey os mando,

esto como padre os pido,

esto como sabio os ruego,

esto como anciano os digo;

y si el Séneca español,

que era humilde esclavo, dijo,

de su república un rey,

como esclavo os lo suplico.

ASTOLFO: Si a mí responder me toca,

como el que, en efecto, ha sido

aquí el más interesado,

en nombre de todos digo,

que Segismundo parezca,

pues le basta ser tu hijo.

TODOS: Danos al príncipe nuestro,

que ya por rey le pedimos.

BASILIO: Vasallos, esa fineza

os agradezco y estimo.

Acompañad a sus cuartos

a los dos atlantes míos,

que mañana le veréis.

TODOS: ¡Viva el grande rey Basilio!

Vanse todos. Antes que se va el rey BASILIO, sale CLOTALDO, ROSAURA, CLARÍN, y detiénese el rey

CLOTALDO: ¿Podréte hablar?

BASILIO: ¡Oh, Clotaldo!,

tú seas muy bien venido.

CLOTALDO: Aunque viniendo a tus plantas

es fuerza el haberlo sido,

esta vez rompe, señor,

el hado triste y esquivo

el privilegio a la ley

y a la costumbre el estilo.

BASILIO: ¿Qué tienes?

CLOTALDO: Una desdicha,

señor, que me ha sucedido,

cuando pudiera tenerla

por el mayor regocijo.

BASILIO: Prosigue.

CLOTALDO: Este bello joven,

osado o inadvertido,

entró en la torre, señor,

adonde al príncipe ha visto,

y es...

BASILIO: No te aflijas, Clotaldo;

si otro día hubiera sido,

confieso que lo sintiera;

pero ya el secreto he dicho,

y no importa que él los sepa,

supuesto que yo lo digo.

Vedme después, porque tengo

muchas cosas que advertiros

y muchas que hagáis por mí;

que habéis de ser, os aviso,

instrumento del mayor

suceso que el mundo ha visto;

y a esos presos, porque al fin

no presumáis que castigo

descuidos vuestros, perdono.

Vase el rey BASILIO

CLOTALDO: ¡Vivas, gran señor, mil siglos!

(Mejoró el cielo la suerte. Aparte

Ya no diré que es mi hijo,

pues que lo puedo excusar).

Extranjeros peregrinos,

libres estáis.

ROSAURA: Tus pies beso

mil veces.

CLARÍN: Y yo los piso,

que una letra más o menos

no reparan dos amigos.

ROSAURA: La vida, señor, me das dado;

y pues a tu cuenta vivo,

eternamente seré

esclavo tuyo.

CLOTALDO: No ha sido

vida la que yo te he dado;

porque un hombre bien nacido,

si está agraviado, no vive;

y supuesto que has venido

a vengarte de un agravio,

según tú propio me has dicho,

no te he dado vida yo,

porque tú no la has traído;

que vida infame no es vida.

(Bien con aquesto le animo). Aparte

ROSAURA: Confieso que no la tengo,

aunque de ti la recibo;

pero yo con la venganza

dejaré mi honor tan limpio,

que pueda mi vida luego,

atropellando peligros,

parecer dádiva tuya.

CLOTALDO: Toma el acero bruñido

que trujiste; que yo sé

que él baste, en sangre teñido

de tu enemigo, a vengarte;

porque acero que fue mío

-digo este instante, este rato

que en mi poder le he tenido-,

sabrá vengarte.

ROSAURA: En tu nombre

segunda vez me le ciño.

Y en él juro mi venganza,

aunque fuese mi enemigo

más poderoso.

CLOTALDO: ¿Eslo mucho?

ROSAURA: Tanto, que no te lo digo,

no porque de tu prudencia

mayores cosas no fío,

sino porque no se vuelva

contra mí el favor que admiro

en tu piedad.

CLOTALDO: Antes fuera

ganarme a mí con decirlo;

pues fuera cerrarme el paso

de ayudar a tu enemigo.

(¡Oh, si supiera quién es!) Aparte

ROSAURA: Porque no pienses que estimo

tan poco esa confïanza,

sabe que el contrario ha sido

no menos que Astolfo, duque

de Moscovia.

CLOTALDO: (Mal resisto Aparte

el dolor, porque es más grave,

que fue imaginado, visto.

Apuremos más el caso).

Si moscovita has nacido,

el que es natural señor,

mal agraviarte ha podido;

vuélvete a tu patria, pues,

y deja el ardiente brío

que te despeña.

ROSAURA: Yo sé

que aunque mi príncipe ha sido

pudo agraviarme.

CLOTALDO: No pudo,

aunque pusiera, atrevido,

la mano en tu rostro. (¡Ay, cielos!)

ROSAURA: Mayor fue el agravio mío.

CLOTALDO: Dilo ya, pues que no puedes

decir más que yo imagino.

ROSAURA: Sí dijera; mas no sé

con qué respeto te miro,

con qué afecto te venero,

con qué estimación te asisto,

que no me atrevo a decirte

que es este exterior vestido

enigma, pues no es de quien

parece. Juzga advertido,

si no soy lo que parezco

y Astolfo a casarse vino

con Estrella, si podrá

agraviarme. Harto te he dicho.

Vanse ROSAURA y CLARÍN

CLOTALDO: ¡Escucha, aguarda, detente!

¿Qué confuso laberinto

es éste, donde no puede

hallar la razón el hilo?

Mi honor es el agraviado,

poderoso el enemigo,

yo vasallo, ella mujer;

descubra el cielo camino;

aunque no sé si podrá,

cuando, en tan confuso abismo,

es todo el cielo un presagio,

y es todo el mundo un prodigio.

Vase CLOTALDO

FIN DEL PRIMER ACTO

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