ACTO PRIMERO

Salen Don ALONSO de Luna y MOSCATEL

muy triste

ALONSO: ¡Válgate el diablo! ¿Qué tienes, que andas todos estos días con mil necias fantasías?

Ni a tiempo a servirme vienes, ni a propósito respondes; y, por errarlo dos veces, si no te llamo, pareces, y si te llamo, te escondes. ¿Qué es esto? Dilo.

MOSCATEL: ¡Ay de mí! Suspiros que el alma debe.

ALONSO: Pues ¿un pícaro se atreve a suspirar hoy así?

MOSCATEL: Los pícaros ¿no tenemos alma?

ALONSO: Sí, para sentir, y con rudeza decir de su pena los extremos; mas no para suspirar; que suspirar es acción digna de noble pasión.

MOSCATEL: Y ¿quién me puede quitar la noble pasión a mí?

ALONSO: ¡Qué locuras!

MOSCATEL: ¿Hay, señor, más noble pasión que amor?

ALONSO: Pudiera decir que sí; mas, para ahorrar la cuestión que "no" digo.

MOSCATEL: ¿Que no? Luego, si yo a tener amor llego, noble será mi pasión.

ALONSO: ¿Tú, amor?

MOSCATEL: Yo amor.

ALONSO: Bien podía, si aquí tu locura empieza, reírme hoy de tu tristeza más que ayer de tu alegría.

MOSCATEL: Como tú nunca has sabido qué es estar enamorado; como siempre has estimado la libertad que has tenido, tanto, que en los dulces nombres de amor fueron tus placeres burlarte de las mujeres y reírte de los hombres; como jamás a ninguna quisiste, y más te acomodas a engañar, señor, a todas que hacer elección de una; como eres (en el abismo de amor jugando a dos manos, potente rey de romanos) mal vencedor de ti mismo, de mí te ríes, que estoy de veras enamorado.

ALONSO: Pues yo no quiero criado tan afectuoso. Hoy de casa te has de ir.

MOSCATEL: Advierte...

ALONSO: No hay para qué advertir.

MOSCATEL: Mira...

ALONSO: ¿Qué querrás decir?

MOSCATEL: Que se ha trocado la suerte al paso, pues siempre dio el teatro enamorado el amo, libre el criado. No tengo la culpa yo de esta mudanza, y así de-ja que hoy el mundo vea esta novedad, y sea yo el galán, tú el libre.

ALONSO:

Aquí hoy no has de quedar.

MOSCATEL: ¿Tan presto, que aun de buscar no me das otro amo tiempo?

ALONSO: No hay más de irte al instante.

Sale don JUAN

JUAN: ¿Que es esto?

MOSCATEL: Es pagarme mi señor el tiempo que le he servido con haberme despedido.

JUAN: ¿Con Moscatel tal rigor?

ALONSO: Es un pícaro, y ha hecho la mayor bellaquería, bajeza y alevosía que cupo en humano pecho, la más enorme traición que haber pudo imaginado.

JUAN:

¿Qué ha sido?

ALONSO: ¡Hase enamorado! Mirad si tengo razón de darle tan bajo nombre, pues no hace alevosía, traición ni bellaquería, como enamorarse un hombre.

JUAN:

Antes pienso que por eso le debierais estimar, que diz que es dicha alcanzar, y yo por tal lo confieso. ¿Criados enamorados?

Un hombre que se servía de dos mozos, y los veía necios y desaliñados, nada en su enmienda buscaba como es decirlos a ratos:

"¡Enamoraos, mentecatos!" que estándolo, ima-ginaba que cuerdos fuesen después, y aliñados; y, en efecto, ¿qué acción, qué pasión, qué afecto, decid, si no es amor, es el que al hombre da valor, el que le hace liberal, cuerdo y galán?

ALONSO: ¡Pesia tal!

De los milagros de amor la comedia me habéis hecho, que fue un engaño culpable, pues nadie hizo miserable, de avaro y cobarde pecho al hombre, si no es amor.

JUAN: ¿Qué es lo que decís?

ALONSO: Oíd, y este discurso advertid; veréis cuál prueba mejor.

El hombre que enamorado está, todo cuanto ad-quiere para su dama lo quiere, sin que a amigo ni a criado acuda, por acudir a su gusto; luego es miserable amando, pues no es, ni se puede decir virtud, lo que no es igual, y miserable no ha habido mayor, que el que sólo ha sido con su gusto liberal.

Que hace osados es error, pues nadie contra su fama entra en casa de su dama que no entre con temor. ¡Cuántos cobardes han sido de miedo de no perdellas; cuántos, mirando por ellas, mil desaires han sufrido!

Luego, si gusto u honor hacen sufrir y callar, nadie me podrá negar que hace cobardes amor.

Pues si privan los sentidos los favores o desprecios, bien claro está que hace necios, puesto que hace divertidos; pues que si se llega a ver o desde-

ñado o celoso el hombre más cuidadoso de lucir y parecer, desde aquel punto se deja descaecer, sin acudir al parecer y al lucir, y sólo aliña su queja.

Luego amor en sus cuidados hace, con causas mudables, cobardes y miserables, necios y desali-

ñados.

Y en fin, sea así o no sea así, no quiero mozo que ama y que, por servir su dama, deje de servirme a mí.

JUAN:

A vuestra sofistería nada quiero

responder, don Alonso, por no hacer agravio a la pena mía del amor; y si en su historia discurro, temo quedar vencido, y no quiero dar yo contra mí la victoria.

A buscaros he venido para consultar con vos un pesar; mas viendo, ¡ay Dios!, que de mi amor ha nacido, le callaré, porque quien da a un criado tal castigo, mal escuchará a un amigo.

ALONSO:

No escuchará sino bien; que no es

todo uno, don Juan, ser vos el enamorado, o el bergante de un criado; que vos sois noble, galán, rico discreto y, en fin, vuestro es amar y querer; mas

¿por qué ha de encarecer el amor la gente ruín, y a quién no da enojo y risa que haya en el mundo (¡qué errores!) quien diga con hambre amores, y requiebre sin camisa?

Y porque sepáis de mí que trato de un mismo modo burlas y veras, a todo me tenéis, don Juan, aquí.

Salte allá fuera.

JUAN:

Dejad que me escuche Moscatel,

porque a vos os busco y a él.

ALONSO: Pues,

proseguid.

JUAN:

Escuchad:

Ya, don Alonso, sabéis cuán rendido prisionero de la coyunda de amor, el carro tiré de Venus, tan fácil victoria suya que no sé cuál fue primero, querer vencer o vencerme, que un tiempo sobró a otro tiempo.

Ya sabéis que la disculpa de tan noble rendimiento fue la beldad soberana, fue el soberano sujeto de doña Leonor Enríquez, hija del noble don Pedro

Enríquez, de quien mi padre amigo fue muy es-trecho.

Este, pues, milagro hermoso, este, pues, prodi-gio bello es la dicha que conquisto, es la gloria que deseo.

No os digo que venturoso amante, ¡ay de mí!, merezco favores suyos, que fuera descortés atrevimiento que los merezco decir; que aunque es verdad que los tengo, tenerlos es una cosa, y otra cosa merecerlos.

Y así, que los tengo, digo; que los merezco, no puedo; que es conseguir lo imposible dicha, y no merecimiento.

Con este engaño, llevado en las alas del deseo, lisonjeado de la noche, aplaudido del silencio, feste-jado de las sombras, a quien más favores debo que al sol, que a luz, que al día, vivo de saber que muero, hasta que más declarado pueda a rostro descu-bierto pedirla a su noble padre, de quien no dudo ni temo que me la dé, porque iguales haciendas y nacimientos, no hay que esperar, donde amor tiene hechos los conciertos.

La causa de no pedirla y casarme desde luego con ella, es (aquí entra agora la pensión de este contento, el subsidio de esta dicha, y el azar de aqueste encuentro) tener Leonor una hermana mayor, y como no es cuerdo discurso querer que case a la segunda primero, no me declaro con él, porque si a pedirle llego alguna de sus dos hijas (que claro está que no tengo de decir a la que adoro), por ser la mayor, es cierto que me ha de dar a Beatriz; y si digo que no quiero sino a Leonor, es hacer sospechoso mi deseo, despertando la malicia que hoy yace en profundo sueño, y quizá perder la entrada que agora en su casa tengo, si no es ya que está perdida con el más triste suceso de amor, que me pasó anoche, pues la pena con que vengo buscándoos... Oídme, que aquí os he menester atento.

Beatriz, de Leonor hermana, es el más raro sujeto que vio Madrid, porque en él, siendo bellísima, y siendo entendida, están echados a perder, por los extremos de una extraña condición, belleza y en-tendimiento.

Es doña Beatriz tan vana de su persona, que creo que en su vida a ningún hombre miró a la cara, teniendo por cierto que allí no hay más que verle ella y caerse muerto; de su ingenio es tan amante que, por galantear su ingenio, estudió latinidad e hizo en castellano versos; tan afectada en vestirse que en todos los usos nuevos entra, y de ninguno sale.

Cada día por lo menos se riza dos o tres veces, y ninguna a su contento.

Los melindres de Belisa, que fingió con tanto acierto

Lope de Vega, con ella son melindres muy pequeños; y con ser tan enfadosa en estas cosas, no es esto lo peor, sino es hablar con tan estudiado afecto que critica impertinente varios poetas leyen-do; no habla palabra jamás sin frase y sin rodeos; tanto que ninguno puede entenderla sin comento.

La lisonja y el aplauso que la dan algunos necios, tan soberbia, tan ufana la tienen que, en un desprecio de la deidad del amor, comunera es de su imperio.

Este tema a todas horas, este enfado a todos tiempos aborrecible la hacen tanto, que no hay dos opuestos tan contrarios como son las dos hermanas, haciendo por instantes el estrado la campaña de su duelo.

Ha dado, pues (yo no sé si es necia envidia o si celo), en asistir a Leonor, de suerte que no hay momento que no ande al alcance suyo, sus acciones inquiriendo tanto que al sol de sus ojos es la sombra de su cuerpo.

Anoche, pues, en su calle entré embozado y secreto, y, haciendo al balcón la seña donde hablar con Leonor suelo, la ventana abrió Leonor, y yo a la ocasión atento llegué a hablarla; pero apenas la voz explicó el concepto que estudiado y no sabido no me cabía en el pecho, cuando tras ella Beatriz salió, y con notable estruendo la quitó de la ventana, dos mil locuras diciendo, que si yo entendí el estilo con que las dijo, sospecho que fueron que ella a su padre diría el atrevimiento.

No sé si me conoció, y así cuidadoso temo el saber o no saber en qué ha parado el suceso, por cuya causa no voy a visitarle, temiendo su enojo; pero tampoco a dejar de ir me resuelvo, porque si acaso ha llegado a su noticia mi intento, la vida del dueño mío no dudo que corra riesgo.

Y así, porque en irme o estarme hay peligro, elijo un medio, que es enviar este papel disimulado y secreto, que aun no va de letra mía, para cuyo efecto quiero a Moscatel que le lleve, valiéndose de su ingenio, y se la dé a Inés, criada de Leonor, porque no siendo conocido por criado mío, no hay que tener miedo.

Y así que le deis licencia, don Alonso, es lo que os ruego, y que conmigo en la calle os halléis, porque si llego a saber que está Leonor en peligro, estoy resuelto a sacarla de su casa aunque todo el mundo entero lo estorbe; y para esta acción he ele-gido el valor vuestro.

Mi amigo sois, don Alonso, y bien conocido tengo que las burlas del buen gusto son las veras del acero.

No como amante os obligo, no como amigo os pretendo; como caballero, sí, pues basta ser caballero para que a un hombre valgáis que está a vuestras plantas puesto.

ALONSO:

Moscatel, ese papel toma; en casa

de don Pedro

Enríquez, con la invención que te ofreciere tu ingenio, entra, y dale a esa criada que ha dicho don Juan.

JUAN:

¿Tan presto lo dispones?

ALONSO:

Si ha de ser, ¿cuánto es mejor que

sea luego?

Toma el papel; con nosotros ven.

MOSCATEL: (Aunque aquí temer puedo Aparte el peligro, pues Inés

--que es de mis sentidos dueño-- es la que voy a buscar, amor me dé atrevimiento.

ALONSO:

Guiad agora hacia la calle.

JUAN:

(¡Qué amigo tan verdadero!)

Aparte

ALONSO: (¡Qué amores tan enfadosos!) Aparte

"Sí me oyeron, no me oyeron." ¡Bien haya yo, que en mi vida he enamorado con riesgo, sino dama a todo trance, sino moza a todo ruedo, que a la primera visita llamo recio y hablo recio!

Y el haber en mí o no haber o temor o atrevimiento no consiste en más razón que haber o no haber dinero.

Vanse por una puerta y salen por otra JUAN:

Ésta es la calle. Porque no nos ve-

an, estaremos en algún portal mejor.

Salen don LUIS y don DIEGO, y pasan quitándose los sombreros

ALONSO:

Decís bien; mas ¿quién son éstos

que parece que la casa de Leonor miran atentos?

JUAN:

Éste es un don Luis Osorio, a quien

muy continuo veo en la calle aquestos días, y ha dado, ¡viven los cielos!, en cansarme.

ALONSO:

Pues ¿hay más de que también le

cansemos nosotros a él?

JUAN:

Dejadle, que no es de estas cosas

tiempo.

Pasemos de largo, y no demos qué decir.

ALONSO: Pasemos, aunque con tantas figu-ras pueda ser hombre.

Vanse don LUIS y don DIEGO

JUAN: [a MOSCATEL]

Tú luego darás la

vuelta, y darás el papel a Inés.

MOSCATEL: Me temo...

JUAN:

No hay qué temer, que aquí esta-

mos a la vista. Éntrate presto.

Vanse don JUAN, MOSCATEL, y don ALONSO, y salen don LUIS y don DIEGO por la otra puerta, mirando a las ventanas

LUIS: Ésta es la capaz esfera, éste el abreviado cielo de la más bella deidad y del planeta más bello que vio el sol desde que nace en joven golfo de fuego hasta que abrasado muere en cana hoguera de hielo; y con ser tal su hermosura, en ella ha sido lo menos, porque pudiera ser fea en fe de su enten-dimiento.

DIEGO:

Y en fin, ¿mujer tan discreta servís

para casamiento?

LUIS: Por conveniencia y amor la sirvo y la galan-teo, para cuyo efecto ya han de tratarlo mis deudos.

DIEGO:

Pues no sé si lo acertáis.

LUIS: ¿Por qué no, si en ella veo virtud, hacienda y nobleza, gran beldad y gran ingenio?

DIEGO:

Porque el ingenio la sobra; que yo

no quisiera, es cierto, que supiera más que yo mi mujer, sino antes menos.

LUIS: Pues ¿cuándo el saber es malo?

DIEGO:

Cuando fue el saber sin tiempo.

Sepa una mujer hilar, coser y echar un remiendo, que no ha menester saber gramática, ni hacer versos.

LUIS: No es ejercicio culpable donde es tan noble el exceso que no tiene inconveniente.

DIEGO:

Ni yo que le tenga pienso, pues an-

tes sé lo contrario del rigor y del desprecio con que os trata.

LUIS: Ese desdén adoro. La vuelta demos a la calle; no otra vez pasen esos caballeros que ya miro con cuidado.

DIEGO:

Vamos, pues.

LUIS: ¡Hermoso centro de la ingratitud que adoro!

Presto a tus umbrales vuelvo, porque el galán que en la calle de su dama a todos tiempos no vive, violento vive, bien como vive violento el pez fuera de las ondas, el ave fuera del viento, fuera de la tierra el bruto, el rayo fuera del fuego, la flor fuera de la rama, la voz, fuera del aliento, fuera del alma la vida, y el alma fuera del cielo.

Vanse, y salen LEONOR e INÉS, criada LEONOR: ¿Está mi hermana vestida?

INÉS: Tocándose ahora quedó, y por no pudrirme yo de ver cuán desvanecida pide uno y otro consejo, a su espejo la dejé.

LEONOR: ¡Qué necio con ella fue, a todas horas, su espejo!

INÉS: ¿Cómo necio?

LEONOR: ¿No lo es quien a gusto en un pesar no sabe un consejo dar a quien se le pide, Inés?

Pues si Beatriz le ha pedido mil consejos cada día, y a tan continua porfía nunca a gusto ha res-pondido, muy necio es.

INÉS: Ahora reparo la causa.

LEONOR: ¿Cuál puede ser?

INÉS:

No se deben de entender, porque ella habla culto, él claro; y así se están todo el día por-fiando los dos.

LEONOR:

¡Quién fuera tan feliz que no tuviera más cuidado! ¡Ay, Inés mía, con cuánto temor estoy de que aquestas melindrosa, esta crítica enfadosa, a mi padre cuente hoy lo que anoche me escuchó al balcón hablar!

INÉS: Supuesto que haber salido hoy tan presto mi señor de casa, dio lugar para prevenir el lance, y que no ha tenido tiempo de haberlo sabido, procu-remos desmentir su malicia con alguna invención.

LEONOR:

Ya he imaginado y digo que no he

hallado a propósito ninguna, porque ¿cómo la he de hallar, si ella misma quién vio, fue, a don Juan?

INÉS: Lo que se ve es lo que se ha de negar, con brío y con desenfado, procurando deshacerlo; lo que no llegan a verlo, señor, se está negado.

LEONOR: El medio ¡ay de mí! mejor que me ofrece el pensamiento es, Inés, con rendimiento, dueño hacerla de mi amor, de mi empleo y mi esperanza, pues es hacer en efeto puerta de hierro a un secreto el hacer de él confianza.

INÉS: Y eso es lo que sucedió a un galán que enamoraba una dama donde estaba un clérigo que los vio.

El clérigo no tenía en materia del callar buena fama en el lugar y viendo el riesgo que había de que a todos lo dijese, haciendo del ladrón fiel, se fue a confesar con él porque hablarlo no pudiese.

LEONOR: Eso mismo intento yo.

INÉS: Sí, pero esta santa liga a los clérigos obliga pero a las clérigas, no.

LEONOR:

Pues, ¿qué he de hacer, ¡ay de mí!

Inés, si esta industria sola es la que me queda?

Sale BEATRIZ con un espejo, mirándose en él BEATRIZ: ¡Hola! ¿No hay una fámula aquí?

INÉS: ¿Qué es lo que mandas?

BEATRIZ: Que abstraigas de mi diestra liberal este hechizo de cristal y las quirotecas traigas.

INÉS: ¿Qué son quirotecas?

BEATRIZ: ¿Qué?

Los guantes. ¡Que haya de hablar por fuerza en frase vulgar!

INÉS: Para otra vez lo sabré.

Ya están aquí.

BEATRIZ:

¡Cuánto lidio con la ignorancia que

hay! ¡Hola Inés!

INÉS: ¿Señora?

BEATRIZ:

Tray de mi biblioteca a Ovidio, no el Metamorfosis, no, ni el Arte amandi, pedí, el Remedio amoris, sí, que ése le investigo yo.

INÉS: Pues ¿cómo he de conocer libro, si es que eso has pedido, si aun el cartel no he sabido de una comedia leer?

BEATRIZ: Oscura, idiota y lega, ¿no te medra cada día la concomitancia mía?

LEONOR:

(Agora mi papel llega). Aparte

Hermana...

BEATRIZ:

¿Quién me habla así?

LEONOR:

Quien a tus pies obediente viene a

arrojarse.

BEATRIZ: Deténte; no te apropincues a mí, que empañarás el candor de mi castísimo bulto, y profanarás el culto de las aras de mi honor; porque mujer que fió del caos de la sombra fría y, en des-crédito del día, nocturno amor aceptó, no mirar con-siga atento mi semblante a voz profana, pues víbora será humana que con su, inficione, aliento.

LEONOR: Beatriz discreta y hermosa, mi hermana eres.

BEATRIZ: Eso no, que tener no puedo yo hermana libidinosa.

LEONOR: ¿Qué es libidinosa, hermana?

BEATRIZ: Una hermana que al farol trémulo, vi-rrey del sol, osa abrir una ventana, y, susurrando por ella a voz media y labio entero, da qué decir a un lucero, da qué callar a una estrella.

Pero yo minoraré el escándalo que has hecho, diciendo al paterno pecho sacrilegios de tu fe.

Un devoto anoche vi...

LEONOR: ¿Y

conocístele?

BEATRIZ: No, ni pudo ser, porque yo, ¿Qué másculo conocí?

LEONOR:

Pues yo te quiero decir quién era, y

con el intento que me habló.

BEATRIZ: ¡Qué atrevimiento! ¿Tal insulto había de oír?

LEONOR: Pues aunque oírlo no quieras, lo has de oír, porque también no está a mi decoro bien que tú con locas quimeras te persuadas a que ha sido liviandad lo que honor fue.

BEATRIZ: ¿Honor?

LEONOR: Oye.

BEATRIZ:

No daré direto a tu voz mi oído.

LEONOR:

Pues direto o no direto, todo has de

escucharlo ya.

BEATRIZ: Oído por fuera, será clandestino tu secreto, y no puedo error tan mucho cometer.

LEONOR: Si hablando estoy...

BEATRIZ: Aspid al conjuro soy; no lo escucho, no lo escucho.

Vase BEATRIZ

LEONOR: ¡Oye!... Mas ¿quién ahí ha entrado?

INÉS: A mi señor buscar.

LEONOR:

Mira quién es, mientras va mi des-

dicha y mi cuidado siguiendo una fiera.

Vase LEONOR y sale MOSCATEL

MOSCATEL: (Amor, Aparte ¡qué cobarde eres conmigo, pues aun no valen contigo las leyes de embajador!)

INÉS: ¿Es posible que has tenido,

Moscatel, atrevimiento de entrar hasta este aposento?

MOSCATEL: Sin saber qué me ha movido a haber entrado hasta aquí, rigor es anticipado...

INÉS: Pues ¿no basta haber entrado?

MOSCATEL: Sí y no.

INÉS: Pues ¿cómo no y sí?

MOSCATEL: No, pues no sabes a qué; sí, pues enojada estás; no, pues presto lo sabrás; sí, pues tarde lo diré; y aunque pude haber venido de tu hermosura llamado, traído de mi cuidado y del tuyo distraído, a darte aqueste papel vengo, que don Juan me envía, ya que a mi cuidado fía lo que a Leonor dice en él; que por no ser conocido por criado suyo yo, con el papel me envió si ya la causa no ha sido conocer de mi dolor, saber de mi mal severo, que de amor no es buen tercero el que no sabe de amor.

INÉS: Pues di que el papel me diste y que a Leonor le daré; y vete presto, porque temerosa, ¡ay de mí triste!, de que Beatriz...

MOSCATEL: Yo me iré; que aunque adoro tu presencia, las leyes de tu obediencia tan constante observaré que a precio de su rigor compraré el desprecio mío, y a costa de tu desvío mereceré tu favor.

INÉS: Bien pudiera responderte que tan ingrata no he sido como te habré parecido; pero tiéneme de suerte el temor de verte aquí que dejo para después la respuesta. Vete pues, que tiempo... Mas ¡ay de mí!, mi señor por la escalera sube. Aquí no me ha de hallar, viéndote conmigo hablar.

Vase corriendo INÉS, y sale don PEDRO, viejo

MOSCATEL: Oye, aguarda, escucha, espera.

PEDRO:

¿Quién ha de esperar y oír? ¿Quién

aguardar y escuchar?

MOSCATEL: Quien me tuviere que hablar o yo tenga que decir.

PEDRO:

¿Qué hacéis aquí?

MOSCATEL: ¿Qué he de hacer? ¿Ya vos no lo estáis mirando?

PEDRO:

¿Qué no habláis?

MOSCATEL: Estoy pensando lo que os he de responder.

PEDRO:

¿Qué buscáis?

MOSCATEL: ¡Que aquesto pase!

A quien sea mi homicida.

PEDRO:

¿Por qué?

MOSCATEL: Porque yo en mi vida hallé cosa que buscase.

PEDRO:

¿Quién sois?

MOSCATEL: Habéis preguntado en propios términos hoy.

Un criado honrado soy, si hay un honrado criado.

PEDRO:

¿A quién servís?

MOSCATEL: No serví, aunque criado me llamo.

PEDRO:

¿Cómo no?

MOSCATEL: Como mi amo es el que me sirve a mí.

PEDRO:

Ya es mucha bellaquería hablarme

de esa manera, y ya más plazo no espera la justa cólera mía.

MOSCATEL: (Malo va esto, ¡vive Dios! Aparte Si me da con algo aquí, ¡miren qué se me da a mí que en la calle estén los dos!)

PEDRO:

Quién sois me habéis de decir, qué

queréis y qué buscáis, y a qué en esta casa entráis, o en ella habéis de morir a mis manos.

MOSCATEL: Si firmado habéis la sentencia ciego con "ejecútese luego," yo soy Moscatel, criado de un don Alonso de Luna.

Salen al paño don JUAN y don ALONSO

JUAN:

Pues está allí Moscatel, y vimos

entrar tras él a don Pedro, mi fortuna no espera más.

ALONSO:

Yo dispuesto a cuanto suceda es-

toy.

A tomar la puerta voy.

PEDRO:

Proseguid.

Llega don JUAN

JUAN:

Señor, ¿qué es esto?

MOSCATEL: Eso sí.

PEDRO:

(Forzoso es ya Aparte reportarme).

Este hombre hallé aquí. Qué busca, no sé.

JUAN:

¿No? Pues él nos lo dirá, o a

aqueste acero rendido morirá.

MOSCATEL: ¡Bueno!

[a MOSCATEL]

JUAN:

(Algo di,

Moscatel, que importa así.

MOSCATEL: (¡Buen socorro me ha venido!) Aparte

Un hombre busco, y no hallando nadie que me respondiera, de escalera en escalera me fui poco a poco entrando, sin ver a quién preguntar; hasta esta parte llegué, donde una doncella hallé (la verdad en su lugar);

Aparte pensando

que era ladrón, huyó de mí, y a ella era el "escucha, aguarda, espera."

JUAN:

Bien puede tener razón.

PEDRO:

(Aunque no estoy satisfecho Aparte de que me diga verdad, fuera necia liviandad de mi espada y de mi pecho saber don Juan que he tenido otra sospecha; y así fingir me conviene aquí que su disculpa he creído, porque menos recatado le pueda después seguir, saber quién es, y salir de una vez de este cuidado).

Pues, si venís a buscar un hombre, ¿por qué os turbó el verme a mí?

MOSCATEL: Porque yo soy muy fácil de turbar.

JUAN:

Ea, id con Dios.

MOSCATEL: Que a los dos guarde.

[a MOSCATEL]

JUAN:

A don Alonso di que se quite luego

de ahí.

Vase MOSCATEL

PEDRO:

Don Juan, luego vuelvo. Adiós.

JUAN:

¿Dónde vais?

PEDRO:

Vuelvo a buscar unas cartas que

perdí.

JUAN:

No habéis de salir de aquí, u os

tengo de acompañar.

PEDRO:

(Algo, sin duda, ha entendido de mi

enojo; fuerza es deslumbrarle). Venid pues.

JUAN:

(Bien hasta aquí ha sucedido, pues

sin sospechar en mí, asistirle a todo puedo).

Vanse. Salen INÉS, y luego LEONOR

INÉS: Confusa de mirar quedo lo que ha sucedido aquí.

Informarse tan severo, cobrarse tan recatado, hablar con él tan pesado, y seguirle tan ligero muchos efectos han sido.

No sé qué ha de suceder.

[Entrando LEONOR dice a BEATRIZ dentro]

LEONOR:

¡Válgate Dios por mujer! ¡Qué teme-

raria has nacido!

INÉS: Señora, ¿qué te ha pasado; que tan colérica vienes?

LEONOR:

Que no me escuchó Beatriz porque

ha estado impertinente, con más soberbia que nunca, tan cansada como siempre.

Dice que dirá a mi padre el suceso.

INÉS: Cuando vienen los pesares, nunca, ¡ay triste!, vienen solos, pues de suerte se eslabonan unos de otros que, enredándose crueles, es víspera del segundo el primero que sucede.

Aquel hombre que dejaste aquí, para que supie-se yo quién era, te buscaba a ti, señora, con este papel; que don Juan no quiso, por el riesgo, que viniese criado suyo. El papel me dio apenas, cuando quiere el cielo que entre tu padre y que con el hombre encuentre.

Llegó al empeño don Juan, e hizo que el hombre le diese no sé qué necias disculpas; pero aunque quiso prudente disimular mi señor, no pudo, y tras él se vuelve.

LEONOR:

¡Qué bien dicen que los males son,

si hay uno, como el fénix, pues es cuna en que uno nace la tumba donde otro muere

Dame el papel, porque quiero al instante res-ponderle a don Juan en el peligro que estoy.

INéS: No le guardes, léele, que quizá advertirá al-go que en tu cuidado aproveche.

LEONOR:

Dices bien; abrirle quiero, que nada

en esto se pierde.

Lee

"¡Qué mal podré hermoso dueño, decirte ni en-carecerte...!"

INÉS: Tu hermana viene.

LEONOR: ¡Ay de mí!

Sale BEATRIZ

BEATRIZ: ¿Qué misivo idioma es éste que ajado ocultas?

LEONOR: ¿Yo?

BEATRIZ: Sí.

LEONOR:

No entiendo lo que me quieres de-

cir.

BEATRIZ: Con vulgar disculpa me has obsti-nado dos veces.

Ese manchado papel en quien cifró líneas breves cálamo ansarino, dando cornerino vaso débil el etíope licor, ver tengo.

LEONOR: En vano pretendes ver el papel, porque fuera también ser necia dos veces no querer saber de mí cuando de oírme te ofendes lo que yo quiero decir, y querer saber aleve lo que pretendo callarte.

BEATRIZ: Mi fraternidad no atiende a tu lengua, sí a tu acción, porque aquélla mentir puede y ésta ha de decir verdad; y así, en la ocasión urgente, si oír lo que quieres no quiero, saber sí lo que no quieres.

LEONOR:

¿De qué suerte, si no quiero, lo has

de saber?

BEATRIZ: De esta suerte.

Ásela el papel y porfían las dos

Suelta la epístola.

INÉS: (No es Aparte sino evangelio).

LEONOR: Aunque intentes por fuerza verle, tirana, poco podré o no has de verle.

BEATRIZ: Deja el papel.

Sale don PEDRO y ellas lo rompen y se quedan cada una con su

pedazo

PEDRO: ¿Qué papel es? ¿Por qué reñís, aleves?

INÉS: (Cayóse la casa, como Aparte dice el fulle-ro que pierde).

PEDRO: Suelta este pedazo tú, y tú suelta este otro.

LEONOR: (Déme Aparte ingenio, Amor).

BEATRIZ: El que abstraes fragmento a mi mano débil te referirá baldones que tu pundonor padece.

LEONOR: El papel, señor, que miras, yo no sé lo que contiene; y pues que Beatriz lo sabe, ¿quién duda que suyo fuese?

Leyéndole estaba cuando llegué...

BEATRIZ: ¿Yo?

PEDRO: ¡Calla!

LEONOR: Y sin verme, llegando con tal cuidado

(que me le puso de verle), quise quitársele, y ella me le defendió. No pienses que fue atrevimiento en mí, que después que sé que tiene

Beatriz quien la escriba, y quien la hable de noche por ese balcón, mi virtud me ha dado disculpas para atreverme, aunque soy menor hermana, a tratarla de esta suerte.

INÉS: (De mano gana LeonorAparte cuando un mismo punto tienen...)

PEDRO:

¡Por cierto, Beatriz!...

BEATRIZ: Ignoro, atónita, responderte, que me construyó su acento estatua de fuego y nieve, porque cuanto me acumula delito es suyo in espe-cie.

LEONOR:

Pues ¿aquí no estaba Inés, que de-

cir la verdad puede?

BEATRIZ: Pues ¿Inés no estaba aquí que dirá lo que sucede?

INÉS: Yo soy en fin la presencia de todo el hecho presente.

PEDRO:

(¡Ay de mí!, que combatido

Aparte de uno y otro mal tan fuerte, ambos me están mal, pues ambos armados contra mí vienen; que al averiguar (¡ay triste!) cúya es la culpa eviden-te, no es excusarme la pena, pues cuando a saberla llegue, tan sitiado mi dolor, tan acosado mi suerte, tan cercado mi desdicha en este lance me tiene, que habiendo (¡cielo!) que habiendo de morir preci-samente quién me da muerte sabré, mas no excusaré la muerte).

Vete tú, Beatriz, de aquí; y tú, Leonor, de aquí vete.

BEATRIZ: Señor, yo...

PEDRO:

Nada digáis.

LEONOR: (Quiera Amor que no confiese Aparte el papel lo que yo niego).

BEATRIZ: Tú, mentil hermana tienes la culpa de todo.

Vanse LEONOR y BEATRIZ

PEDRO: Inés.

INÉS: (Aquí entro agora).

Aparte

PEDRO: Deténte.

INÉS: (Honor, con quien vengo, vengo).

PEDRO:

Pues sola el testigo eres, ¿quién le-

ía el papel?

INéS: (Yo ni quito ni pongo leyes, pero hago lo que debo).

PEDRO:

¿Qué es lo que dudas? ¿Qué te-

mes?

INÉS: (El oficio de críada es ayudar a quien miente).

Señor, poco antes que tú llegué yo, sin que pudiese de la acción, ni de las voces saber cúyo el papel fuese.

Ésta es la verdad, so cargo del juramento que tiene hecho cualquiera criada en el pleito que refieres.

PEDRO:

(¿Aun este pequeño alivio

Aparte del desengaño, no quiere darme el dolor?) Vete, Inés.

INÉS: (¡Viva a toda ley quien vence!) Aparte Vase INÉS

PEDRO:

Que el papel confesará cuanto tú y

ellas me nieguen.

Juntar quiero los pedazos de esta víbora, esta sierpe, que dividido el veneno en dos mitades contiene.

Lee

"¡Qué mal podré, hermoso dueño, decirte ni en-carecerte el cuidado con que estoy de que anoche nos oyese tu hermana! Avisarme al punto que a tu padre se lo cuente, para que te ponga en salvo."

A entrambas a dos conviene el papel, para que sea hoy mi desdicha más fuerte, pues si supiera de una que con liviandad procede, supiera también de otra la virtud, y de esta suerte templado estuviera el daño; mas para que no se temple, quiere el cielo que a ninguna crea, y que en las dos sospeche.

Hallar un criado aquí, turbarse (¡ay de mí!) de verme, llegar don Juan, y dejarle, salir tras él, y perderle, volver a casa y hallar la confusión que me vence, cosas son que han menester atenciones más prudentes.

Y así, pues sé que el criado es, si su temor no miente, de don Alonso de Luna, saber quién es me conviene, y atender a sus acciones; y hasta que a mis manos llegue o desengaño o venganza, ¡valedme, cielos, valedme!

Vase don PEDRO

FIN DEL PRIMER ACTO

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