II

¡Ay, qué profunda tristeza!

¡Ay, qué terrible dolor!

¡Tendida en la negra caja

sin movimiento y sin voz,

pálida como la cera

que sus restos alumbró,

yo he visto a la pobrecita

madre de mi corazón!

Ya desde entonces no tuve

quien me prestase calor,

que el fuego que ella encendía

aterido se apagó.

Ya no tuve desde entonces

una cariñosa voz

que me dijese: ¡hija mía,

yo soy la que te parió!

¡Ay, qué profunda tristeza!

¡Ay, qué terrible dolor!...

¡Ella ha muerto y yo estoy viva!

¡Ella ha muerto y vivo yo!

Mas, ¡ay!, pájaro sin nido,

poco lo alumbrará el sol,

¡y era el pecho de mi madre

nido de mi corazón!