Fragmentos

Cuando miré de soledad vestida

la senda que el destino me trazó,

sentí en un punto aniquilar mi vida.

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

¡Cuando infeliz me contemplé perdida

y el árbol de mi fe se desgajó,

tuvieron, ¡ay!, para llorar mis ojos

de amargura y de hiel tristes despojos!

¡La nada contemplé que me cercaba,

y... al presentir mi aterrador quebranto,

miré que solitaria me anegaba

en un mar de dolores y de llanto!

 

¡Nadie ni amor ni compasión cantaba,

ni un ángel me cubrió bajo su manto,

sólo la voz mi corazón oía

de la última ilusión que se perdía!...

Ya marchita la flor de mi esperanza

vi revolar no más en torno mío,

vaga esfera sin luz que nunca alcanza

dar resplandor a un corazón ya frío.

 

Vano es el ¡ay! que desgarrado lanza

por el dolor de ese vivir sombrío:

¡La oscuridad de esa existencia muerta,

cierra de un bien al porvenir la puerta!

La risa y el sarcasmo por doquiera

que fuera yo mi corazón palpaba,

y doquiera también que me escondiera,

¡ay!, la risa sardónica encontraba.

 

No hubo un rincón donde vivir pudiera,

no hubo esa paz que con afán buscaba;

¡guerra sin fin, fatídica existencia,

fue en mi vivir la delicada esencia!

Y rotas ya de la existencia mía

de paz y amor las ilusiones bellas,

llenas de horror las contemplé en un día

cual en cielo sin luz, muertas estrellas:

Su oscuridad mi porvenir partía,

mi fe y mi paz se confundió con ellas;

¡que eran del alma indisolubles lazos

que se fueron al fin, hechas pedazos!

Al caminar después por mil abrojos

mi frente juvenil se marchitó,

y al sentir las espinas en mis ojos

de angustia el corazón se poseyó;

luego al cielo exclamé puesta de hinojos,

y el cielo mis clamores no advirtió;

y sola combatí con mis pesares

¡lágrimas tristes derramando a mares!

Padecer y morir: Tal era el lema

que en torno mío murmurar sentí,

y mirando en redor de espanto llena,

su fatídico emblema comprendí;

y al ver el torcedor que me encadena

de espanto y de temor retrocedí...

¡Sola era yo con mi dolor profundo

en el abismo de un imbécil mundo!

Y buscando un apoyo, una caricia,

el eco «Soledad» me respondió:

Y cual cauce que ronco se desquicia

fatídico en mi pecho resbaló,

regalándome a un tiempo una delicia

que heló mi sien, y el porvenir mató;

que era fría y glacial como ella sola,

¡y aun sin querer, el corazón guardóla!

La soledad... cuando en la vida un día

circunda nuestra frente su fulgor,

un mundo de mortal melancolía

nos presenta un fantasma aterrador,

quitándole a las aves su armonía,

cubriendo de la luz el resplandor:

¡Noche sin fin al porvenir avanza

ahuyentando el amor y la esperanza!

Por eso, ¡ay Dios!, al caminar aún pura

entre inmundicias mil que tropecé,

llenaron de dolor y desventura

la hermosa realidad con que soñé:

Terrible asolación, esencia impura

lanzaron al Edén que acaricié;

y aquel Edén se convirtió en infierno

¡triste ilusión de mi dolor eterno!

Hoy yerto el corazón, falto de vida,

horas de horror e insensatez presiente,

largas horas sin fin que en la partida

marchitan su ilusión, secan su ambiente.

Y al dejar su ilusión seca y perdida,

vana esperanza el porvenir le miente;

sabe muy bien que esa esperanza es vana

¡sombra fugaz de su primer mañana!

Cubierto de sombríos nubarrones

un cielo en lontananza divisó,

y un canto singular de maldiciones

en sus bóvedas altas retumbó.

Rasgaban al pasar esas canciones

el alma del que triste las oyó;

¡por eso el pecho en su dolor profundo

sintió cubierto de aspereza el mundo!

Imágenes bellísimas de amores

fúlgidos rayos de brillante aurora,

frescas coronas de lucientes flores

que un sol de fuego con su luz colora.

Dulces cantos de amor arrobadores

que al delirar el corazón adora;

¡todo voló con la ilusión de un día

rota la flor de la esperanza mía!

Las horas que soñé desparecieron,

cual la flor que un torrente arrebató;

y allá en la nada del no ser se hundieron...

¡Que mi espíritu aquí no las halló!...

Tal vez ellas también se arrepintieron

de brindarme el placer que me halagó:

Y huyeron, ¡ay!, a una región lejana

que dice sin cesar: ¡ya no hay mañana!...

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Mas ¿por qué se fatiga el pensamiento

en indagar el mal de esa partida?

¿Ignoro yo quizá que es como el viento

la dicha que arrullara nuestra vida?

Lo pasado será de hoy más un cuento

que se escuchó veloz...

¡Y correré en este vivir incierto

cual brisa solitaria del desierto!...

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

¿Qué es este miedo aterrador que siento

y esta congoja inalterable y fría,

que cuanto más desvanecerle intento

más se burla mordaz del ansia mía?

¿Quién ése fue que me robó violento

cándida paz que recobrara un día,

clavándole en la mitad del pecho mío

la terrible visión de un desvarío?...

¿Por qué en mi acerbo padecer maldigo

mis placeres sin fin, llena de enojos?

¿Por qué «si os amo» alguna vez les digo,

se llenarán de lágrimas mis ojos?

¿Por qué terrible un pensamiento abrigo

que marca mi camino con abrojos,

entrelazando espinas con las flores,

que forman el Edén de mis amores?

¡Ay!... yo buscando un lenitivo leve

en el dulce elixir de una esperanza,

siento sin ver que a mi dolor se atreve

el viento asolador de la mudanza:

Las hojas, ¡ay!, de mi placer conmueve

con el soplo voraz de su pujanza;

y la acritud de un pensamiento triste,

me grita sin cesar: «¡La fe perdiste!...

«Y perdida la fe... la fe perdida...

Roto el cristal de esa belleza oculta,

el cielo encantandor de nuestra vida

entre pálidas nubes se sepulta...

Su luz tan celestial queda escondida,

¡nuestra la faz aterradora e inculta;

y atmósfera infernal, monte de plonio,

¡pesa en el alma, sin saberse el cómo!...»

 

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

Yo callo a esa verdad que me despierta

a un mundo de aridez desconocido,

y muevo sin pensar mi planta incierta,

sin buscar ese bien que hallo perdido.

Porque esa flor de mis jardines muerta

nada... y nada no más se ha convertido;

¿y quién la nada en algo convirtiera?

¡Sabio fuera en verdad quien lo dijera!...

 

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