Jornada primera

Entra ESCIPIÓN, JUGURTA, MARIO, y QUINTO FABIO, hermano de Escipión, romanos

ESCIPIÓN: Esta difícil y pesada carga

 que el senado romano me ha encargado

 tanto me aprieta, me fatiga y carga

 que ya sale de quicio mi cuidado.

 De guerra y curso tan extraña y larga

 y que tantos romanos ha costado,

 ¿quién no estará suspenso al acaballa?

 ¡Ah! ¿Quién no temerá de renovalla?

JUGURTA: ¡Quién, Cipión? Quien tiene la ventura,

 el valor nunca visto que en ti encierras,

 pues con ella y con él está segura

 la victoria y el triunfo de estas guerras.

ESCIPIÓN: El esfuerzo regido con cordura

 allana al suelo las más altas sierras,

 y la fuerza feroz de loca mano

 áspero vuelve lo que está más llano;

 mas no hay que reprimir, a lo que veo,

 la fuerza del ejército presente,

 que, olvidado de gloria y de trofeo,

 ya embebido en la lascivia ardiente;

 y esto sólo pretendo, esto deseo;

 volver a nuevo trato nuestra gente,

 que, enmendando primero al que es amigo,

 sujetaré más presto al enemigo.

 ¡Mario!

MARIO: ¿Señor?

ESCIPIÓN: Haz que a noticia venga

 de todo nuestro ejército, en un punto,

 que, sin que estorbo alguno le detenga,

 parezca en este sitio todo junto,

 porque una breve plática de arenga

 les quiero hacer.

MARIO: Harélo en este punto. 

ESCIPIÓN: Camina, porque es bien que sepan todos

 mis nuevas trazas y sus viejos modos.

Vase MARIO

JUGURTA: Séte decir, señor, que no hay soldado

 que no te tema juntamente y ame;

 y porque ese valor tuyo extremado

 de Antártico a Calixto se derrame,

 cada cual con feroz ánimo osado,

 cuando la trompa a la ocasión les llame,

 piensa hacer en tus servicios cosas

 que pasen las hazañas fabulosas.

ESCIPIÓN: Primero es menester que se refrene

 el vicio, que entre todos se derrama;

 que si éste no se quita, en nada tiene

 con ellos que hacer la buena fama.

 Si este daño común no se previene

 y se deja arraigar su ardiente llama,

 el vicio sólo puede hacernos guerra

 más que los enemigos de esta tierra.

Tocan a recoger y échase de adentro este bando

[VOZ]: "Manda nuestro general

 que se recojan armados

 luego todos los soldados

 en la plaza principal,

 y que ninguno no quede

 de parecer a esta vista,

 so pena que de la lista

 al punto borrado quede."

JUGURTA: No dudo yo, señor, sino que importa

 recoger con duro freno la malicia,

 y que se dé al soldado rienda corta

 cuando él se precipita en la injusticia.

 La fuerza del ejército se acorta,

 cuando va sin arrimo de justicia

 aunque más le acompañen a montones

 mil pintadas banderas y escuadrones.

Entra un alarde de soldados, armado a lo antiguo sin arcabuces, y ESCIPIÓN se sube sobre una peña que estará allí, y dice

ESCIPIÓN: En el fiero ademán, en los lozanos

 marciales aderezos y vistosos,

 bien os conozco, amigos, por romanos:

 romanos, digo, fuertes y animosos;

 mas en las blancas delicadas manos

 y en las teces de rostros tan lustrosos,

 allá en Bretaña parecéis crïados,

 y de padres flamencos engendrados.

 El general descuido vuestro, amigos,

 el no mirar por lo que tanto os toca,

 levanta los caídos enemigos

 que vuestro esfuerzo y opinión apoca.

 De esta ciudad los muros son testigos

 que aun hoy está cual bien fundada roca

 de vuestras perezosas fuerzas vanas,

 que sólo el nombre tienen de romanos.

 ¿Paréceos, hijos, que es gentil hazaña

 que tiemble del romano nombre el mundo

 y que vosotros solos en España

 le aniquiléis y echéis en el profundo?

 ¿Qué flojedad es ésta tan extraña?

 ¿Qué flojedad? Si yo mal no me fundo,

 es flojedad nacida de pereza,

 enemiga mortal de fortaleza.

 La blanda Venus con el duro Marte

 jamás hacen durable ayuntamiento;

 ella regalos sigue, él sigue arte

 que incita daños y furor sangriento.

 La cipria diosa estése agora aparte;

 deje su hijo nuestro alojamiento,

 que mal se aloja en las marciales tiendas

 quien gusta de banquetes y meriendas.

 ¿Pensáis que sólo atierra la muralla

 el almete y la acerada punta,

 y que sólo atropella la batalla

 la multitud de gentes y armas junta?

 Si esfuerzo de cordura no señala

 que todo lo previene y lo barrunta,

 poco aprovechan muchos escuadrones,

 y menos infinitas municiones.

 Si a militar concierto se reduce,

 cualque pequeño ejército que sea,

 veréis que como sol claro reluce,

 y alcanza las victorias que desea;

 pero si a flojedad él se conduce,

 aunque abreviado el mundo en él se vea,

 en un momento quedará deshecho

 por más regalada mano y fuerte pecho.

 Avergonzaos, varones esforzados,

 porque, a nuestro pesar, con arrogancia,

 tan pocos españoles, y encerrados,

 defiendan este nido de Numancia.

 Diez y seis años son, y más, pasados

 que mantienen la guerra y la ganancia

 de haber vencido con feroces manos

 millares de millares de romanos.

 Vosotros os vencéis, que estáis vencidos

 del bajo antojo, y fementil, liviano,

 con Venus y con Baco entretenidos,

 sin que a las armas extendáis la mano.

 Córreos agora, si no estáis corridos,

 de ver que este pequeño pueblo hispano

 contra el poder romano se defiende

 y, cuanto más rendido, más ofende.

 De nuestro campo quiero, en todo caso,

 que salgan las infames meretrices,

 que de ser reducidos a este paso,

 ellas solas han sido las raíces.

 Para beber no quede más de un vaso,

 y los lechos, un tiempo ya felices,

 llenos de concubinas, se deshagan,

 y de fajina y en el suelo se hagan.

 No me huela el soldado otros olores

 que el olor de la pez y de resina,

 ni por golosidad de los sabores

 traiga siempre aparato de cocina;

 que el que usa en la guerra estos primores

 muy mal podrá sufrir la cota fina;

 no quiero otro primor ni otra fragancia

 en tanto que español viva en Numancia.

 No os parezca, varones, escabroso

 ni duro este mi justo mandamiento,

 que al fin conoceréis ser provechoso

 cuando aquél consigáis de vuestro intento.

 Bien se os ha de hacer dificultoso

 dar a vuestras costumbres nuevo asiento;

 mas, si no las mudáis, estará firme

 la guerra que esta afrenta más confirme.

 En blandas camas, entre juego y vino,

 hállase mal el trabajoso Marte.

 Otro aparejo busca, otro camino.

 Otros brazos levantan su estandarte.

 Cada cual se fabrica su destino.

 No tiene allí Fortuna alguna parte.

 La pereza Fortuna baja cría;

 la diligencia, imperio y monarquía.

 Estoy con todo esto tan seguro

 de que al fin mostraréis que sois romanos,

 que tengo en nada el defendido muro

 de estos rebeldes bárbaros hispanos;

 y así, os prometo por mi diestra y juro

 que, si igualáis al ánimo las manos,

 que las mías se alarguen en pagaros,

 y mi lengua también en alabaros.

Míranse los soldados unos a otros, y hacen señas a uno de ellos, que se llama CAYO MARIO, que responda por todos, y dice

CAYO MARIO: Si con atentos ojos has mirado,

 ínclito general, en los semblantes

 que a tus breves razones han mostrado

 los que tienes agora circunstantes,

 cuál habrás visto sin color, turbado,

 y cuál con ella, indicios bien bastantes

 de que el temor y la vergüenza a una

 nos aflige, molesta e importuna,

 vergüenza, de mirar ser reducidos

 a término tan bajo por su culpa,

 que viendo ser por ti reprehendidos,

 no saben a esa falta hacer disculpa;

 temor, de tantos yerros cometidos;

 y la torpe pereza que los culpa

 los tiene de tal modo, que se holgaran

 antes morir que en esto se hallaran.

 Pero el lugar y el tiempo que los queda

 para mostrar alguna recompensa,

 es causa que con menos fuerza pueda

 fatigarte el rigor de tal ofensa.

 De hoy más, con presta voluntad y leda,

 el más mínimo de estos cuida y piensa

 de ofrecer sin revés a tu servicio

 la hacienda, vida, honra en sacrificio.

 Admite, pues, de sus intentos sanos

 al justo ofrecimiento, señor mío,

 y considera al fin que son romanos,

 en quien nunca faltó del todo brío.

 Vosotros levantad las diestras manos

 en señal que aprobáis el voto mío.

SOLDADO 1: Todo lo que habéis dicho confirmamos.

SOLDADO 2: Y lo juramos todos.

TODOS: Sí, juramos.

ESCIPIÓN: Pues, arrimado a tal ofrecimiento,

 crece ya desde hoy mi confïanza,

 creciendo en vuestros pechos ardimiento

 y del viejo vivir nueva mudanza.

 Vuestras promesas no se lleve el viento;

 hacerlas verdaderas con la lanza;

 que las mías saldrán tan verdaderas

 cuanto fuere el valor de vuestras veras.

SOLDADO 1: Dos numantinos con seguro vienen

 a darte, Cipïón, una embajada.

ESCIPIÓN: ¿Por qué no llegan ya? ¿En qué se detienen?

SOLDADO 1: Esperan que licencia les sea dada.

ESCIPIÓN: Si son embajadores, ya la tienen.

SOLDADO 1: Embajadores son.

ESCIPIÓN: Daldes entrada;

 que, aunque descubran cierto falso pecho,

 al enemigo siempre de provecho,

 jamás la falsedad vino cubierta

 tanto con la verdad, que no mostrase

 algún pequeño indicio, alguna puerta

 por donde su maldad se entestiguase.

 Oír al enemigo es cosa cierta

 que siempre aprovechó más que dañase

 y, en las cosas de guerra, la experiencia

 muestra que lo que digo es cierta ciencia.

Entran dos NUMANTINOS, embajadores

NUMANTINO 1: Si nos das, gran señor, grata licencia,

 decirte he la embajada que traemos;

 do estamos, o ante sola tu presencia,

 todo a lo que venimos te diremos.

ESCIPION: Decid; que adondequiera doy audiencia.

NUMANTINO 1: Pues con ese seguro que tenemos,

 de tu real grandeza concedido,

 daré principio a lo que soy venido.

 Numancia, de quien yo soy ciudadano,

 ínclito general, a ti me envía,

 como al más fuerte capitán romano

 que ha cubierto la noche y visto el día,

 a pedirte, señor, la amiga mano

 en señal de que cesa la porfía

 tan trabada y crüel de tantos años

 que ha causado sus propios y tus daños.

 Dice que nunca de la ley y fueros

 del senado romano se apartara

 si el insufrible mando y desafueros

 de un cónsul y otro no le fatigara.

 Ellos con duros estatutos fieros

 y con su extraña condición avara

 pusieron tan gran yugo a nuestros cuellos

 que forzados salimos de él y de ellos;

 y en todo el largo tiempo que ha durado

 entre ambas partes la contienda, es cierto

 que ningún general hemos hallado

 con quien poder tratar algún concierto.

 Empero agora, que ha querido el hado

 reducir nuestra nave a tan buen puerto,

 las velas de la gavia recogemos

 y a cualquiera partido nos ponemos.

 No imagines que temor nos lleva

 a pedirte las paces con instancia,

 pues la larga experiencia ha dado prueba

 del poder valeroso de Numancia.

 Tu virtud y valor es quien nos ceba

 y nos declara que será ganancia

 mayor que cuantas desear podemos,

 si por señor y amigo te tenemos.

 A esto ha sido la venida nuestra.

 Respóndenos, señor, lo que te place.

ESCIPIÓN: ¡Tarde de arrepentidos dais la muestra!

 Poco vuestra amistad me satisface.

 De nuevo ejercitad la fuerte diestra

 que quiero ver lo que la mía hace;

 quizá que ha puesto en ella la ventura

 la gloria nuestra y vuestra sepultura.

 A desvergüenza de tan largos años,

 es poca recompensa pedir paces.

 Seguid la guerra y renovad los daños.

 Salgan de nuevo las valientes haces.

NUMANTINO 1: La falsa confïanza mil engaños

 consigo trae; advierte lo que haces,

 señor, que es arrogancia que nos muestras

 remunera el valor en nuestras diestras;

 y pues niegas la paz que con buen celo

 te ha sido por nosotros demandada,

 de hoy más la causa nuestra con el cielo

 quedará por mejor calificada,

 y antes que pises de Numancia el suelo,

 probarás do se extiende la indignada

 fuera de aquél que, siéndote enemigo,

 quiere ser tu vasallo y fiel amigo.

ESCIPIÓN: ¿Tenéis más que decir?

NUMANTINO 2: No, más tenemos

 que hacer, pues tú, señor, ansí lo quiere,

 sin querer la amistad que te ofrecemos,

 correspondiendo mal de ser quien eres.

 Pero entonces verás lo que podremos

 cuando nos muestres tú lo que pudieres;

 que es una cosa razonar de paces

 y otra romper po las armadas haces.

ESCIPIÓN: Verdad decís; y ansí, para mostraros

 si sé tratar de paz y hablar en guerra,

 no quiero por amigos aceptaros,

 ni lo seré jamás de vuestra tierra;

 y con esto podéis luego tornaros.

NUMANTINO 1: ¿Que en esto tu querer, señor, se encierra?

ESCIPIÓN: Ya te he dicho que sí.

NUMANTINO 2: ¡Pues, sus! Al hecho;

 que guerra ama el numantino pecho.

Vanse los EMBAJADORES, y dice QUINTO FABIO, hermano de Escipión

QUINTO FABIO: El descuido pasado nuestro ha sido

 el que les hace hablar de aquesta suerte;

 mas ya es llegado el tiempo y es venido

 do veréis nuestra gloria y vuestra muerte.

ESCIPIÓN: El vano blasonar no es admitido

 de pecho valeroso, honrado y fuerte.

 Tiempla las amenazas, Fabio, y calla,

 y tu valor descubre en la batalla.

 Aunque yo pienso hacer que el numantino

 nunca a las manos de nosotros venga,

 buscando de vencerle tal camino

 que más a mi provecho se convenga,

 y haré que abaje el brío y pierda el tino

 y que en sí mesmo su furor detenga.

 Pienso de un hondo foso rodeallos

 y por hambre insufrible he de acaballos.

 No quiero yo que sangre de romanos

 colore más el suelo de esta tierra;

 basta la que han vertido estos hispanos

 en tan larga reñida y cruda guerra.

 Ejercítense agora vuestras manos

 en romper y a cavar la dura tierra,

 y cubrirse de polvo los amigos

 que no lo están de sangre de enemigos.

 No quede de este oficio reservado

 ninguno que le tenga preeminente.

 Trabaje el decurión como el soldado,

 y no se muestre en esto diferente.

 Yo mismo tomaré el hierro pesado

 y romperé la tierra fácilmente.

 Hacen todos cual yo; veréis que hago

 tal obra, con que a todos satisfago.

QUINTO FABIO: Valeroso señor y hermano mío,

 bien nos muestras en esto tu cordura;

 pues fuera conocido desvarío

 y temeraria muestra de locura

 pelear contra el loco airado brío

 de estos desesperados sin ventura.

 Mejor será encerrallos como dices

 y quitarles al brío las raíces.

 Bien puede la ciudad toda cercarse,

 si no es la parte por do el río la baña.

ESCIPIÓN: Vamos, y venga luego a efectuarse

 ésta mi nueva traza, usada hazaña;

 que si en mi favor quiere mostrarse

 el cielo, quedará sujeta España

 al senado romano, solamente

 con vencer la soberbia de esta gente.

Vanse, y sale ESPAÑA, coronada con unas torres, y trae un castillo en la mano, que significa España

ESPAÑA: ¡Alto, sereno y espacioso cielo,

 que con tus influencias enriqueces

 la parte que es mayor de este mi suelo

 y sobre muchos otros le engrandeces;

 muévate a compasión mi amargo duelo

 y, pues al afligido favoreces,

 favoréceme a mí en ansia tamaña,

 que soy la sola y desdichada España.

 Basta ya que un tiempo me tuviste

 todos mis flacos miembros abrasados,

 y al sol por mis entrañas descubriste

 al reino oscuro de los condenados

 y a mil tiranos mil riquezas diste;

 a fenicios y a griegos entregados

 mis reinos fueron, porque tú has querido

 o porque mi maldad lo ha merecido.

 ¿Será posible que continuo sea

 esclava de naciones extranjeras

 y que un pequeño tiempo yo no vea

 de libertad tendidas mis banderas?

 Con justísimo título se emplea

 en mí el rigor de tantas penas fieras,

 pues mis famosos hijos y valientes

 andan entre sí mismos diferentes.

 Jamás entre su pecho concertaron

 los divididos ánimos furiosos;

 antes entonces más los apartaron

 cuando se vieron más menesterosos,

 y ansí con sus discordias convidaron

 los bárbaros de pechos codiciosos

 a venir a entregarse en mis riquezas,

 usando en mí en el ellos mil cruezas.

 Numancia es la que agora sola ha sido

 quien la luciente espada sacó fuera,

 y a costa de su sangre ha mantenido

 la amada libertad suya y primera.

 Mas, ¡ay!, que veo el término cumplido,

 llegada ya la hora postrimera

 do acabará su vida, y no su fama,

 cual fénix renovándose en la llama.

 Estos tan mucho temidos romanos

 que buscan de vencer cien mil caminos,

 rehuyendo venir más a las manos

 con los pocos valientes numantinos,

 ¡oh, si saliesen sus intentos vanos

 y fuesen sus quimeras desatinos,

 que esta pequeña tierra de Numancia

 sacase de su pérdida ganancia!

 Mas, ¡ay!, que el enemigo la ha cercado

 no sólo con las armas contrapuestas

 al flaco muro suyo, mas ha obrado

 con diligencia extraña y manos prestas

 que un foso por la margen concertado

 rodee a la ciudad por llano y cuestas.

 Sólo la parte por do el río se extiende,

 de este ardid nunca visto se defiende.

 Ansí están encogidos y encerrados

 los tristes numantinos en su muros.

 Ni ellos pueden salir, ni ser entrados,

 y están de los asaltos bien seguros.

 Pero en sólo mirar que están privados

 de ejercitar sus fuertes brazos duros,

 la guerra pediré o la muerte a voces

 con horrendos acentos y feroces.

 Y pues sola la parte por do corre

 y toca a la ciudad el ancho Duero,

 es aquélla que ayuda y que socorre

 en algo al numantino prisionero,

 antes que alguna máquina o gran torre

 en sus aguas se funde, rogar quiero

 al caudaloso y conocido río,

 en lo que puede, ayude al pueblo mío.

 Duero gentil, que con torcidas vueltas

 humedeces gran parte de mi seno,

 ansí en tus aguas siempre veas envueltas

 arenas de oro cual el Tajo ameno;

 ansí las ninfas fugitivas sueltas,

 de que está el verde prado y bosque lleno,

 vengan humildes a tus aguas claras

 y en prestarte favor no sean avaras,

 que prestes a mis ásperos lamentos

 atento oído, o que a escucharlos vengas,

 aunque dejes un rato tus contentos;

 suplícote que en nada te detengas.

 Si tú, con tus continuos crecimientos,

 de estos fieros romanos no te vengas,

 cerrado veo ya cualquier camino

 a la salud del pueblo numantino.

Sale el río DUERO con otros tres ríos, que serán tres muchachos, vestidos como que son tres riachuelos que entran en Duero junto a Soria, que en aquel tiempo fue Numancia

DUERO: Madre querida, España: rato había

 que oí en mis oídos tus querellas,

 y si en salir acá me detenía

 fue por no poder dar remedio a ellas.

 El fatal, miserable y triste día,

 según el disponer de las estrellas,

 se llega de Numancia, y cierto temo

 que no hay remedio a su dolor extremo.

 Con Obrón y Minuesa y también Tera,

 cuyas aguas las mías acrecientan,

 he llenado mi seno en tal manera

 que usadas márgenes revientan;

 mas, sin temor de mi veloz carrera,

 cual si fuera un arroyo, veo que intentan

 de hacer lo que tú, España, nunca veas;

 sobre mis aguas, torres y trincheas.

 Mas ya que el revolver del duro hado

 tenga el último fin estatuído

 de ese tu pueblo numantino armado,

 pues a términos tales ha venido,

 un consuelo que queda en este estado:

 que no podrán las sombras del olvido

 oscurecer el sol de sus hazañas

 en toda edad tenidas por extrañas.

 Y puesto que el feroz romano tiende

 el paso ahora para tan fértil suelo,

 que te oprime aquí y allí te ofende

 con arrogante y ambicioso celo,

 tiempo vendrá, según que ansí lo entiende

 el saber que a Proteo ha dado el cielo,

 que estos romanos sean oprimidos

 por los que agora tienen abatidos.

 De remotas naciones venir veo

 gentes que habitarán tu dulce seno

 después que, como quiere tu deseo,

 habrán a los romanos puesto freno;

 godos serán, que, con vistoso arreo

 dejarán de su fama el mundo lleno;

 vendrán a recogerse en tus entrañas,

 dando de nuevo vida a sus hazañas.

 Estas injurias vengará la mano

 del fiero Atila en tiempos venideros,

 poniendo al pueblo tan feroz romano

 sujeto a obedecer todos sus fueros,

 y portillo abriendo en Vaticano

 sus bravos hijos y otros extranjeros,

 harán que para huir vuelva la planta

 el gran piloto de la nave santa;

 y también vendrá tiempo en que se mire

 estar blandiendo el español cuchillo

 sobre el cuello romano, y que respire

 sólo por la bondad de su caudillo.

 El grande Albano hará que se retire

 el español ejército, sencillo,

 no de valor, sino de poca gente,

 pues que con ella hará que se le aumente;

 y cuando fuere ya más conocido

 el propio Hacedor de tierra y cielo,

 aquél que ha de quedar instituído

 por visorrey de Dios en todo el suelo,

 a tus reyes dará tal apellido

 que él vea que más cuadre y dé consuelo.

 Católicos serán llamados todos,

 sujección e insignia de los godos;

 pero el que más levantará la mano

 en honra tuya y general contento,

 haciendo que el valor del nombre hispano

 tenga entre todos el mejor asiento,

 un rey será de cuyo intento sano

 grandes cosas me muestra el pensamiento;

 será llamado, siendo suyo el mundo,

 el segundo Felipe sin segundo.

 Debajo de este imperio tan dichoso,

 serán a una corona reducidos,

 por bien universal y a tu reposo,

 tus reinos, hasta entonces divididos.

 El jirón lusitano, tan famoso,

 que un tiempo se cortó de los vestidos

 de la ilustre Castilla, ha de asirse

 de nuevo, y a su antiguo ser venirse.

 ¡Qué envidia, qué temor, España amada,

 te tendrán mil naciones extranjeras,

 en quien tú reñirás tu aguda espada

 y tenderás triunfando tus banderas

 Sírvate esto de alivio en la pesada

 ocasión, por quien lloras tan de veras,

 pues no puede faltar lo que ordenado

 ya tiene de Numancia el duro hado.

ESPAÑA: Tus razones alivio han dado en parte,

 famoso Duero, a las pasiones mías,

 sólo porque imagino que no hay parte

 de engaño alguno en estas profecías.

DUERO: Bien puede de hecho, España, asegurarte,

 puesto que tarden tan dichosos días.

 Y, adiós, porque me esperan ya mis ninfas.

ESPAÑA: ¡El cielo aumente tus sabrosas linfas!

FIN DE LA PRIMERA JORNADA

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