Salen TEÓGENES, y CARAVINO, con otros cuatro NUMANTINOS, gobernadores de Numancia, y MARQUINO, hechicero, y siéntanse

TEÓGENES: Paréceme, varones esforzados,

 que en nuestros daños con rigor influyen

 los tristes signos y contrarios hados,

 pues nuestra fuerza humana disminuyen.

 Tiénennos los romanos encerrados

 y con cobardes manos nos destruyen;

 ni con matar muriendo no hay vengarnos,

 ni podemos sin alas escaparnos.

 No sólo a vencernos se despiertan

 los que habemos vencido veces tantas;

 que también españoles se conciertan

 con ellos a segar nuestras gargantas.

 Tan gran maldad los cielos no consientan;

 con rayos hieran las ligeras plantas

 que se muestren en daño del amigo,

 favoreciendo al pérfido enemigo.

 Mirad si imagináis algún remedio

 para salir de tanta desventura,

 porque este largo y trabajoso asedio

 sólo promete presta sepultura.

 El ancho foso nos estorba el medio

 de probar con las armas la ventura,

 aunque a veces valientes, fuertes brazos

 rompen mil contrapuestos embarazos.

CARAVINO: ¡A Júpiter pluguiera soberano

 que nuestra juventud sola se viera

 con todo el cruel ejército romano,

 adonde el brazo rodear pudiera,

 que allí, al valor de la española mano,

 la misma muerte poco estorbo hiciera

 para dejar de abrir franco camino

 a la salud del pueblo numantino!

 Mas pues en tales términos nos vemos,

 que estamos como damas encerrados,

 hagamos todo cuanto hacer podemos

 para mostrar los ánimos osados.

 A nuestros enemigos convidemos

 a singular batalla; que, cansados

 de este cerco tan largo, ser podría 

 quisiesen acabarle por tal vía.

 Y cuando este remedio no suceda

 a la justa medida del deseo,

 otro camino de intentar nos queda,

 aunque más trabajoso a lo que creo.

 Este foso y muralla que nos veda

 el paso al enemigo que allí veo,

 en un tropel de noche le rompamos

 y por ayuda a los amigos vamos.

NUMANTINO 1: O sea por el foso o por la muerte,

 de abrir tenemos paso a nuestra vida;

 que es dolor insufrible el de la muerte,

 si llega cuando más vive la vida.

 Remedio a las miserias es la muerte

 si se acrecientan ellas con la vida,

 y suele tanto más ser excelente

 cuanto se muere más honradamente.

NUMANTINO 2: ¿Con qué más honra pueden apartarse

 de nuestros cuerpos estas almas nuestras

 que en las romanas haces arrojarse

 y en su daño mover las fuerzas diestras?

 Y en la ciudad podrá muy bien quedarse

 quien gusta de cobarde dar las muestras;

 que yo mi gusto pongo en quedar muerto

 en el cerrado foso o campo abierto.

NUMANTINO 3: Esta insufrible hambre macilenta

 que tanto nos persigue y nos rodea

 hace que en vuestro parecer consienta

 puesto que temerario y duro sea.

 Muriendo, excusar hemos tanta afrenta;

 y quien morir de hambre no desea

 arrójese conmigo al foso y haga

 camino su remedio con la daga.

NUMANTINO 4: Primero que vengáis al trance duro

 de esta resolución que habéis tomado,

 paréceme ser bien que desde el muro

 nuestro fiero enemigo sea avisado,

 diciéndole que dé campo seguro

 a un numantino y a otro su soldado

 y que la muerte de una sea sentencia

 que acabe nuestra antigua diferencia.

 Son los romanos tan soberbia gente

 que luego aceptarán este partido;

 y si lo aceptan, creo firmemente

 que nuestro amargo daño ha fenecido,

 pues está un numantino aquí presente

 cuyo valor me tiene persuadido

 que él solo contra tres de los romanos

 quitará la victoria de las manos.

 También será acertado que Marquino,

 pues es un agorero tan famoso,

 mire qué estrella o qué planeta o signo

 nos amenaza a muerte o fin honroso,

 o si se puede hallar algún camino

 que nos pueda mostrar si del dudoso

 cerco crüel do estamos oprimidos

 saldremos vencedores o vencidos.

 También primero encargo que se haga

 a Júpiter solemne sacrificio,

 de quien podremos esperar la paga

 harto mayor que nuestro beneficio.

 Cúrese luego la profunda llaga

 del arraigado acostumbrado vicio.

 Quizá con esto mudará de intento

 el hado esquivo, y nos dará contento.

 Para morir, jamás le falta tiempo

 al que quiere morir desesperado.

 Siempre seremos a sazón y a tiempo

 para mostrar muriendo el pecho osado;

 mas, porque no se pase en balde el tiempo,

 mirad si os cuadra lo que he demandado,

 y, si no os parece, dad un modo

 que mejor venga y que convenga a todo.

MARQUINO: Esa razón que muestran tus razones

 es aprobada del intento mío.

 Háganse sacrificios y oblaciones

 y póngase en efecto el desafío;

 que yo no perderé las ocasiones

 de mostrar de mi ciencia el poderío.

 Yo os sacaré del hondo centro oscuro

 quien nos declare el bien, el mal futuro.

TEÓGENES: Yo desde aquí me ofrezco, si os parece

 que puede de mi esfuerzo algo fïarse,

 de salir a esta duda que se ofrece

 si por ventura viene a efectuarse.

CARAVINO: Más honra tu valor claro merece.

 Bien pueden de tu esfuerzo confïarse

 más difíciles cosas, y aun mayores,

 por ser el que es mejor de los mejores.

 Y pues tú ocupas el lugar primero

 de la honra y valor con causa justa,

 yo, que en todo me cuento por postrero,

 quiero ser el heraldo de esta justa.

NUMANTINO 1: Pues yo con todo el pueblo me prefiero

 hacer de los que Júpiter más gusta,

 que son los sacrificios y oblaciones,

 si van con enmendados corazones.

NUMANTINO 2: Vámonos, y con presta diligencia

 hagamos cuanto aquí propuesto habemos,

 antes que la pestífera dolencia

 de la hambre nos ponga en los extremos.

 Si tiene el cielo dada la sentencia

 de que en este rigor fiero acabemos,

 revóquela, si acaso lo merece

 la presta enmienda que Numancia ofrece.

Vanse y salen MARANDRO, y LEONICIO, numantinos

LEONICIO: Marandro amigo, ¿dó vas,

 o hacia dó mueves el pie?

MARANDRO: Si yo mismo no lo sé,

 tampoco tú lo sabrás.

LEONICIO: ¡Cómo te saca de seso

 tu amoroso pensamiento!

MARANDRO: Antes, después que le siento,

 tengo más razón y peso.

LEONICIO: Eso ya está averiguado;

 que el que sirviere al amor,

 ha de ser por su dolor

 con razón muy más pesado.

MARANDRO: De malicia o de agudeza

 no escapa lo que dijiste.

LEONICIO: Tú mi agudeza entendiste;

 mas yo entendí tu simpleza.

MARANDRO: ¿Qué simpleza? ¿Querer bien?

LEONICIO: Si al querer no se le mide

 como la razón lo pide,

 con cuándo, cómo, y a quién.

MARANDRO: ¿Reglas quiés poner a amor?

LEONICIO: La razón puede ponellas.

MARANDRO: Razonables serán ellas,

 mas no de mucho primor.

LEONICIO: En la amorosa porfía

 a razón no hay conocella.

MARANDRO: Amor no va contra ella,

 aunque de ella se desvía.

LEONICIO: ¿No es ir contra la razón,

 siendo tú tan buen soldado,

 andar tan enamorado

 en tan extraña ocasión?

 Al tiempo que del dios Marte

 has de pedir el favor

 ¿te entretienes con Amor

 quien mil blanduras reparte?

 ¿Ves la patria consumida

 y de enemigos cercada,

 y tu memoria burlada

 por amor, de ella se olvida?

MARANDRO: En ira mi pecho se arde

 por ver que hablas sin cordura.

 ¿Hizo el Amor, por ventura,

 a ningún pecho cobarde?

 ¿Dejé yo la centinela

 por ir donde está mi dama

 o estoy durmiendo en la cama

 cuando mi capitán vela?

 ¿Hasme visto tú faltar

 de lo que debo a mi oficio,

 para algún regalo o vicio

 ni menos por bien amar?

 Y si nada no has hallado

 de que debo dar disculpa,

 ¿por qué me das tanta culpa

 de que sea enamorado?

 Y si de conversación

 me ves que ando siempre ajeno,

 mete la mano en tu seno,

 verás si tengo razón.

 ¿No sabes los muchos años

 que tras Lira ando perdido?

 ¿No sabes que era venido

 en fin todo a nuestros daños,

 porque su padre ordenaba

 de dármela por mujer,

 y que Lira su querer

 con el mío concertaba?

 También sabes que llegó

 en tan dulce coyuntura

 esta fuerte guerra dura

 por quien mi gloria cesó.

 Dilatóse el casamiento

 hasta acabar esta guerra

 porque no está nuestra tierra

 para fiestas y contento.

 Mira cuán poca esperanza

 puedo tener de mi gloria,

 pues esta nuestra victoria

 toda en la enemiga lanza.

 De la hambre fatigados,

 sin medio de algún remedio,

 tal muralla y foso en medio,

 pocos, y ésos encerrados;

 pues como veo llevar

 mis esperanzas del viento,

 ando triste y descontento,

 ansí cual me ves andar.

LEONICIO: Sosiega, Marandro, el pecho;

 vuelve al brío que tenías;

 quizá que por otras vías

 se ordena nuestro provecho,

 y Júpiter soberano

 nos descubra buen camino

 por do el pueblo numantino

 quede libre del romano,

 y en dulce paz y sosiego

 de tu esposa gozarás,

 y la llama templarás

 de aquese amoroso fuego;

 que para tener propicio

 al gran Júpiter tonante,

 hoy Numancia en este instante

 le quiere hacer sacrificio.

 Ya el pueblo viene y se muestra

 con las víctimas e incienso.

 ¡Oh, Júpiter, padre inmenso,

 mira la miseria nuestra!

Apártanse a un lado, y salen dos numantinos vestidos como sacerdotes antiguos, y han de traer asido de los cuernos en medio un carnero grande, coronado de oliva y otras flores, y un paje con una fuente de plata y una toalla, y otro con un jarro de agua, y otros dos con dos jarros de vino, y otro con otra fuente de plata con un poco de incienso, y otros con fuego y leña, y otro que ponga una mesa con un tapete donde se ponga todo lo que hubiere en la comedia, en hábitos de numantinos; y luego los SACERDOTES, dejando el uno el carnero de la mano, diga

SACERDOTE 1: Señales ciertas de dolores ciertos

 se me han representado en el camino

 y los canos cabellos tengo yertos.

SACERDOTE 2: Si acaso no soy mal adivino

 nunca con bien saldremos de esta empresa.

 ¡Ay, desdichado pueblo numantino!

SACERDOTE 1: Hagamos nuestro oficio con la priesa

 que no incitan los agüeros tristes.

 Poned, amigos, hacia aquí esa mesa.

SACERDOTE 2: El vino, incienso y agua que trujisteis

 poneldo encima y apartaos afuera,

 y arrepentíos de cuanto mal hicisteis;

 que la oblación mejor y la primera

 que se ha ofrecer al alto cielo

 es alma limpia y voluntad sincera.

SACERDOTE 1: El fuego no le hagáis vos en el suelo,

 que aquí viene brasero para ello,

 que así lo pide el religioso celo.

SACERDOTE 2: Lavaos las manos y limpiaos el cuello.

 Dad acá el agua. ¿El fuego no se enciende?

NUMANTINO: No hay quien pueda, señores, encendello.

SACERDOTE 1: ¡Oh, Júpiter! ¿Qué es esto que pretende

 de hacer en nuestro daño el hado esquivo?

 ¿Cómo el fuego en la tea no se enciende?

NUMANTINO: Ya parece, señor, que está algo vivo.

SACERDOTE 2: Quítate afuera. ¡Oh, flaca llama oscura,

 qué dolor en mirarte tal recibo!

 ¿No miras cómo el humo se apresura

 a caminar al lado de poniente,

 y la amarilla llama, mal segura,

 sus puntas encamina hacia el oriente?

 ¡Desdichada señal, señal notoria

 que nuestro mal y daño está patente!

SACERDOTE 1: Aunque lleven romanos la victoria

 de nuestra muerte, en humo ha de tornarse,

 y en llamas vivas nuestra muerte y gloria.

SACERDOTE 2: Pues debe con el vino rucïarse

 el sacro fuego, dad acá ese vino

 y el incienso también ha de quemarse.

Rocía el fuego con el vino a la redonda, y luego pone el incienso en el fuego, y dice

 Al bien del triste pueblo numantino

 endereza, ¡oh gran Júpiter!, la fuerza

 propicia del contrario amargo sino.

 Ansí como este ardiente fuego fuerza

 a que en humo se vaya el sacro incienso,

 así se haga al enemigo fuerza

 para que en humo, eterno padre inmenso,

 todo su bien, toda su gloria vaya,

 ansí como tú puedes y yo pienso;

 tengan los cielos su poder a raya,

 ansí como esta víctima tenemos,

 y lo que ella ha de haber él también haya.

SACERDOTE 1: Mal responde el agüero; mal podremos

 ofrecer esperanza al pueblo triste,

 para salir del mal que poseemos.

Hácese ruido debajo del tablado con un barril lleno de piedras, y dispárese un cohete volador

SACERDOTE 2: ¿No oyes un ruido, amigo? Di, ¿no viste

 el rayo ardiente que pasó volando?

 Presagio verdadero de esto fuiste.

SACERDOTE 1: Turbado estoy; de miedo estoy temblando.

 ¡Oh, qué señales, a lo que yo veo,

 que amargo fin están pronosticando.

 ¿No ves un escuadrón airado y feo?

 ¿Ves unas águilas feas que pelean

 con otras aves en marcial rodeo?

SACERDOTE 2: Sólo su esfuerzo y su rigor emplean

 en encerrar las aves en un cabo,

 y con astucia y arte las rodean.

SACERDOTE 1: Tal señal vituperio y no la alabo.

 ¿Aguilas imperiales vencedoras?

 ¡Tú verás de Numancia presto el cabo!

SACERDOTE 2: Aguilas, de gran mal anunciadoras,

 partíos, que ya el agüero vuestro entiendo,

 ya en efecto contadas son las horas.

SACERDOTE 1: Con todo, el sacrificio hacer pretendo

 de esta inocente víctima, guardada

 para aplacar al dios del gesto horrendo.

SACERDOTE 2: ¡Oh, gran Plutón, a quien por suerte dada

 le fue la habitación del reino oscuro

 y el mando en la infernal triste morada!

 Ansí vivas en paz, cierto y seguro

 de que la hija de la sacra Ceres

 corresponda a tu amor con amor puro,

 que todo aquello que en provecho vieres

 venir del pueblo triste que te invoca,

 lo alegues cual se espera de quien eres.

 Atapa la profunda, oscura boca

 por do salen las tres fieras hermanas

 a hacernos el daño que nos toca,

 y sean de dañarnos tan livianas

 sus intenciones, que las lleve el viento,

 como se lleva el pelo de estas lanas.

Quita algunos pelos del carnero, y échalos al aire

SACERDOTE 1: Y ansí como te baño y ensangriento

 este cuchillo en esta sangre pura

 con alma limpia y limpio pensamiento,

 ansí la tierra de Numancia dura

 se bañe con la sangre de romanos

 y aun los sirva también de sepultura.

Sale por el hueco del tablado un demonio hasta el medio cuerpo, y ha de arrebatar el carnero y [todos los sacrificios], y volverse a disparar el fuego

SACERDOTE 2: Mas, ¿quién me ha arrebatado de las manos

 la víctima? ¿Qué es esto, dioses santos?

 ¿Qué prodigios son éstos tan insanos?

 ¿No os han enternecido ya los llantos

 de este pueblo lloroso y afligido

 ni la arpada voz de aquestos cantos?

 Antes creo que se han endurecido

 cual pueden inferir en las señales

 tan fieras como aquí han acontecido.

 Nuestros vivos remedios son mortales;

 toda nuestra pereza es diligencia,

 y los bienes ajenos, nuestros males.

NUMANTINO: En fin dado han los cielos la sentencia

 de nuestro fin amargo y miserable.

 No nos quiere valer ya su clemencia;

 lloremos, pues es fin tan lamentable,

 nuestra desdicha; que la edad postrera

 de él y de nuestras fuerza siempre hable.

TEÓGENES: Marquino haga la experiencia entera

 de todo su saber, y sepa cuánto

 nos promete de mal y la lastimera

 suerte, que ha vuelto nuestra risa en llanto.

Vanse todos, y quedan MARANDRO y LEONICIO

MARANDRO: Leonicio, ¿qué te parece?

 ¿Han remedio nuestros males

 con estas buenas señales

 que aquí el cielo nos ofrece?

 ¡Tendrá fin mi desventura

 cuando se acabe la guerra,

 que será cuando la tierra

 me sirva de sepultura!

LEONICIO: Marandro, al que es buen soldado

 agüeros no le dan pena,

 que pone la suerte buena

 en el ánimo esforzado,

 y esas vanas apariencias

 nunca le turban el tino.

 Su brazo es su estrella o sino;

 su valor, sus influencias.

 Pero si quieres creer

 en este notorio engaño,

 aún quedan, si no me engaño,

 experiencias más que hacer,

 que Marquino las hará,

 las mejores de su ciencia,

 y el fin de nuestra dolencia

 si es buena o mala sabrá. 

 Paréceme que le veo.

MARANDRO: ¡En qué extraño traje viene!

 Quien con feos se entretiene,

 no es mucho que venga feo.

 ¿Será acertado seguille?

LEONICIO: Acertado me parece

 por si acaso se le ofrece

 algo en que poder serville.

Aquí sale MARQUINO con una ropa de bocací grande y ancha, y una cabellera negra, y los pies descalzos, y la cinta traerá de modo que se le vean tres redomillas llenas de agua; la una negra y la otra clara y la otra teñida con azafrán; y una lanza en la mano, teñido de negro, y en la otra un libro; y ha de venir otro con él que se llama MILBIO, y cuando entran LEONICIO y MARANDRO, se apartan afuera MARQUINO y MILBIO

MARQUINO: ¿Dó, dices Milbio, que está el joven triste?

MILBIO: En esta sepultura está encerrado.

MARQUINO: No yerres el lugar do le perdiste.

MILBIO: No; que con esta hiedra señalado

 dejé el lugar adonde el mozo tierno

 fue con lágrimas tiernas enterrado.

MARQUINO: ¿De qué murió?

MILBIO: Murió de mal gobierno;

 la flaca hambre le acabó la vida,

 peste crüel, salida del infierno.

MARQUINO: ¿Al fin dices que ninguna herida

 le cortó el hilo del vital aliento,

 ni fue cáncer ni llaga su homicida?

 Esto te digo, porque hace al cuento,

 de mi saber que esté este cuerpo entero,

 organizado todo y en su asiento.

MILBIO: Habrá tres horas que le di el postrero

 reposo y le entregué a la sepultura

 y de hambre murió, como refiero.

MARQUINO: Está muy bien, y es buena coyuntura

 la que me ofrecen los propicios signos

 para invocar de la región oscura

 los feroces espíritus malinos.

 Presta atentos oídos a mis versos,

 fiero Plutón, que en la región oscura,

 entre ministros de ánimos perversos,

 te cupo de reinar suerte y ventura;

 haz, aunque sean de tu gusto adversos,

 cumplidos mis deseos en la dura

 ocasión que te invoco; no te tardes,

 ni a ser más oprimido de mí aguardes.

 Quiero que al cuerpo que aquí está encerrado

 vuelva el alma que le daba vida

 aunque el fiero Carón del otro lado

 la tenga en la ribera denegrida

 y aunque en las tres gargantas del airado

 cancerbero está penada y escondida.

 Salga, y torne a la luz del mundo nuestro

 que luego tornará al escuro vuestro;

 y pues ha de salir, salga informada

 del fin que ha de tener guerra tan cruda

 y de esto no me encubra y calle nada

 ni me deje confuso y con más duda

 la plática de esta alma desdichada.

 De toda ambigüedad libre y desnuda

 tiene de ser. Envíala. ¿Qué esperas?

 ¿Esperas a que hable con más veras?

 ¿No desmovéis la piedra, desleales?

 Decid, ministros falsos. ¿Qué os detiene?

 ¿Cómo no me habéis dado ya señales

 de que hacéis lo que digo y me conviene?

 ¿Buscáis con deteneros vuestros males,

 o gustáis de que ya al momento ordene

 de poner en efecto los conjuros

 que ablanden vuestros fieros pechos duros?

 Ea, pues, vil canalla mentirosa;

 aparejaos al duro sentimiento,

 pues sabéis que mi voz es poderosa

 de doblaros la rabia y el tormento.

 Dime, traidor esposo de la esposa

 que seis meses del años a su contento

 está, sin duda, haciéndote cornudo,

 ¿por qué a mis peticiones estás mudo?

 Este yerro, bañado en agua clara

 que el suelo no tocó en el mes de mayo,

 herirá en esta piedra, y hará clara

 y patente la fuerza de este ensayo.

Con el agua clara de la redomilla baña el hierro de la lanza, y luego herirá en la tabla, y debajo suenan cohetes y hágase ruido

 Ya pareces, canalla, que a la clara

 dais muestras de que os toma crüel desmayo.

 ¿Que rumores son éstos? ¡Ea, malvados,

 que aún sin venir aquí venís forzados!

 Levantad esta piedra, fementidos,

 y descubrid el cuerpo que aquí yace.

 ¿Qué es esto? ¿Qué tardáis? ¿A dó sois idos?

 ¿Cómo mi mando al punto no se hace?

 ¿No curáis de amenazas, descreídos?

 Pues no esperéis que más os amenace;

 esta agua negra del estigio lago

 dará a vuestra tardanza presto pago.

 Agua de la fatal negra laguna,

 cogida en triste noche, oscura y negra;

 ¡por el poder que en ti sola se aúna,

 a quien otro poder ninguno quiebra,

 a la banda diabólica importuna

 y a quien la primer forma de culebra

 tomó, conjuro, apremio, pido y mando

 que venga a obedecerme aquí volando!

Rocía con agua negra la sepultura, y ábrase

 ¡Oh, mal logrado mozo! Salid fuera.

 Volved a ver el sol claro y sereno.

 Dejad aquella región do no se espera

 en ella un día sosegado y bueno.

 Dame, pues puedes, relación entera

 de lo que has visto en el profundo seno.

 Digo de aquello a que mandado eres

 y más si al caso toca y tú pudieres.

Sale el cuerpo amortajado, con un rostro de muerte, y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase caer en el tablado

 ¿Qué es esto? ¿No respondes? ¿No revives?

 ¿Otra vez has gustado de la muerte?

 Pues yo haré que con tu pena avives

 y tengas el hablarme a buena suerte.

 Pues eres de los míos, no te esquives

 de hablarme, responderme. Mira, advierte

 que, si callas, haré que con tu mengua

 sueltes la atada y enojada lengua.

Rocía el cuerpo con el agua amarilla, y luego le azotará

 Espíritus malignos, ¿no aprovecha?

 Pues esperad. Saldrá el agua encantada

 que hará mi voluntad tan satisfecha

 cuanto es la vuestra pérfida y dañada;

 y aunque esta carne fuera polvos hecha,

 siendo con este azote castigada,

 cobrará nueva aunque ligera vida

 del áspero rigor suyo oprimida.

 Alma rebelde, vuelve al aposento

 que pocas horas ha desocupaste.

 Ya vuelves, ya lo muestras, ya te siento,

 que al fin a tu pesar en él te entraste.

En este punto se estremece el cuerpo y habla

MUERTO: Cese la furia del rigor violento

 tuyo, Marquino. Baste, triste, baste

 lo que yo paso en la región oscura

 sin que tú crezcas más mi desventura.

 Engáñaste si piensas que recibo

 contento de volver a esta penosa,

 mísera y corta vida que ahora vivo,

 que ya me va faltando presurosa.

 Antes me causas un dolor esquivo

 pues otra vez la muerte rigurosa

 triunfará de mi vida y de mi alma.

 Mi enemigo tendrá doblada palma.

 El cual, con otros del oscuro bando,

 de los que son sujetos a agradarte,

 están con rabia eterna aquí esperando

 a que acaba, Marquino, de informarte

 del lamentable fin, del mal infando,

 que de Numancia puedo asegurarte,

 la cual acabará a las mismas manos

 de los que son a ella más cercanos.

 No llevarán romanos la victoria

 de la fuerte Numancia, ni ella menos

 tendrá del enemigo triunfo o gloria,

 amigos y enemigos siendo buenos;

 no entiendas que de paz habrá memoria,

 que habrá albergue en sus contrarios senos;

 el amigo cuchillo, el homicida

 de Numancia será, y será su vida; 

 y quédate, Marquino, que los hados

 no me conceden más hablar contigo,

 y aunque mis dichos tengas por trocados,

 al fin saldrá verdad lo que te digo.

En diciendo esto, se arroja el cuerpo en la sepultura

MARQUINO: ¡Oh, tristes signos, signos desdichados!

 Si esto ha de suceder del pueblo amigo,

 primero que mirar tal desventura

 mi vida acabe en esta sepultura.

Arrójase MARQUINO en la sepultura

MARANDRO: Mira, Leonicio, si ves

 por do yo pueda decir

 que no me haya de salir

 todo mi gusto al revés.

 De toda nuestra ventura

 cerrado está ya el camino;

 si no, dígalo Marquino,

 el muerto y la sepultura.

LEONICIO: Que todas son ilusiones,

 quimeras y fantasías,

 agüeros y hechicerías,

 diabólicas invenciones;

 no muestres que tienes poca

 ciencia en creer desconciertos;

 que poco cuidan los muertos

 de lo que a los vivos toca.

MARANDRO: Nunca Marquino hiciera

 desatino tan extraño,

 si nuestro futuro daño

 como presente no viera.

 Avisemos de este paso

 al pueblo, que está mortal.

 Mas, para dar nueva tal,

 ¿quién podrá mover el paso?

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA

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