Salen MANFREDO y JULIA.
MANFREDO
¿Que se fue?
JULIA
Como lo cuento.
MANFREDO
Pues ¿por qué no la tuviste?
JULIA
Porque muy mal se resiste
un determinado intento.
Apenas abrí la puerta,
cuando dijo: «Amigo mío,
yo sé que mi desvarío
en ninguna cosa acierta.
No digas al duque nada,
pues sé que no ha de importar,
y es mejor el acabar
con mi muerte esta jornada.
¡Quédate a Dios!» Y salióse,
sin podella resistir;
y, aunque la quise seguir,
al punto desparecióse.
MANFREDO
Mucho descuido has tenido.
¿Por dó se fue?
JULIA
No sé, a fe.
MANFREDO
¿Que es posible que se fue?
JULIA
Del modo que he referido.
Mas, si no la puedes ver,
mejor es que no esté en casa.
MANFREDO
¿No sabes ya lo que pasa?
JULIA
Más de lo que he menester.
[Aparte.]
¡Ay de mí, cómo me veo,
puesta en dudosa balanza,
esperando la esperanza
cuando revive el deseo!
MANFREDO
¿Qué es lo que dices?
JULIA
No, nada:
sólo digo que va tal,
que será el fin de su mal
acabar desesperada.
MANFREDO
En eso echarás de ver,
Camilo, bien claramente,
que apenas hay acidente
que sea bueno en la mujer.
Quieren do han de aborrecer,
vanse de adonde han de estar,
temen donde han de esperar,
esperan do han de temer.
JULIA
Pues si la vuelvo a encontrar,
¿quieres, señor, que la diga
que te duele su fatiga?
MANFREDO
A nadie supe engañar;
mas dile lo que quisieres,
como hagas que la vea.
JULIA
De modo haré que así sea,
si haces como quien eres.
MANFREDO
¿Qué es lo que tengo de hacer?
JULIA
Ni reñilla, ni afrentalla,
ni al padre suyo envialla.
MANFREDO
No sé cómo podrá ser.
Sin duda, te dejó el pecho
blando Julia con su llanto.
JULIA
Tanto, que, a entender tú el cuánto,
ya la hubieras satisfecho.
¿Lágrimas eran aquellas
para no ablandar un canto?
Y ¿hay cielo que se alce tanto
do no alcancen sus querellas?
¡Ah, señor Manfredo!
MANFREDO
A fe,
Camilo, que estás rendido.
JULIA
Tengo el corazón herido
de lo que en Julia noté.
El agradable reposo,
las razones tan sentidas,
aquellas perlas vertidas
por aquel rostro hermoso;
los desmayos, los temores,
la vergüenza y sobresaltos,
el darle el corazón saltos,
en fin, el morir de amores,
con otras cosas que, a vellas
tú, señor, como las vi,
así como han hecho a mí,
te ablandaran sus querellas.
MANFREDO
Vamos; que, pues ya se fue,
no hay della tratarme más;
mas si vuelve, le dirás...
JULIA
¿Qué?
MANFREDO
¡Por Dios, que no sé qué!
Dicen que dejan hablar
ya a la presa Rosamira.
JULIA
Esa cuerda es la que tira
de tu gusto y mi pesar.
MANFREDO
Y he de procurar, si puedo,
hablalla, porque me importa.
JULIA
[Aparte.]
¡En fin, mi ventura es corta;
no hay que esperar en Manfredo!
Mas, antes que el fin funesto
llegue que temo y deseo,
yo echaré de mi deseo
en la plaza todo el resto.
(Éntranse JULIA y MANFREDO.)
(Sale ROSAMIRA con el vestido y rebozo de PORCIA, y PORCIA sale con el de ROSAMIRA, con el manto hasta cubrirse todo el rostro.)
ROSAMIRA
Abrázame, y a Dios queda,
y de mi palabra fía.
PORCIA
Advertid, señora mía,
que es variable la rüeda
de la Fortuna, y que es bien
que a la prisión no volváis;
porque, aunque sin culpa estáis,
hasta agora no veo quién
os defienda.
ROSAMIRA
Yo haré en eso
lo que a entrambas más importe.
PORCIA
Dad en vuestras cosas corte
sin temor de mi suceso:
que a mí no me han de matar
por hacer tan buena obra,
y yo sé que mi alma cobra
en ella un bien singular,
y en que vos no parezcáis
está este bien escondido.
Idos, que siento rüido.
ROSAMIRA
Yo volveré.
[Vase.]
PORCIA
No volváis.
(Entra el CARCELERO, en la mano un manto, la mitad de arriba abajo de tafetán negro, y la otra mitad de tafetán verde.)
CARCELERO
¡Vais norabuena, labradora hermosa!
Si de volver gustáredes, prometo
de daros puerta franca a todas horas,
y aun a todos aquellos que quisieren
comunicar con mi señora.
PORCIA
Bueno.
CARCELERO
No, sino no le den al delincuente
procurador, y niéguenle abogado,
ciérrenle los caminos y los medios
de su defensa, tápenle la boca;
quedarse ha a buenas noches de la vida.
¡Oh señora! ¿Aquí estabas? Yo te hacía
en el otro aposento, donde sueles
en ciega obscuridad pasar los días.
Orden es de tu padre que te pongas
mañana, cuando salgas a la plaza,
al triste, temeroso, amargo trance,
este manto que ves, de dos colores.
Ha ordenado también que te acompañen
la mitad de su guarda con insignias
de dolor y tristeza, y que asimismo
vaya la otra mitad de gala y fiesta.
Al lado izquierdo has de llevar, señora,
al verdugo, blandiendo el terso acero,
instrumento mortal que te amenace
a muerte irreparable si, por dicha,
venciere Dagoberto en tu deshonra.
De verde lauro una corona hermosa
al diestro lado ha de llevar un niño,
para que del suceso que resulte,
alegre o triste, o ya el cuchillo corra
por tu bella garganta, o ya tus sienes
del vitorioso lauro veas ceñidas.
Esto vengo a decirte, y no otra cosa.
¿No me respondes? Pues a fe que sabes
la voluntad que tengo de servirte,
y que, como el soltarte no me pidas,
porque, en fin, soy leal al señor mío,
que no habrá cosa que por ti no haga,
y así, una pura voluntad te ofrezco.
¿Qué me respondes?
PORCIA
Que te lo agradezco.
(Éntrase PORCIA.)
CARCELERO
¡Estraño silencio es éste!
¡Mucho me da que pensar!
¡Mas téngola de ayudar,
aunque la vida me cueste!
(Entran ANASTASIO y CORNELIO.)
CORNELIO
De un mozo no conocido
fiarte así, ¿quién tal vio?
ANASTASIO
¿Pues qué he de hacer?
CORNELIO
¿Qué sé yo?
ANASTASIO
¿Hase de ir así vestido?
CORNELIO
Con todo, digo que fue
error conocido y claro.
ANASTASIO
A lo hecho no hay reparo.
Mas, ¿no es éste?
CORNELIO
¿Yo qué sé?
(Sale ROSAMIRA con el embozo.)
ANASTASIO
Él es. Vengas en buen hora,
Rutilio, mi buen amigo.
CORNELIO
Tal estás, que afirmo y digo
que eres pura labradora.
ANASTASIO
No porque estemos los dos,
vayas el caso encubriendo.
ROSAMIRA
Hermanos, yo no os entiendo;
dejadme, y andad con Dios,
que no soy la que pensáis.
ANASTASIO
No es de Rutilio la habla.
¡Mal mi negocio se entabla!
¿Pues quién sois? ¿Adónde vais?
O ¿quién os dio este vestido?
Porque le conozco yo.
ROSAMIRA
Mi dinero me le dio.
ANASTASIO
Y el vendedor, ¿quién ha sido?
Porque hasta que lo digáis,
no habéis de pasar de aquí.
ROSAMIRA
¡Desventurada de mí;
mal término es el que usáis!
No me quitéis el embozo,
porque a fe que os cueste caro.
ANASTASIO
¡En amenazas reparo!
Venga el vestido, o el mozo.
¿Qué dije? Muy mal hablé:
este vestido os demando.
(Sale DAGOBERTO y un criado suyo.)
DAGOBERTO
Alza los ojos, mirando
si la ves.
ROSAMIRA
Ya me escapé;
porque aquéste es Dagoberto,
a quien yo vengo a buscar.
ANASTASIO
Pues qué, ¿piénsaste escapar?
ROSAMIRA
Tenga; si no, juro, cierto...
DAGOBERTO
¿Qué pendencia es ésta, amigos?
ROSAMIRA
Príncipe, hablarte quisiera
a solas, si ser pudiera,
o no con tantos testigos.
Y, para facilitallo,
mira quién soy.
(Descúbrese ROSAMIRA a sólo DAGOBERTO.)
DAGOBERTO
¿Qué es aquesto?
Amigos, váyanse presto.
ANASTASIO
En gran confusión me hallo:
que éste no es Rutil[i]o; no,
puesto que trae su vestido.
CORNELIO
Algún mal le ha sucedido.
ANASTASIO
¿Mal ha de ser?
CORNELIO
No sé yo.
ANASTASIO
Yo he de hablar a Rosamira,
y della lo he de saber.
CORNELIO
A mucho te quiés poner.
DAGOBERTO
Señora, el verte me admira.
¿Cómo vienes deste modo?
¿Quién te puso en este traje?
[ROSAMIRA]
El tiempo, que es corto, ataje
el darte cuenta de todo.
Sólo vengo a que me lleves
luego a Utrino.
DAGOBERTO
¿Cómo así?
ROSAMIRA
Y lo ordenado hasta aquí,
ni lo intentes, ni lo pruebes.
No quiero en un cadahalso
verme puesta, hecha terrero
del vulgo bajo y grosero,
ni a ti juzgado por falso.
DAGOBERTO
¿Tienes más que me decir?
ROSAMIRA
No.
DAGOBERTO
¿Ni veniste a otra cosa?
ROSAMIRA
No.
DAGOBERTO
Mi aldeana hermosa,
mal me sabéis persuadir.
Vamos; que yo daré medio
a lo que más nos importe.
ROSAMIRA
Yo no sé otro mejor corte.
DAGOBERTO
Mil tiene nuestro remedio.
(Éntrase ROSAMIRA, DAGOBERTO y su criado.)
(Salen el CARCELERO, MANFREDO y JULIA.)
CARCELERO
Señor, yo os pondré con ella;
y, pues venís por su bien,
a los dos nos está bien:
a mí, mostralla; a vos, vella.
Si la prisión os he abierto,
es que me da el corazón
que tiene poca razón
el príncipe Dagoberto.
Esperad aquí un poquito;
entraré a llamalla yo.
MANFREDO
Camilo, vete.
CARCELERO
No, no;
estése aquí el pajecito:
que mejor es que haya gente,
por carecer de sospechas.
(Éntrase el CARCELERO.)
JULIA
¡Ay triste, con cuántas flechas
me hiere Amor inclemente!
MANFREDO
¿Qué dices, Camilo?
JULIA
Digo
que es Julia muy desdichada.
MANFREDO
No anduvo en irse acertada.
JULIA
Fue huyendo de su enemigo.
MANFREDO
Ésta es la duquesa; calla.
JULIA
¡Qué cubierto el rostro tiene!
CARCELERO
Digo, señora, que viene
a hacer por vos batalla;
(Sale PORCIA y el CARCELERO.)
y es de gentil contenencia
y de persona despierta.
Yo me quiero ir a la puerta,
por si viene su excelencia.
(Vase el CARCELERO.)
MANFREDO
Aunque de quien sois se infiere
y nace seguridad
que no os toca la maldad
que os ahíja el que no os quiere,
será bien que vuestra lengua
descubra lo que hay en esto,
porque su silencio ha puesto
a vuestro crédito en mengua.
Quien lleva en el desafío
a la razón de su parte,
de hombre tierno, se hace un Marte;
de flaco y torpe, con brío.
Si estáis sin culpa, no os pene
que Dagoberto sea tal,
que el mundo no le dé igual
en cuantos valientes tiene;
porque sabed, Rosamira,
que los filos de verdad
cortan con facilidad
las armas de la mentira.
Y si acaso estáis culpada,
y de amor la culpa fue,
asimismo probaré
con el contrario mi espada:
que en fe de que él no hizo bien
en descubrir lo secreto,
de mi vitoria os prometo
que os den más de un parabién.
Y soy persona que puedo
prometer esto y aun más.
¿Para qué en silencio estás?
Habla: desecha ya el miedo.
PORCIA
Esta noche, y no durmiendo,
porque entre el sueño y mis cuitas
nunca el reposo hizo treguas,
ni de veras ni de burlas,
digo que, estando despierta,
desvelada en mis angustias,
se me ofreció ante mis ojos
de ti mesmo una figura.
Las razones que aquí has dicho
dijo aquel tú, y otras muchas,
que todas se encaminaban
a desear mi ventura.
Dijo que le asegurase
de mi inocencia o mi culpa,
aunque, de cualquier manera,
se ofrecía a darme ayuda.
Yo, sepultada en silencio
y con el miedo confusa,
hice lengua de los ojos,
por tener la lengua muda;
con ellos le di a entender
ser traidor el que me acusa,
y que mi silencio nace
de considerada astucia.
Ya la visión se volvía,
cuando vi, sin poner duda,
entre el sí y el no una sombra;
¿qué digo sombra?, a la luna
vi y al sol en dos mejillas
de una doncella importuna
que, arrodillada a tu imagen,
tales razones pronuncia:
«Yo soy -dijo-, señor mío,
la desventurada Julia,
que, cual Clicia, voy siguiendo
esa luz del sol y tuya.
Soy quien te ha entregado el alma
con la fe más tierna y pura
que vio Amor en cuantos pechos
ha rendido a su ley justa.
Tú ofreces favor a quien
ni te quiere ni te escucha,
y niegas de dar oídos
a quien te sigue aunque huyas.
Promete, acorre, defiende,
ofrece, trabaja y suda:
que amor tiene decretado
que al fin fin yo he de ser tuya».
A estas sentidas razones
acompañaba una lluvia
de vivas líquidas perlas,
correos de su tristura.
Tu imagen se le humilló,
y aun le dijo: «Estad segura,
señora, que he de ser vuestro,
a pesar de la fortuna».
Si esto es así, ¿qué me ofreces?
¿Para qué siempre procuras
otro bien, si te da el cielo
el mayor, dándote a Julia?
Mas, ¿con quién hablo, cuitada?
La misma visión, sin duda,
es aquesta que vi anoche,
o en muy poquito se muda.
Del varón, ésta es la imagen;
la de aquéste, la de Julia.
¡Oh visiones amorosas,
dejadme en mi desventura,
idos a buscar verdades,
y no os curéis de mis burlas;
haced cierto lo que amor
os da a entender por figuras!
¿No os vais? Por Dios que dé gritos:
que mis ojos no acostumbran
a ver visiones, aunque éstas
más alegran que atribulan.
¿No os vais? A fe que dé voces.
¿No hay ninguno que me acuda?
MANFREDO
Ya nos vamos; calla un poco.
¡Ella está loca, sin duda!
JULIA
Antes parece profeta.
¿Quién le ha dicho lo de Julia?
MANFREDO
¡Calla, que su guarda vuelve!
¡El alma llevo confusa!
(Vanse MANFREDO y JULIA, y entra el CARCELERO.)
CARCELERO
Otro Cipión está abajo,
que, si aqueste no os contenta,
por sacaros desta afrenta,
se pondrá en cualquier trabajo.
Vestido trae de villano;
pero a fe que es caballero:
que el lenguaje no es grosero
y el brío es de cortesano.
Dice que os quiere hablar,
y yo estoy puesto en que os hable.
Hablad más, mostraos afable,
que os mata tanto callar.
(Vuelve a salir el CARCELERO.)
PORCIA
Si fuese Anastasio... ¡Ay cielos!
¿Qué he de hacer si acaso es él?
¿He de estar muda con él,
o hele de decir mis duelos?
¡En gran confusión me veo!
Ingenio, cielos, ayuda:
que no es posible estar muda
con tan parlero deseo.
(Entra ANASTASIO y CORNELIO, su criado, y el CARCELERO.)
CARCELERO
Despachad con brevedad,
no os suceda algún desmán,
que estos negocios están
de muy mala calidad.
Que el silencio desta dama
tiene a Novara suspensa,
y no imagino en qué piensa
la que no piensa en su fama.
Yo estaré con ojo alerta
por algún pequeño espacio,
mirando si de palacio
alguno llega a esta puerta.
(Éntrase el CARCELERO.)
PORCIA
¿Sois vos Anastasio?
ANASTASIO
Sí.
PORCIA
¿El que envió este papel?
ANASTASIO
Señora, yo soy aquel
que ha mucho que el alma os di;
soy quien por vuestra desgracia
a más desventuras vino
que las que vio en su camino
el gran músico de Tracia;
soy aquel que alegre piensa,
fiado en vuestro valor,
poner la vida y honor
y el alma en vuestra defensa.
PORCIA
¿No leístes la respuesta
que os llevó la labradora?
ANASTASIO
No la he visto más, señora,
y harto el buscarla me cuesta..
(Éntrase el CARCELERO.)
PORCIA
¿Sois vos Anastasio?
ANASTASIO
Sí.
PORCIA
¿El que envió este papel?
ANASTASIO
Señora, yo soy aquel
que ha mucho que el alma os di;
soy quien por vuestra desgracia
a más desventuras vino
que las que vio en su camino
el gran músico de Tracia;
soy aquel que alegre piensa,
fiado en vuestro valor,
poner la vida y honor
y el alma en vuestra defensa.
PORCIA
¿No leístes la respuesta
que os llevó la labradora?
ANASTASIO
No la he visto más, señora,
y harto el buscarla me cuesta.
PORCIA
Quizá, como forastera,
debió de errar la posada.
¡Pues a fe que es avisada,
y que os fue buena tercera!
En efeto, correspondía
con justos comedimientos,
que vuestros ofrecimientos
con el alma agradecía,
y que de mi honestidad,
que ahora la infamia lleva,
hiciésedes vos la prueba
que os mostrase la verdad.
Jurábaos que Dagoberto
jamás en dicho o en hecho
pudo ver cosa en mi pecho
que apruebe su desconcierto.
En vuestros brazos valientes
me resignaba, y ponía
en ellos la suerte mía,
segura de inconvenientes.
Ofrecía, finalmente,
de tomaros por esposo:
señal de que es mentiroso
Dagoberto, y yo inocente.
ANASTASIO
¡Oh dulce fin de mis males
y principio de mis bienes,
cielo que en la tierra tienes
glorias que son sin iguales!
Vesme rendido a tus pies;
dispón a tu voluntad
con toda seguridad
de cuanto valgo.
PORCIA
¿No ves
que soy tuya y que a ti toca
disponer de mí a tu gusto?
ANASTASIO
¡Alma, ahora sí que es justo
que os vuelva este gusto loca!
CORNELIO
Déjate desas sandeces;
haz, señor, lo que has de hacer:
que no es tiempo de expender
el tiempo así todas veces.
Recíbela por esposa;
acaba, y vamos de aquí.
ANASTASIO
Señora, ¿queréislo ansí?
PORCIA
Sí, y me tengo por dichosa.
ANASTASIO
Pues dadme esa hermosa mano,
y tomad mi fe y la mía.
(Danse las manos.)
PORCIA
Veisla ahí; que una porfía,
cualquier risco vuelve en llano.
ANASTASIO
Ya, pues, que hasta vuestro cielo
levantaste mi caída,
sed, mi señora, servida
de alzar dél el negro velo,
para que las luces bellas
vea cúyos rayos fueron
los que han hecho y deshicieron
las nubes de mis querellas,
y para que, con su llama
alentado el corazón,
de la esperada quistión
se prometa triunfo y fama.
JULIA
Él está en lo cierto;
que son livianas y prestas,
y él tiene fama de diestro
y de ligero además.
(Toma MANFREDO la espada y la rodela.)
MANFREDO
Muestra, Camilo, y verás
cómo soy dellas maestro.
JULIA
Pues ¿con quién te has de probar?
MANFREDO
Llama al huésped.
JULIA
Vesle aquí.
GÜÉSPED
¡Ah, Camilo, pesia mí!
Venid, que os ando a buscar
más ha de un hora.
JULIA
Pues bien,
¿qué hay de nuevo?
GÜÉSPED
Que os espera
vuestra mujer allí fuera.
JULIA
¿Mujer a mí?
GÜÉSPED
Y aun de bien,
según su traje.
JULIA
Imagino
que es Julia.
MANFREDO
Si Julia es,
hazla entrar.
JULIA
¿Qué harás después
de entrada?
MANFREDO
Yo determino
de hablarla y ver qué es su intento.
JULIA
¿Y enviarásla do dijiste?
MANFREDO
No, por Dios.
JULIA
No; que la triste
no puede más, según siento.
¡Oh, a qué buen tiempo llegaste!
Güésped, yo os lo serviré.
¿Y el vestido que ordené?
GÜÉSPED
Está donde lo ordenaste.
(Éntrase JULIA a vestirse de mujer lo más breve que se pueda.)
MANFREDO
Si otra rodela tenéis,
id por ella, y volved luego.
GÜÉSPED
¿Queréis probar en el juego
lo que en las veras haréis?
MANFREDO
Sí, amigo.
GÜÉSPED
Yo vuelvo presto
con una que es de provecho.
(Éntrase el HUÉSPED.)
MANFREDO
El corazón en el pecho
me da saltos. ¿Qué es aquesto?
Mas, si anuncia que es verdad
lo que Rosamira dijo,
por vanas cuentas me rijo.
¿No tengo yo voluntad?
¿Cómo? ¿Sentidos no tengo?
¿No tengo libre albedrío?
¿Pues qué miedo es éste mío?
¡Mal con mi esfuerzo me avengo!
¿Con qué, para que me venza,
Julia me ha obligado a mí?
Pues no es señal verla aquí
de amor, mas de desvergüenza.
¿A dicha, solicitéla?
¿Dónde vee ricos despojos?
¿Viéronla jamás mis ojos,
o, por ventura, habléla?
No, por cierto. ¿Pues qué cargo
me puede Julia hacer?
¿Que me quiere y es mujer?
No me faltará descargo.
(Vuelve a entrar el GÜÉSPED con una rodela.)
GÜÉSPED
Vesla aquí.
MANFREDO
Toma tu espada,
y vente hacia mí con ella.
Muy mejor fuera no vella.
GÜÉSPED
¿Qué dices?
MANFREDO
No digo nada.
GÜÉSPED
¿Hela de desenvainar?
MANFREDO
Poco importa; desenvaina.
GÜÉSPED
Más seguro es con la vaina.
MANFREDO
¡Mucho me das que pensar,
Julia!
GÜÉSPED
Mas yo desenvaino.
¿Estoy bien puesto? ¿No entiendes,
señor? ¿De qué te suspendes?
Si no te ensayas, envaino.
MANFREDO
No vella fuera mejor,
digo otra vez y otras ciento.
Vente a mí.
GÜÉSPED
¡Dios ponga tiento
en sus manos!
MANFREDO ¡Las de amor
son las que me desatientan!
GÜÉSPED
¿Qué es lo que entre dientes hablas?
MANFREDO
¡Mal tus negocios entablas,
amor, cuando al fin afrentan!
Ponte en aquesta postura,
la rodela junto al pecho,
y parte con pie derecho.
¡Estraña desenvoltura
ha sido la desta loca!
GÜÉSPED
¿Qué es lo que dices, señor?
MANFREDO
¡A qué locura, oh Amor,
tu locura me provoca!
No hay piloto tan famoso
que en tus mares no se ahogue;
hieres, amor, como azogue
penetrante y bullicioso.
GÜÉSPED
Cordura será dejarte,
mejor sazón aguardando:
que estás del Amor tratando,
cuando has de tratar de Marte.
MANFREDO
Mas quizá no será ella.
GÜÉSPED
El temor le desatienta.
MANFREDO
Si él aquesta treta tienta,
bien sé yo la contra della.
¡Válate Dios, la mujer,
cuál me tienes sin porqué!
(Entra TÁCITO.)
TÁCITO
Señor güésped, oígame,
que una merced me ha de hacer,
y es que me preste su haca
para ver el desafío
mañana.
GÜÉSPED
A la fe, hijo mío,
ya no puede andar de flaca.
TÁCITO
No importa: que poco peso
y no he de estar mucho en ella.
GÜÉSPED
Sobre su espinazo está
subido un palmo de hueso.
TÁCITO
Haréle la silla atrás
o adelante, si es que importa.
GÜÉSPED
¿No sabéis que es pasicorta,
y que es rijosa además?
TÁCITO
Yo le tiraré del freno
y me pondré desviado
de otras bestias.
GÜÉSPED
Hale dado
torozón de comer feno.
TÁCITO
Tendréla yo sin comer
dos días y sanará.
GÜÉSPED
Para comer, sana está;
pero no para correr.
TÁCITO
¿Yo corrella? ¡Ni por lumbre!
GÜÉSPED
Digo que está ciega y manca.
[TÁCITO]
Eso no importa una blanca.
¿No sabe ya mi costumbre?
Que correré sobre un palo,
sin pies y manos, si quiero.
MANFREDO
¡Qué gracioso chocarrero!
GÜÉSPED
No es el jinete muy malo,
que no acaba de entender
que no la quiero prestar.
TÁCITO
¡Acabara yo de hablar!
MANFREDO
Y vos de importuno ser.
TÁCITO
Pues présteme seis reales
para alquilar un rocín.
GÜÉSPED
¿Yo prestar? ¡Ni aun un cuatrín!
TÁCITO
¿Tanto era, pesia mis males?
¿Pedíalo algún chocante
o algún mozuelo ordinario,
sino un mero bacalario,
diestro músico estudiante?
MANFREDO
Veislos aquí. Andad con Dios,
que vuestro donaire fuerza
a que os den más.
TÁCITO
Y esme fuerza,
señor, llevar otros dos
para alquilar un pretal
de cascabeles.
MANFREDO
Tomad.
TÁCITO
Vuestra liberalidad
es de persona real.
¡Oh, si al pretal se añadieran
un par de espuelas!
MANFREDO
Compraldas.
GÜÉSPED
Pedí un puño de esmeraldas.
TÁCITO
¿Qué mucho que las pidieran?
Tan aína este señor
las tuviera aquí a la mano.
GÜÉSPED
Idos en buen hora, hermano.
TÁCITO
Prospere el cielo tu honor,
y a tu haca dé salud,
y a mí gracia de corrella.
GÜÉSPED
¡No echaréis la pierna en ella,
por vida de Cafalud!,
(Vase TÁCITO.)
que éste es mi nombre.
MANFREDO
Camina,
que me importa quedar solo.
GÜÉSPED
Encubierta trae este Apolo
su angélica faz divina.
(Vase el GÜÉSPED y entra JULIA muy bien adrezada de mujer, cubierta con su manto hasta los ojos, y pónese de rodillas ante MANFREDO.)
JULIA
Si no halla en tu valor
disculpa mi atrevimiento,
en las disculpas no siento
que la puede haber mejor;
y si no tiempla el rigor
de tu indignación mi pena,
acabaré esta jornada
culpada y desesperada,
como mi suerte lo ordena.
MANFREDO
Levanta, señora mía,
que esta tu tamaña culpa
el deseo la disculpa
que en tus entrañas se cría:
que de Amor la tiranía
a peores cosas fuerza,
y sé yo por experiencia
que no hay hacer resistencia
a los golpes de su fuerza.
Pues ya Amor me ha descubierto
tus pasos, tu intento y celo,
descúbreme tú ese cielo
que traes con nubes cubierto;
y si lo ignoras, te advierto
que son seguras verdades
las que la experiencia apura:
que es parte la hermosura
para mudar voluntades.
JULIA
Harélo, como es razón;
mas, ¡ay de mí!, que barrunto
que ha de llegar en un punto
mi muerte y tu admiración.
No te espante esta visión
ni este nunca visto estilo;
que el amor que en mí se esmera,
de Julia la verdadera
hizo un fingido Camilo.
MANFREDO
Gran desenvoltura es ésta,
Camilo, y pensando voy
por qué te burlas si estoy
más de luto que de fiesta;
y es cosa muy descompuesta
burla de tal proceder
en tiempo turbado y triste;
y el que de mujer se viste,
mucho tiene de mujer.
JULIA
Julia soy la desdichada,
y, entre mi pena crecida,
más siento el no ser creída,
que siento el ser mal pagada.
Como no repara en nada
aquel que llaman Amor,
quiere que sus hechos cante
Julia vuelta en estudiante,
que primero fue pastor.
Soy la que vio Rosamira
en visión ante tus pies;
soy, señor, la que no es
en los ojos de tu ira;
soy la que de sí se admira,
viendo las muchas mudanzas
que Amor en sus trajes pone,
y que en ninguno dispone,
el fin de sus esperanzas.
MANFREDO
Yo te creo, pues tus ojos
no pudieran fingir tanto
que mostraran con su llanto
entregarme tus despojos.
Pon ya tregua a tus enojos,
Julia hermosa, y ven conmigo:
que quizá en estos rodeos
descubrirán tus deseos
que no es Amor tu enemigo.
Servirásme de padrino
en la batalla que espero:
que por gentileza quiero
ponerme en este camino;
y si el cielo y el destino
ordenan que yo sea tuyo,
no por salir a este trance
se ha de borrar este lance,
y más si yo no le huyo.
No te arrodilles; levanta,
que eres mi igual, y aun mejor.
(Éntrase MANFREDO.)
JULIA
De hoy más diré que es, Amor,
tu rigor blandura santa;
ya [a] mi pena se adelanta
mi gozo; ya me contemplo,
libre del mar de mis penas,
colgar, ¡oh Amor!, las cadenas,
en los muros de tu templo.
(Éntrase JULIA.)
(Suenan trompetas tristes: sale el DUQUE DE NOVARA con su acompañamiento y dos jueces; siéntase en su trono, que ha de estar cubierto de luto, y dice:)
DUQUE
Traigan a Rosamira de aquel modo
que yo tengo ordenado.
UNO
Ya ella viene,
según lo dice el triste son que suena.
(Sale PORCIA cubierta con el manto que le dio el CARCELERO, acompañada de la mesma manera que dijo, con la mitad del acompañamiento enlutado y la otra mitad de fiesta; el VERDUGO al lado izquierdo, desenvainado el cuchillo, y al siniestro, el niño con la corona de laurel; los atambores delante sonando triste y ronco, la mitad de la caja de verde y la otra mitad de negro, que será un estraño espectáculo. Siéntase PORCIA, cubierta, en un asiento alto que ha de estar a un lado del teatro, desviado del de su padre; entran asimismo DAGOBERTO y ROSAMIRA, como peregrinos embozados, [y TÁCITO].)
DUQUE
¿Cómo no viene Dagoberto? ¿Espera
que se le pase el día, pues ya es hora?
JUEZ
Sin duda, debe ser éste que viene:
que el actor es costumbre se presente
antes que el reo en la estacada.
DUQUE
Es claro.
(Entra ANASTASIO, y CORNELIO por padrino, y ANASTASIO viene cubierto el rostro con un tafetán; viene con sus atambores; serán los mismos que trujeron a PORCIA.)
¿No es éste Dagoberto?
ANASTASIO
Ni aun quisiera
serlo por la mitad de todo el mundo.
DUQUE
¿Pues quién sois?
ANASTASIO
Su enemigo, sólo en cuanto
lo es de la duquesa Rosamira,
cuya defensa tomo yo a mi cargo.
DUQUE
Yo os lo agradezco.
JUEZ
Dagoberto tarda.
DUQUE
Cajas oigo sonar; él es, sin duda.
(Entra MANFREDO con un tafetán por el rostro; trae a JULIA por padrino, que asimesmo viene embozada.)
JUEZ
Tampoco es éste Dagoberto.
DUQUE
El talle
no nos dice que es él.
JUEZ
Sin duda, pienso
que ha de tener de sobra defensores
la duquesa.
DUQUE
Sepamos quién es éste.
JUEZ
¿Quién sois o a qué venís, buen caballero?
MANFREDO
El saber quién yo sea importa poco;
saber a lo que vengo, sí que importa:
a defender a la duquesa vengo.
DAGOBERTO
¿Quién serán estos dos?
ROSAMIRA
No los conozco
ni sé quién puedan ser.
ANASTASIO
A mí me toca
por derecho y razón esa defensa,
pues fui el primero que llegué a este punto.
TÁCITO
Razón tiene el primero, o yo sé poco
desto de desafíos y estacadas.
JUEZ
A la duquesa toca el declararse
cuál quiere de los dos que la defienda.
DUQUE
Eso es razón.
ANASTASIO
Y yo por tal la tengo.
MANFREDO
Y yo también: que no me queda cosa
por saber de las leyes de la guerra.
DUQUE
Pregúntenselo, pues, y vean qué dice
mi hija. ¡Oh nombre dulce, cuando el cielo
quiso que sin escrúpulo llegase
a mis oídos!
JUEZ
Id vos, y sabeldo.
UNO
El duque, mi señor, dice, señora,
que estos caballeros han venido
a ser tus defensores, y que escojas
cuál quieres de los dos que te defienda.
PORCIA
En Dios y en el primero deposito
mi agravio, mi inocencia y esperanza.
DAGOBERTO
¿Labradora es ésta? Mejor me ayude
el cielo que la crea. Ya se tarda
mi criado.
ROSAMIRA
Confusa estoy, amigo.
No sé en qué ha de parar tan grande enredo.
JUEZ
Bien se oyó lo que dijo; a vos os toca,
señor, su defensa.
MANFREDO
Tener paciencia
es lo que más importa en este caso;
basta que se ha mostrado al descubierto
mi voluntad.
DUQUE
El cielo así os lo pague
como yo os lo agradezco.
JUEZ
No hay disculpa
que pueda disculpar ya la tardanza
de Dagoberto.
DUQUE
¡Mas, que nunca venga!
TÁCITO
Ciégale, San Antón; quémale un brazo;
destróncale un tobillo; nunca acierte
a venir a este sitio; salga en palmas
nuestra buena duquesa, que es un ángel,
una paloma duenda, una cordera,
que no tiene más hiel que cuatro toros.
(Entra un CORREO con una carta.)
CORREO
Es de tanta importancia este despacho
que traigo, ¡oh buen señor!, que me es forzoso
dártele aquí; que así me lo mandaron,
porque es de Dagoberto, y que te importa.
DUQUE
¿De Dagoberto? Muestra cómo es esto.
¿Cómo toma la pluma por la espada?
¿Tiempo es éste de cartas?
CORREO
No sé nada:
ello dirá.
JUEZ
Vuestra excelencia vea
lo que la carta dice.
DUQUE
Así lo hago.
DAGOBERTO
Parece que se turba el duque.
ROSAMIRA
¡Ay triste!
¡Cuánto mejor nos fuera habernos ido
y esperar desde lejos el suceso
deste tan grande enredo y desventura!
¡Temblando estoy!
TÁCITO
¿Carticas a tal tiempo?
Apostaré que no llega esta danza
a hacer con las cindojas el tretoque.
DUQUE
¿Hay cosa igual? Leed aquesa carta
en alta voz, que es bien que la oigan todos.
(Después de haber leído el DUQUE la carta, se la da al JUEZ, que la lee en alta voz.)
[JUEZ]
La presta resolución que tomaste de entregar a Manfredo por esposa a tu hija Rosamira me forzó a usar de la industria de acusalla, por evitar por entonces el peligro de perdella. La mejor señal que te podré dar de que es buena es el haberla yo escogido por mi legítima mujer. Considera, señor, antes que del todo me culpes, que soy tan bueno como Manfredo, y que tu hija escogió lo que quizá tú no le dieras casándola contra su voluntad. Si con ella usare[s] término de piadoso padre, usaré yo contigo el de obediente hijo; aunque, de cualquier manera que me trates lo habré de ser hasta la muerte.
Tu hijo Dagoberto.
ANASTASIO
¿Hase visto maldad tan insolente?
A no estar seguro deste hecho,
¿saliera Dagoberto fácilmente
con el embuste que forjó en su pecho?
DUQUE
Si esto permite el cielo y lo consiente,
¿qué puedo yo hacer? Ello está hecho;
gócela en paz.
ANASTASIO
Aqueso es sin justicia
y contra todo estilo de milicia.
Según tu bando, mía es Rosamira:
porque tú prometiste de entregalla
por legítima esposa al que la mira
pusiese en defendella y libertalla.
Lo que el de Utrino dice es gran mentira,
y podrá la experiencia averigualla;
luego en este momento yo he vencido,
pues mi contrario al puesto no ha venido,
y la escusa que da no es de importancia,
porque es todo al revés de lo que cuenta.
MANFREDO
Venciste; pero mía es tu ganancia,
si aquí al buen proceder se tiene cuenta.
Si de otro es Rosamira, es ignorancia
pensar que ha de ser tuya.
ANASTASIO
¡No consienta
el Cielo que mi esposa de otro sea!
MANFREDO
Esta verdad haré que aquí se vea.
ANASTASIO
¿En qué la fundas?
MANFREDO
En que soy Manfredo,
de Rosamira, por concierto, esposo.
Que la has librado tú, yo lo concedo,
no más de porque yo fui perezoso.
Por cuatro pasos, bien decirlo puedo,
que llevaste a los míos, fin dichoso
has alcanzado en la dudosa empresa;
mas no por esto es tuya la duquesa:
que la razón que así te da el derecho,
por primer defensor que llegó al puesto,
la turba, según siento, estar ya hecho
conmigo el casamiento antes de aquesto.
PORCIA
¡Saltando el corazón me está en el pecho!
JULIA
¡Válame Dios! ¿En qué ha de parar esto?
ROSAMIRA
¿Adónde vas?
DAGOBERTO
Sosiégate.
ROSAMIRA
Recelo...
DUQUE
¿Ha visto caso semejante el suelo?
ANASTASIO
Quedaos, amor, un poco aquí arrimado;
venid en su lugar, honra, conmigo.
Oye, Manfredo, güésped mal mirado,
ladrón de paz y engañador amigo:
¿dó están las ricas prendas que has robado?
¿Por qué tan sin porqué, como enemigo,
usando en la amistad tan mal decoro,
a mi padre robaste su tesoro?
MANFREDO
¿Quién eres?
ANASTASIO
Anastasio, el heredero
de Dorlán, y de Julia único hermano,
de Porcia primo, por las cuales quiero
probar que eres ladrón torpe y villano.
MANFREDO
Si como eres valiente caballero
fueras más atentado, claro y llano,
vieras que esas razones afrentosas
se fundan en quimeras fabulosas.
Yo no robé a tu hermana ni a tu prima;
mas de alguna sabrás, como tú hagas
que a la quistión primera se dé cima,
con que tu gusto al mío satisfagas.
DAGOBERTO
La honra de mi hermana me lastima.
ROSAMIRA
¿Dónde vas, Dagoberto? No deshagas
el buen principio que la suerte muestra
de dar buen fin a la desdicha nuestra.
DAGOBERTO
Sabe que soy Dagoberto,
Manfredo, y sabe que soy
aquel que agraviado estoy
de tu infame desconcierto.
¡Dame a mi hermana, traidor,
de fe falsa y alevosa!
MANFREDO
Restituye tú a mi esposa
antes el robado honor.
No te desmiento, porque
de aquí a bien poco verás
en el engaño en que estás
y la bondad de mi fe.
ANASTASIO
Primo -mas quédese aparte
el parentesco hasta ver
si del justo proceder
os dio el cielo alguna parte-,
¿vos decís que es vuestra esposa
Rosamira?
DAGOBERTO
Y es verdad.
ANASTASIO
¿Tenéis otra claridad
deste hecho no dudosa,
como es el decirlo vos?
DAGOBERTO
¿Bastará que yo lo diga?
ANASTASIO
¿Quién duda?
DAGOBERTO
Pues no se diga
más contienda entre los dos
ni entre los tres, que yo haré
que ella lo declare al punto.
DUQUE
El bien me ha venido junto
cuando menos lo pensé.
Escoja mi hija, y haga
su gusto: que todos tres
son iguales.
JUEZ
Así es.
MANFREDO
Bien cierta tengo la paga,
pues tan de su voluntad
se entregaba por mi esposa.
ANASTASIO
No está mi suerte dudosa,
si es que es firme la verdad.
DAGOBERTO
¡Qué engañados quedarán
los dos en este suceso!
JULIA
Cerrado está ya el proceso;
mirad qué sentencia os dan,
corazón. ¡Ay de mí, triste,
que el miedo crece, y desmengua
la esperanza! Callad, lengua,
que mal tal, mal se resiste.
PORCIA
[Aparte.]
¿Si es tiempo de descubrir
la verdad de mi mentira?
MANFREDO
Señor, manda a Rosamira
diga a quién quiere admitir.
DUQUE
Dígalo en buen hora.
PORCIA
Digo
que es Anastasio mi esposo.
JULIA
¡Alentad, pecho amoroso!
ROSAMIRA
Lo que tú dices desdigo:
que Dagoberto es mi bien.
ANASTASIO
Y vos, señora, mi gloria.
MANFREDO
Tragedia ha sido mi historia.
JULIA
Aún quedan glorias que os den.
¿Tuya no soy, pena vuestra?
(Tome la mano ROSAMIRA a DAGOBERTO y ANASTASIO a PORCIA, y a este instante se declaren entrambas.)
TÁCITO
¿De qué Anastasio se admira?
JULIA
Aquélla no es Rosamira.
ANASTASIO
¡Ay suerte airada y siniestra!
¿Quién eres?
PORCIA
Soy la que quiso
el Cielo, en todo piadoso,
sacarla de un riguroso
infierno a tu paraíso;
soy la que, en traje mudado,
trayendo amor en el pecho,
procurando tu provecho
he mi gusto procurado;
soy aquélla a quien tú diste
de esposa la fe y la mano;
soy quien tiene amor ufano
por ver que no se resiste;
soy de Dagoberto hermana
y soy tu prima, y soy quien,
cuando me falte tu bien,
no soy más que sombra vana.
ANASTASIO
¿Dónde está Julia?
PORCIA
Señor,
yo sé que la verás presto.
JULIA
¿Podré esperar, según esto,
blandura de tu rigor?
Mira con qué mansedumbre
Anastasio a Porcia mira;
mira que es de Rosamira
ya Dagoberto su lumbre;
mira que yo sola quedo
en los brazos de la muerte,
si tu clemencia no advierte
que soy Julia y tú Manfredo.
MANFREDO
Levanta, pues que ya el Cielo
tus deseos asegura,
gracias a tu hermosura
y a mi siempre honrado celo.
Anastasio, mira agora
con gusto y admiración
que yo nunca fui ladrón
ni de condición traidora.
Aquésta es Julia, tu hermana,
y ésa, tu prima, cual dice,
con las cuales nunca hice
traición ni fuerza villana.
Ellas te dirán después
del modo que aquí vinieron;
basta que el fin consiguieron,
y es gusto de su interés.
Tu industria y el cielo han hecho
que les seamos esposos;
ellos son lances forzosos;
no hay sino hacerles buen pecho.
Quien se pudiera quejar
de Rosamira era yo;
mas si el Cielo esto ordenó...
ANASTASIO
Que paciencia y barajar.
DAGOBERTO
¡Oh hermana mía!
PORCIA
¡Oh mi hermano!
DAGOBERTO
¡Buenos pasos son aquéstos!
PORCIA
Nunca pasos descompuestos
ganaron lo que yo gano.
ANASTASIO
Más es tiempo de aliviallas
aquéste, que de reñillas.
DUQUE
Aquéstas son maravillas
dignas solas de admirallas.
ANASTASIO
En fin, mi hermana es tu esposa.
MANFREDO
Así es.
ANASTASIO
Y Porcia es mía,
si no lo impide y desvía
ser mi prima.
DUQUE
Fácil cosa
es haber dispensación
en caso tan importante.
TÁCITO
Hoy del campo de Agramante
he visto la confusión,
y la paz de Otavïano
he visto en espacio breve.
¡No hay camino que amor pruebe,
difícil, que no sea llano!
DUQUE
Entremos en la ciudad,
donde despacio sabremos
destos no vistos estremos
toda la puntualidad,
y allí se harán regocijos
y desposorios honrosos
de los seis tan venturosos
que ya los tengo por hijos.
TÁCITO
Éstas son, ¡oh Amor!, en fin,
tus disparates y hazañas;
y aquí acaban las marañas
tuyas, que no tienen fin.
FIN
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