Jornada Primera

Entra REINALDOS y MALGESÍ

REINALDOS

Sin duda que el ser pobre es causa desto;

pues, ¡vive Dios!, que pueden estas manos

echar a todas horas todo el resto

con bárbaros, franceses y paganos.

¿A mí, Roldán, a mí se ha de hacer esto?

Levántate a los cielos soberanos,

el confalón que tienes de la Iglesia.

O reniego, o descreo...

MALGESÍ

¡Oh, hermano!

REINALDOS

¡Oh, pesia...!

MALGESÍ

Mira que suenan mallesas razones.

REINALDOS

Nunca las pasa mi intención del techo.

MALGESÍ

Pues, ¿por qué a pronunciallas te dispones?

REINALDOS

¡Rabio de enojo y muero de despecho!

MALGESÍ

Pónesme en confusión.

REINALDOS

Y tú me pones...

¡Déjame, que revienta de ira el pecho!

MALGESÍ

¡Por Dios!, que has de decirme en este instante

con quién las has.

REINALDOS

Con el señor de Aglante.

Con aquese bastardo, malnacido,

arrogante, hablador, antojadizo,

más de soberbia que de honor vestido.

MALGESÍ

¿No me dirás, Reinaldos, qué te hizo?

REINALDOS

¿Que a tanto desprecio he yo venido,

que así ose atrevérseme un mestizo?

Pues ¡juro a fe que, aunque le valga Roma,

que le mate, y le guise, y me le coma!

En un balcón estaba de palacio,

y con él Galalón junto a su lado;

yo entraba por el patio, muy de espacio,

cual suelo, de mí mismo acompañado;

los dos miraron mi bohemio lacio

y no de perlas mi capelo ornado;

tomáronse a reír, y a lo que creo,

la risa fue de ver mi pobre arreo.

Subí, como con alas, la escalera,

de rabia lleno y de temor vacío;

no los hallé donde los vi, y quisiera

ejecutar en mí mi furia y brío.

Entráronse allá dentro, y, si no fuera

porque debo respeto al señor mío,

en su presencia le sacara el alma,

pequeña a tanta injuria, y débil palma.

De aquel traidor de Galalón no hago

cuenta ninguna, que es cobarde y necio;

de Roldán, sí, y en ira me deshago,

pues me conoce, y no me tiene en precio.

Pero presto tendrán los dos el pago,

pagando con sus vidas mi desprecio,

aunque lo estorbe...

MALGESÍ

¿No ves que desatinas?

REINALDOS

Con aquesas palabras más me indinas.

MALGESÍ

Roldán es éste, vesle aquí que sale,

y con él Galalón.

REINALDOS

Hazte a una parte,

que quiero ver lo que este infame vale,

que es tenido en el mundo por un Marte.

(Entra ROLDÁN y GALALÓN)

¡Agora, sí, burlón, que no te cale

en la estancia de Carlos retirarte,

ni a ti forjar traiciones y mentiras

para volver pacíficas mis iras!

GALALÓN

Vuélvome, porque es éste un atrevido

y el decir y hacer pone en un punto.

[Vase.]

REINALDOS

¡Bien os habéis de mi ademán reído

los dos, a fe!

ROLDÁN

¡Que está loco barrunto!

REINALDOS

¿Dónde está aquel cobarde?

MALGESÍ

Ya se ha ido.

REINALDOS

Tuvo temor de no quedar difunto

si un soplo le alcanzara de mi boca.

ROLDÁN

¡A risa su arrogancia me provoca!

¿Con quién las has, Reinaldos?

REINALDOS

¿Yo? Contigo.

ROLDÁN

¿Conmigo? Pues, ¿por qué?

REINALDOS

Ya tú lo sabes.

ROLDÁN

No sé más de que siempre fui tu amigo,

pues de mi voluntad tienes las llaves.

REINALDOS

Tu risa ha sido deso buen testigo;

no hay para qué tan sin porqué te alabes.

Dime: ¿puede, por dicha, la pobreza

quitar lo que nos da naturaleza?

Que yo trujera con anillos de oro

adornadas mis manos y trujera

con pompa, a modo de real decoro,

mi persona compuesta; ¿adondequiera

rindiera yo con esto al fuerte moro

o al gallardo español, que nos espera?

No; que no dan costosos atavíos

fuerza a los brazos y a los pechos bríos.

Mi persona desnuda, y esta espada,

y este indomable pecho que conoces,

ancha se harán adondequiera entrada,

como en la seca mies agudas hoces.

Mi fuerza conocida y estimada

está por todo el orbe dando voces,

diciendo quién yo soy; y así, tu burla

contra toda razón de mí se burla.

Y, porque veas que en razón me fundo,

mete mano a la espada y haz la prueba:

verás que en nada no te soy segundo,

ni es para mí el probarte cosa nueva.

¿Que de nuevo te ríes, pese al mundo?

ROLDÁN

¿Qué endiablado furor, primo, te lleva

a romper nuestras paces, o qué risa

así el aviso tuyo desavisa?

MALGESÍ

Dice que dél hiciste burla cuando

entraba por el patio de palacio,

su poco fausto y soledad mirando,

y su bohemio, por antiguo, lacio.

Pensólo, y, su estrecheza contemplando,

y creyendo la burla, en poco espacio

la escalera subió; y, si allí os hallara,

en llanto vuestra risa se tornara.

ROLDÁN

Hiciera mal, porque por Dios os juro

que no me pasó tal por pensamiento;

y desto puede estar cierto y seguro,

pues yo lo digo y más con juramento.

Al pilar de la Iglesia, al fuerte muro,

al amparo de Francia y al aliento

de los pechos valientes, ¿quién osara,

aunque en ello la vida le importara?

Esta disculpa baste, ¡oh primo amado!,

para templar vuestra no vista furia;

que no es costumbre de mi pecho honrado

hacer a nadie semejante injuria.

Y más a vos, que solo habéis ganado

más oro que tendrá y tiene Liguria,

si es que la honra vale más que el oro

que en Tíbar cierne el mal vestido moro.

Dadme esa mano, ¡oh primo!, porque, en uno

estas dos que imagino sin iguales,

no siento yo que habrá valor alguno

que de su puerta llegue a los umbrales.

(Vuelve GALALÓN con el EMPERADOR CARLOMAGNO.)

EMPERADOR

¿Que así comenzó a hablar el importuno,

y descubrió en el modo indicios tales,

que presto de la lengua desmandada

pasaría la cólera a la espada?

GALALÓN

No los pongas en paz, porque es prudencia,

y en materia de estado esto se advierte,

tener a tales dos en diferencia,

que son ministros de tu vida y muerte;

que, habiendo entre dos grandes competencia

y entre dos consejeros, de tal suerte

el uno y otro a sus contrarios temen,

que es fuerza que en virtud ambos se estremen,

por temor de las ciertas parlerías

que te podrá decir aquél de aquéste;

y no desprecies las razones mías,

si no quieres que caro no te cueste.

EMPERADOR

No están de aquel talante que decías.

Di: ¿Roldán no es aquél? ¿Reinaldos, éste?

En paz están, y asidos de la mano.

GALALÓN

Señores, ¿no habéis visto a Carlomano?

ROLDÁN

¡Oh grande emperador!

EMPERADOR

¡Oh amados primos!

¿Habéis tenido algún enojo acaso?

ROLDÁN

Sin padrinos los dos nos avenimos

cuando torcemos de amistad el paso.

Muchas veces confieso que reñimos,

mas ninguna de veras.

GALALÓN

A hablar paso

Reinaldos y sin cólera, no hiciera

que nuestro emperador aquí viniera;

que yo le truje imaginando, cierto,

que estábades los dos ya en gran batalla.

MALGESÍ

Holgáraste que el uno fuera muerto,

y aun los dos; que este intento en ti se halla.

EMPERADOR

Tu temor ha salido en todo incierto.

De lo que a mí me place, es que la malla

y los aceros destos dos varones

requieren más honrosas ocasiones.

ROLDÁN

Reinaldos, no le tengas ojeriza

a Galalón, que a fe que es nuestro amigo.

MALGESÍ

¡Así le viese yo hecho ceniza,

o de la suerte que en mi mente digo!

Éste es el soplo que aquel fuego atiza

y enciende, por quien siempre es enemigo

nuestro buen rey de nuestro buen linaje.

REINALDOS

¡Cuán sin aliento viene aqueste paje!

PAJE

Señor, si quieres ver una ventura,

que en la vida se ha visto semejante,

ponte a ese corredor: que te aseguro

que es aventicio hermoso y elegante.

REINALDOS

¡Donoso ha estado el paje!

PAJE

Yo lo juro

por vida de mi padre. Trae delante

una diosa del cielo dos salvajes

que sirven de escuderos y de pajes;

una que debe ser su bisabuela

viene detrás sobre una mula puesta.

Digo que es cosa de admirar. Mas hela

do asoma: ved si viene bien compuesta.

MALGESÍ

¿Si viene con mistura de cautela

tan grande novedad?

EMPERADOR

Poco te cuesta

saberlo si tu libro traes a mano.

MALGESÍ

Aquí le tengo, y el saberlo es llano.

(Apártase MALGESÍ a un lado del teatro, saca un libro pequeño, pónese a leer en él, y luego sale una figura de demonio por lo hueco del teatro y pónese al lado de MALGESÍ; y han de haber comenzado a entrar por el patio ANGÉLICA la bella, sobre un palafrén, embozada y la más ricamente vestida que ser pudiere; traen la rienda dos salvajes, vestidos de yedra o de cáñamo teñido de verde; detrás viene una dueña sobre una mula con gualdrapa: trae delante de sí un rico cofrecil o y a una perril a de falda; en dando una vuelta al patio, la apean los salvajes, y va donde está el EMPERADOR, el cual, como la vee, dice:)

EMPERADOR

Digo que trae gallarda compostura

y que es gallardo el traje y peregrino,

y que si llega al brío la hermosura,

que pasa de lo humano a lo divino.

MALGESÍ

¿Aventura es aquésta? Es desventura.

EMPERADOR

¿Qué dices, Malgesí?

MALGESÍ

No determino

aún bien lo que es.

EMPERADOR

Pues mira más atento.

MALGESÍ

Ya procuro cumplir tu mandamiento.

EMPERADOR

Salid a la escalera a recebilla,

y traed a la dama a mi presencia.

REINALDOS

Cierto que es ésta estraña maravilla.

MALGESÍ

Cierto que no yerra aquí mi ciencia.

EMPERADOR

¿Qué es eso, Malgesí?

Texto

MALGESÍ

Darás a oílla

gratos oídos, pero no creencia;

que esta dama que ves... Aún no sé el resto;

escúchala, que yo lo sabré presto.

(Entra en el teatro ANGÉLICA con los salvajes y la DUEÑA, acompañada de REINALDOS, ROLDÁN y GALALÓN; viene ANGÉLICA embozada.)

ANGÉLICA

Prospere el alto cielo,

poderoso señor, tu real estado,

y seas en el suelo

por uno y otro siglo prolongado

de tan rara ventura,

que del tiempo mudable esté segura.

Puesto que tu presciencia

de un sí cortés me tiene asegurada,

no osaré sin licencia

decirte, ¡oh gran señor!, una embajada,

que aumentará la fama

que a tanto prez y a tanto honor te llama.

EMPERADOR

Decid lo que os pluguiere.

ANGÉLICA

Hizo verdad tu sí mi pensamiento.

Presta a lo que dijere,

sagrado emperador, oído atento,

y préstenmele aquéllos

a quien la gola señaló sus cuellos.

Soy única heredera

del gran rey Galafrón, cuyo ancho imperio

deste mar la ribera,

ni aun casi la mitad del hemisferio,

sus límites describe;

que en otros mares y otros cielos vive.

A su grandeza iguala

su saber, en el cual tuvo noticia

ser mi ventura mala,

si así como el estado real codicia,

a varón me entregase

que en sangre y en grandeza me igualase.

Halló por cierto y llano

que el que venciese en singular batalla

a un mi pequeño hermano

que viste honrosa, aunque temprana malla,

éste, cierto, sería

bien de su reino y la ventura mía.

Por provincias diversas

he venido con él, donde he tenido

ya prósperas, ya adversas

venturas, y a la fin me he conducido

a este reino de Francia,

donde tengo por cierta mi ganancia.

De Ardenia en las umbrosas

selvas queda mi hermano, allí esperando

quien, ya por codiciosas

prendas, o esta belleza deseando,

(Desembózase.)

su fuerte brazo pruebe;

y es lo que he de decir lo que hacer debe.

Quien fuere derribado

del golpe de la lanza, ha de ser preso,

porque le está vedado

poner mano a la espada; y es expreso

del rey este mandato,

o, por mejor decir, concierto y pacto.

Y si tocare el suelo

mi hermano, quedará quien le venciere

levantado a mi cielo,

o noble sea, o sea el que se fuere,

y no de otra manera.

MALGESÍ

¡Qué bien que lo relata la hechicera!

ANGÉLICA

¡Ea, pues, caballeros!,

quien reinos apetece y gentileza,

aprestad los aceros,

que a poco precio venden la belleza

que veis, venid en vuelo.

ROLDÁN

¡Por Dios, que encanta!

REINALDOS

Admira, ¡vive el cielo!

ANGÉLICA

Ya te he dicho mi intento.

Conviéneme que dé la vuelta luego.

(Éntrase la SOMBRA.)

EMPERADOR

Deteneos un momento,

si es que puede con vos mi mando o ruego,

porque seáis servida

según vuestra grandeza conocida.

ANGÉLICA

Lo imposible me pides;

dame licencia y queda en paz.

EMPERADOR

Pues veo

que a tu gusto te mides,

en buen hora te vuelve, y el deseo

de servirte recibe.

MALGESÍ

¡El mismo engaño en esta falsa vive!

(Vase ANGÉLICA y su compañía.)

REINALDOS

¿Para qué vas tras ella,

Roldán?

ROLDÁN

Son escusadas tus demandas.

REINALDOS

Yo solo he de ir con ella.

ROLDÁN

¡Qué impertinente y qué soberbio andas!

REINALDOS

¡Detente, no la sigas!

ROLDÁN

Reinaldos, bueno está; no me persigas.

MALGESÍ

Deténlos, no los dejes;

haz, señor, que se prenda aquel a maga.

REINALDOS

Como de aquí te alejes,

daréte de tu intento justa paga.

EMPERADOR

¿Qué desvergüenza es ésta?

MALGESÍ

Manda prender aquella deshonesta,

que será, a lo que veo,

la ruina de Francia en cierto modo.

ROLDÁN

Cumpliré mi deseo

a tu pesar, y aun al del mundo todo.

REINALDOS

Camina, pues, y guarte.

EMPERADOR

Acaba, Malgesí, de declararte.

MALGESÍ

Ésta que has visto es hija

del Galafrón, cual dijo; mas su intento,

que el cielo le corrija,

es diferente del fingido cuento,

porque su padre ordena

tener tus Doce Pares en cadena;

y, si los prende, piensa

venir sobre tu reino y conquistalle;

y trázase esta ofensa

con enviar su hijo y adornalle

con una hermosa lanza,

con que de todos la vitoria alcanza.

La lanza es encantada,

y tiene tal virtud, que, aquel que toca,

le atierra, y es dorada;

por eso pide aquella infame y loca

que la espada no prueben

los que a la empresa con valor se atreven.

Por añagaza pone

aquella incomparable hermosura,

que el corazón dispone

aun de la más cobarde criatura

para que el hecho intente,

do, aunque se pierda, nunca se arrepiente.

Serán tus Doce Pares

presos si no lo estorbas, señor mío,

y otros muchos millares

de los tuyos que tienen fuerza y brío

para mayores cosas.

EMPERADOR

Las que has contado son bien espantosas;

mas no sé remediallas,

y es porque no las creo. A ti te queda

creellas y estorballas.

MALGESÍ

Haré cuanto mi industria y ciencia pueda.

GALALÓN

No son muy verdaderos,

a decirte verdad, tus consejeros.

(Éntrase el EMPERADOR y GALALÓN.)

MALGESÍ

Mi hermano va enojado

con Roldán; estorbar quiero su daño.

En laberinto he entrado

que apenas saldré dél. ¡Oh ciego engaño,

oh fuerza poderosa

de la mujer que es, sobre falsa, hermosa!

(Éntrase MALGESÍ, y entra BERNARDO DEL CARPIO, armado, y tráele la celada un VIZCAÍNO,  su escudero, con botas y fieltro y su espada.)

BERNARDO

Aquí, fuera de camino,

podré reposar un poco.

VIZCAÍNO

Señor sabio, que estás loco,

tino vuelves desatino.

Vizcaíno que escudero

llevas contigo, te avisa

camines no tanta prisa,

paso lleves de arriero.

Tierra buscas, tierra dejas,

tanta parece hazaña,

pues, metiendo en tierra estraña,

por Dios, de propria te alejas.

Bien que en España hay que hacer;

moros tienes en fronteras,

tambores, pitos, banderas

hay allá; ya puedes ver.

BERNARDO

¿Ya no te he dicho el intento

que a esta tierra me ha traído?

VIZCAÍNO

Curioso mucho atrevido

goza nunca pensamiento.

Bien podrás, bien podrás,

dejar mala tanto hazaña;

a las de guerra y España

llama.

BERNARDO

Ya te entiendo, Blas.

VIZCAÍNO

Bien es que sepas de yo

buenos que consejos doy;

que, por Juan Gaicoa, soy

vizcaíno; burro, no.

Señor, mira, si es que ver

poder quieres del francés,

camino aqueste no es

derecho; puedes volver.

BERNARDO

Dicen que estas selvas son

donde se hallan de contino,

por cualquier senda o camino,

venturas de admiración,

y que en la mitad o al fin,

o al principio, o no sé dónde,

entre unos bosques se esconde

el gran padrón de Merlín,

aquel grande encantador,

que fue su padre el demonio.

VIZCAÍNO

Echado está testimonio,

y levántanle, señor.

BERNARDO

Hele de buscar y hallar,

si mil veces rodease

estas selvas.

VIZCAÍNO

Tiempo vase;

duerme, o vuelve a caminar.

BERNARDO

Vuelve, y ve si Ferraguto

viene, que se quedó atrás,

y a do quedo le dirás.

VIZCAÍNO

Escudero siempre puto.

BERNARDO

Dura y detestable guerra,

por sólo aquesto eres buena:

que en pluma vuelves la arena,

y en blanda cama la tierra.

Tú ofreces, doquier que estás,

anchos y estendidos lechos,

si no es que hay campos estrechos

por donde los pasos das.

Eres un cierto beleño

que, entre cuidados y enojos,

ofreces siempre a los ojos

blando, aunque forzoso sueño.

Eres de su calidad,

según muestra la experiencia,

madre de la diligencia,

madrastra de ociosidad.

Venid acá vos, cimera,

rica y estremada pieza,

y, pues sois de la cabeza,

servidme de cabecera,

que ya el sueño de rondón

va ocupando mis sentidos.

¡Bien dicen que los dormidos

imagen de muerte son!

(Échase a dormir BERNARDO junto al padrón de MERLÍN, que ha de ser un mármol jaspeado, que se pueda abrir y cerrar, y a este instante parece encima de la montaña el mancebo ARGALIA, hermano de ANGÉLICA la bella, armado y con una lanza dorada.)

ARGALIA

Mucha tierra se descubre

de encima desta montaña:

de aquesta parte es campaña,

de estotra el bosque la cubre;

allí el camino blanquea,

y hasta París va derecho.

¡Si mi hermana hubiese hecho

el gran caso que desea!

Mas, si no me miente acaso

la vista, aquélla es, sin duda,

que el camino trueca y muda,

y hacia aquí endereza el paso.

Los palafrenes envía

por el camino real.

En cuanto hace, no hace mal;

recebirla es cortesía.

(Éntrase ARGALIA y sale ANGÉLICA con los salvajes y la DUEÑA.)

ANGÉLICA

Cierto que es ésta la senda,

o no acierto bien las señas,

y a la vuelta destas peñas

sin duda está nuestra tienda.

DUEÑA

¿Cuándo, señora, veremos

el fin de nuestros caminos?

¿Cuándo destos desatinos

a buen acuerdo saldremos?

¿Cuándo me veré, ¡ay de mí!,

con mi almohadilla, sentada

en estrado y descansada,

como algún tiempo me vi?

¿Cuándo dejaré de andar,

cuando el sol salga o tramonte,

deste monte en aquel monte,

de un lugar a otro lugar?

¿Cuándo de mis redomillas

veré los blancos afeites,

las unturas, los aceites,

las adobadas pasillas?

¿Cuándo me daré un buen rato

en reposo y sin sospecha?

Que traigo esta cara hecha

una suela de zapato.

Los crudos aires de Francia

me tienen de aqueste modo.

ANGÉLICA

Calla, que bien se hará todo.

DUEÑA

No te arriendo la ganancia;

que según yo vi el denuedo

de aquellos dos paladines,

de tus caminos y fines

esperar buen fin no puedo.

ANGÉLICA

No atinas con la verdad;

calla, que mi hermano viene.

(Entra ARGALIA.)

ARGALIA

¡Oh rico archivo, do tiene

sus tesoros la beldad!

¿Cómo vienes, y en qué modo

has salido con tu intento?

ANGÉLICA

Midióse a mi pensamiento

la ventura casi en todo.

Vámonos al pabellón,

que allí, de espacio y sentada,

contaré de mi embajada

el principio y conclusión.

ARGALIA

Bien dices, hermana; ven,

que bien cerca de aquí está.

DUEÑA

La triste que cual yo va,

yo sé que no va muy bien;

que de la madre me aprieta

un gran dolor en verdad.

Todo aquesto es frialdad

deste andar a la jineta.

(Éntranse todos, sino es BERNARDO, que aún duerme; suene música de flautas tristes; despierta BERNARDO, ábrese el padrón, pare una figura de muerto, y dice:)

ESPÍRITU

Valeroso español, cuyo alto intento

de tu patria y amigos te destierra,

vuelve a tu amado padre el pensamiento,

a quien larga prisión y escura encierra.

A tal hazaña es gran razón que atento

estés, y no en buscar inútil guerra

por tan remotas partes y escusadas,

adonde son las dichas desdichadas.

Tiempo vendrá que del francés valiente,

al margen de los montes Pireneos,

bajes la altiva y generosa frente

y goces de honrosísimos trofeos.

Sigue de tu ventura la corriente,

que iguala al gran valor de tus deseos;

verás como te sube tu fortuna

sobre la faz convexa de la luna.

Por ti tu patria se verá en sosiego,

libre de ajeno mando y señorío;

tú serás agua al encendido fuego

que arde en el pecho que de casto es frío.

Deja estas selvas, do caminas ciego,

llevado de un curioso desvarío.

Vuelve, vuelve, Bernardo, a do te llama

un inmortal renombre y clara fama.

De Merlín el espíritu encantado

soy, que aquí yago en esta selva obscura,

del cielo para bien y mal guardado,

aunque en mis males siempre se conjura;

y no seré deste lugar llevado

a la negra región do el llanto dura,

hasta que crucen estas selvas fieras

muchas y cristianísimas banderas.

Mil cosas se me quedan por contarte,

que otra vez te diré, porque ahora importa

detrás de aquestas ramas ocultarte,

donde será tu estada breve y corta.

A dos, que cada cual por sí es un Marte,

pondrás en paz, o mostrarás que corta

tu espada. Y, sin hablar, haz lo que digo,

y entiende que te soy y seré amigo.

(Ciérrase el padrón, éntrase en él BERNARDO sin hablar palabra, y luego sale REINALDOS.)

REINALDOS

En vano mis pasos muevo

pues, entre estas flores tantas

no hay señales de las plantas

que por guía y norte llevo.

Que si aquí hubieran pisado,

claro estaba que este suelo

fuera un traslado del cielo,

de varias lumbres pintado.

¿Qué flor tocará la bella

planta, a mí tan dulce y cara,

que luego no se tornara,

o ya en sol, o en clara estrella?

Lejos estoy del camino

que a do está mi cielo guía,

pues este suelo no envía,

o luz clara, o olor divino.

Mas ya no tendré pereza

en buscar este sol bello,

pues me han de guiar a vello

ya su luz, ya su belleza.

Pero, ¿qué es esto, que el sueño

así me acosa y aprieta?

¡Oh fuerza libre, sujeta

a fuerzas de tan vil dueño!

Aquí me habré de acostar,

al pie deste risco yerto,

haciendo imagen de un muerto,

pues estoy para espirar.

(Recuéstase REINALDOS, pone el escudo por cabecera, y entra luego ROLDÁN embrazado de el suyo.)

ROLDÁN

¡Tantas vueltas sin provecho!

¿Dónde, ¡oh sol!, te tramontaste

después que tu luz dejaste

en lo mejor de mi pecho?

Descúbrete, sol hermoso,

que voy buscando tu lumbre

por el llano y por la cumbre,

desalentado y ansioso.

¡Oh, Angélica, luz divina

de mi humana ceguedad,

norte cuya claridad

a nuevo ser me encamina!

¿Cuándo te verán mis ojos,

o cuándo, si no he de verte,

vendrá la espantosa muerte

a triunfar de mis despojos?

Mas, ¿quién es este holgazán

que duerme con tal remanso?

No hay quien no viva en descanso

sino el mísero Roldán.

¿Qué es esto? Reinaldos es

el que yace aquí dormido.

¡Oh primo, al mundo nacido

para grillos de mis pies,

para esposas de mis manos,

para infierno de mis glorias,

para opuesto a mis vitorias,

para hacer mis triunfos vanos,

para acíbar de mi gusto!

Mas yo haré que no lo seas:

sin que el mundo ni tú veas

que paso el término justo,

quitarte quiero la vida.

Mas, ¡ay, Roldán! ¿Cómo es esto?

¿Ansí os arrojáis tan presto

a ser traidor y homicida?

¿Qué decís, mal pensamiento?

¿Decísme que es mi rival,

y que consiste en su mal

todo el bien de mi tormento?

Sí decís; mas yo sé, al fin,

que el que es buen enamorado

tiene más de pecho honrado

que de traidor y de ruin.

Yo fui Roldán sin amor,

y seré Roldán con él,

en todo tiempo fïel,

pues en todo busco honor.

Duerme, pues, primo, en sazón;

que arrimo te sea mi escudo;

que, aunque amor vencerme pudo,

no me vence la traición.

El tuyo quiero tomar,

porque adviertas, si despiertas,

que amistades que son ciertas

nadie las puede turbar.

(Échase ROLDÁN junto a REINALDOS y pone a su cabecera el escudo de REINALDOS, y luego despierta REINALDOS.)

REINALDOS

¡Angélica! ¡Oh estraña vista!

¿No es Roldán este que veo,

y el que del bien que deseo

procura hacer la conquista?

Él es; pero, ¿quién me puso

su escudo para mi arrimo?

Tu cortés bondad, ¡oh primo!,

sin duda que esto dispuso.

Bien me pudieras matar,

pues durmiendo me hallaste,

por quitar aquel contraste

que en mi vida has de hallar;

empero tu cortesía

más que amor pudo en tu pecho,

por la costumbre que has hecho

de hacer actos de hidalguía.

Mas, ¿si fue por menosprecio

el dejarme con la vida?

No, por ser cosa sabida

que yo soy hombre de precio;

y tú mismo lo has probado

una y otra vez y ciento.

No atino cuál pensamiento

tenga por más acertado:

si me deja de arrogante,

o si fue por amistad;

que tal vez la deslealtad

vive en el celoso amante.

¡Oh! Si aquéste me dejase

señero en mi pretensión,

con el alma y corazón,

¡vive Dios!, que le adorase;

pero si no, no imagines,

primo, que por tu bondad

dejará mi voluntad

de seguir sus dulces fines.

Y de aquesta intención mía

no me debes de culpar,

porque el amor y el reinar

nunca admiten compañía.

Seguramente a mi lado

pudiste echarte a dormir,

pues no se puede herir

un hombre que es encantado;

y así, la ocasión quitaste

que tu sueño me ofrecía,

para usar la cortesía

de que tú conmigo usaste.

Pero, despierto, veremos

tu intención a dó se inclina;

y si donde yo camina,

pondré medio en sus estremos.

Irá el parentesco afuera,

la cortesía a una parte,

si bajase el mismo Marte

a impedirlo de su esfera.

¡Ah, Roldán! ¡Roldán, despierta!,

que es gran descuido el que tienes,

y más si, por dicha, vienes

donde mi sospecha acierta.

Toma tu escudo, y el mío

me vuelve. ¡Despierta agora!

[ROLDÁN]

[Soñando.]

¡Ay, Angélica, señora

de mi vida y mi albedrío!

¿A dó se esconde tu faz

que todo mi bien encierra?

REINALDOS

Declarada es nuestra guerra,

y perdida nuestra paz.

¡Roldán, acaba, levanta;

destroquemos los escudos!

ROLDÁN

[Soñando.]

¡Con qué dulces, ciegos nudos

me añudaste la garganta;

la voluntad decir quiero,

y el alma que te entregué!

REINALDOS

¡Si no despiertas, a fe

que te despierte este acero,

y aun te mate, pues me matas,

ahora duermas, ahora veles!

Estos intentos crueles

nacen de entrañas ingratas.

Estoy por dejar de ser

quien soy. ¡Acudid al punto,

respetos, que está difunto

mi acertado proceder!

¡Ansias que me consumís,

sospechas que me cansáis,

recelos que me acabáis,

celos que me pervertís!

(ROLDÁN despierta.)

ROLDÁN

Reinaldos, ¿qué quies hacer?

REINALDOS

¡Deshacerme, o deshacerte!

ROLDÁN

¿Quieres, primo, darme muerte?

REINALDOS

Tu vida está en mi querer.

ROLDÁN

¿Cómo en mi querer?

REINALDOS

Dirélo:

no más de en querer decirme

si vienes a perseguirme

en la busca de mi cielo;

si es tu venida a buscar

a Angélica. ¿No me entiendes?

ROLDÁN

¿De saber lo que pretendes...?

REINALDOS

¡Acabarte, o acabar!

ROLDÁN

¿Tanto el vivir te embaraza,

que tras tu muerte caminas?

REINALDOS

Profeta falso, adivinas

el mal que así te amenaza.

ROLDÁN

Contigo las cortesías

siempre fueron por demás.

REINALDOS

Dame mi escudo, y verás

como siempre desvarías.

Si a París no te vuelves,

verás también en un punto

tu culpa y castigo junto.

ROLDÁN

¡Fácilmente te resuelves!

Ni a París he de volver,

ni a Angélica he de dejar.

Mira qué quieres.

REINALDOS

Cortar

tu insolente proceder.

¡Desharéte entre mis brazos,

aunque seas encantado!

ROLDÁN

¡Eres villano atestado,

y quieres luchar a brazos!

REINALDOS

¡Mientes! Y ven con la espada,

que, aunque seas de diamante,

verás, infame arrogante,

mi verdad averiguada!

(Vanse a herir con las espadas; salen del hueco del teatro llamas de fuego, que no los deja llegar.)

ROLDÁN

Bien sé que anda por aquí,

temeroso de tu muerte,

mas no ha de poder valerte,

tu hechicero Malgesí;

que pasaré de Aqueronte

la barca por castigarte.

REINALDOS

Yo pondré por alcanzarte

un monte sobre otro monte;

arrojaréme en el fuego,

como ves que aquí lo hago.

ROLDÁN

No te deja dar tu pago

tu hermano.

REINALDOS

¡Pues dél reniego!

(Dice el espíritu de MERLÍN:)

ESPÍRITU

Fuerte Bernardo, sal fuera,

y a los dos en paz pondrás.

(Sale BERNARDO.)

BERNARDO

¡Caballeros, no haya más!

¡Guerreros fuertes, afuera!

REINALDOS

¿Hate el cielo aquí llovido?

¿Qué quieres, o qué nos mandas?

BERNARDO

Son tan justas mis demandas,

que he de ser obedecido.

Y es que dejéis la dudosa

lid de tan esquivo trance.

REINALDOS

Tú has echado muy buen lance,

y la demanda es donosa.

¿Eres español, a dicha?

BERNARDO

Por dicha, soy español.

REINALDOS

Vete, porque sólo el sol

ha de ver nuestra desdicha;

que no queremos testigos

más que el sol en la lid nuestra.

BERNARDO

No me he de ir sin que la diestra

os deis de buenos amigos.

ROLDÁN

¡Pesado estás!

BERNARDO

Más pesados

estáis los dos, si advertís.

REINALDOS

Español, ¿cómo no os is?

BERNARDO

Por corteses o rogados,

vuestra quistión, por ahora,

no ha de pasar adelante.

ROLDÁN

Yo soy el señor de Aglante.

REINALDOS

Yo, Reinaldos.

BERNARDO

Sea en buen hora;

que ser quien sois os obliga

a conceder con mi ruego.

ROLDÁN

Esa razón no la niego.

REINALDOS

Este español me atosiga;

que siempre aquesta nación

fue arrogante y porfiada.

ROLDÁN

Señor, pues que no os va nada,

no impidáis nuestra quistión;

dejadnos llevar al fin

nuestro deseo, que es justo.

BERNARDO

Aquése fuera mi gusto,

a serlo así el de Merlín.

ROLDÁN

¡Oh cuerpo de San Dionís,

con el español marrano!

BERNARDO

¡Mientes, infame villano!

REINALDOS

A plomo cayó el mentís.

¡Afuera, Roldán, no más!

ROLDÁN

¡Deja, que me abraso en ira!

¿Qué es esto? ¿Quién me retira?

¿El pie de Roldán atrás?

¿Roldán el pie atrás? ¿Qué es esto?

¡Ni huyo, ni me retiro!

REINALDOS

De Merlín es este tiro.

BERNARDO

Pues yo haré que huyáis presto.

(Vase retirando ROLDÁN hacia atrás, y sube por la montaña como por fuerza de oculta virtud.)

REINALDOS

¡Por cierto, a gentiles manos

te ha traído tu fortuna!

BERNARDO

Manos, yo no veo ninguna;

pies, sí, ligeros y sanos,

y que os importa tenellos

para huir de mi presencia.

REINALDOS

¡Sin igual es tu insolencia!

(Sube BERNARDO por la peña arriba, siguiendo a ROLDÁN, y va tras él REINALDOS. Sale MARFISA, armada ricamente; trae por timbre una ave Fénix y una águila blanca pintada en el escudo, y, mirando subir a los tres de la montaña, con las espadas desnudas y que se acaban de desparecer, dice:)

MARFISA

¿Si se combaten aquéllos?

Si hacen, ponerlos quiero

en paz, si fuere posible.

¡Oh, qué montaña terrible!

Subir por ella no espero,

ni podré a caballo ir,

aunque le vuelva a tomar;

mas, con todo, he de probar

el trabajo del subir.

Bien se queda en la espesura

mi caballo hasta que vuelva;

nunca falta en esta selva

o buena o mala ventura.

(Sube MARFISA por la montaña, y vuelven a salir al teatro, riñendo, ROLDÁN, BERNARDO y REINALDOS.)

ROLDÁN

No sé yo cómo sea

que contra ti no tengo alguna saña,

ni puedo en tal pelea

mover la espada. ¡Cosa es ésta estraña!

BERNARDO

La razón que me ayuda

pone tus fuerzas y tu esfuerzo en duda.

REINALDOS

De Merlín es el hecho,

que no hay razón que valga con su encanto;

que, aunque fuera su pecho

león en furia y en dureza un canto,

si hechiceros no hubiera,

nunca mi primo atrás el pie volviera.

(Entra ANGÉLICA, llorando, y con ella el VIZCAÍNO, escudero de BERNARDO.)

VIZCAÍNO

¡Pardiós, echóte al río!

¡Tienes Granada, bravo Ferraguto!

ANGÉLICA

¡Ay, triste hermano mío!

ROLDÁN

¿Por qué ese cielo al suelo da tributo

de lágrimas tan bellas,

si el mismo cielo se le debe a ellas?

ANGÉLICA

Un español ha muerto

a mi querido hermano; y es un moro

que no guardó el concierto

debido a la milicia y su decoro,

y arrojóle en un río.

ROLDÁN

¿Quién es el moro?

BERNARDO

Es un amigo mío.

ROLDÁN

¿Amigo tuyo? ¡Oh perro,

tú llevarás de su maldad la pena!

REINALDOS

Roldán, no hagas tal yerro;

deja a mí el castigo.

ANGÉLICA

Aquí se ordena

mi muerte, y más desdicha

si de los dos me coge alguno, a dicha.

A esta selva escura

quiero entregar ya mis ligeras plantas,

mi guarda y mi ventura.

BERNARDO

¿Cómo, Reinaldos, di, no te adelantas

a herirme con tu primo?

Por la honra, la vida en poco estimo.

(Sale MARFISA, poniendo paz y poniendo mano a la espada; éntrase huyendo ANGÉLICA.)

MARFISA

¿Qué es esto? ¡Afuera, afuera;

afuera, cabal eros!, que os lo pide

quien mandarlo pudiera;

que, si no es que mi luz la vista impide,

mirando esta divisa,

veréis que soy la sin igual Marfisa.

VIZCAÍNO

La puta, la doncella,

se es ida.

ROLDÁN

¡Oh nunca vista desventura!;

forzoso he de ir tras ella.

REINALDOS

Yo sí; tú no.

ROLDÁN

¡Notable es tu locura!

REINALDOS

No muevas de aquí el paso.

ROLDÁN

No hago yo de tus locuras caso.

REINALDOS

¡Por Dios que, si te mueves,

que te haga pedazos al instante!

ROLDÁN

¿Que a estorbarme te atreves,

fanfarrón, pordiosero y arrogante?

¿Cómo te estás tan quedo?

¡Que no me tenga este cobarde miedo!

(Éntrase ROLDÁN.)

VIZCAÍNO

Señor, déjale vaya;

que pues no por allí, que por la senda

quedan arraz, en playa

poned a la dama.

MARFISA

¿Por qué fue la contienda?

BERNARDO

Por celos sé que ha sido.

Dime: ¿Ferraguto quedó herido?

VIZCAÍNO

Bueno, puto, y qué sano.

BERNARDO

¿Con quién tuvo batalla?

VIZCAÍNO

¿Ya no oíste?

Batal a con hermano

de bel a huidora, y pobre, y muerto, y triste,

de moro enojo, brío

teniendo, dio con él todo en el río,

y queda aquí aguardando

espaldas de montaña.

MARFISA

Iréte acompañando,

que quiero saber más de tu hazaña;

que descubro en ti muestras

que muestran que eres más de lo que muestras.

Y advierte que contigo

llevas a la sin par sola Marfisa,

que, en señas y testigo

que es única en el mundo, la divisa

trae de aquel a ave nueva

que en el fuego la vida se renueva.

[BERNARDO]

Haréte compañía

subas al cielo o bajes al abismo.

MARFISA

Tan grande cortesía

no puede parecer sino a ti mismo,

y, usando deste gusto,

yo he de seguir el tuyo, que es muy justo.

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