Prologo al cuento del alguacil

El alguacil se puso en pie sobre los estribos de su montura, ciego de rabia contra el fraile, estremeciéndose de ira como una hoja de álamo temblón.

—Caballeros —dijo él—, solamente les pido un favor: ahora que acaban de escuchar las mentiras de este fraile hipócrita, les ruego que me permitan contarles un cuento. El fraile alardea de que lo sabe todo sobre el infierno, y Dios sabe que no hay que maravillarse por ello, pues hay poco que escoger entre frailes y diablos. ¡Rediez! Creo que habréis escuchado con demasiada frecuencia la historia de aquel fraile que tuvo una visión de que su alma era arrebatada hacia el infierno; y cuando el ángel le llevó a mostrarle todos los tormentos, no vio un solo fraile en todo el lugar, aunque vio muchísima otra gente que lo pasaba muy mal. Por lo que el fraile le dijo al ángel:

—Decidme, señor: ¿acaso los frailes poseen tanta gracia que ninguno llega aquí?

—Al revés —dijo el ángel—. Hay millones de ellos. Y se lo llevó abajo a visitar a Satanás.

—Como ves, Satanás tiene un rabo mayor que la vela principal de una carraca —afirmó él.

—¡Eh, tu Satanás! Levanta tu rabo y muéstranos tu culo: deja ver al fraile dónde anidan los frailes en el infierno.

Al instante, como enjambre de abejas de una colmena, se dispersó un tropel de veinte mil frailes del culo del demonio y zumbaron por todo el infierno antes de regresar lo más rápido que pudieron, deslizándose cada uno de ellos en las profundidades del culo del demonio.

Cuando [todos estuvieron dentro] cerró con su rabo el orificio y se quedó quieto. Como el fraile había ya visto suficiente acerca de los tormentos que se dan en aquel lugar, Dios, en su infinita bondad, devolvió su alma al cuerpo y el fraile despertó. Sin embargo, incluso entonces tembló de terror, pues no se podía sacar de la cabeza cuál era el hogar natural de toda su tribu: las posaderas del demonio. Que Dios os proteja, salvo a este maldito fraile. Y así termino mi prólogo.

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