Prologo del bulero

Caballeros —empezó—. Cuando predico en las iglesias me esfuerzo en aparentar un porte majestuoso y ahuecar la voz como si fuese una campana. Me sé los sermones de memoria. Mi tema favorito ha sido —y es— siempre el mismo: La avaricia es la causa de todos los vicios [288] .

En primer lugar indico de dónde vengo y a continuación enseño todas mis credenciales. Para empezar, muestro las licencias del obispo para que ningún clérigo ose interrumpirme en mi cristiano trabajo. Las historias vienen después. Enseño bulas papales, y de cardenales, patriarcas y obispos. Acto seguido digo unas palabras en latín para razonar mi sermón y avivar la devoción. Expongo a continuación los relicarios rebosantes de huesos y trozos de tela —son reliquias, o al menos así se lo creen—. También tengo una paletilla de un patriarca judío, montada en latón, y comienzo:

—Buena gente —digo—, escuchad con atención. Si sumergís este hueso en un pozo, todas las vacas, terneras, ovejas o bueyes enfermos por haber ingerido gusanos o picados por serpientes que beban de sus aguas, quedarán curados al instante. Incluso más: todas las ovejas que beban de él quedarán indemnes de la viruela, escabro y de cualquier llaga. Pensad también esto: todo dueño de ganado que una vez por semana, antes de que cante el gallo, beba un trago del pozo en ayunas como el santo judío enseñó a nuestros antepasados, verá multiplicado y acrecentado sus bienes y ganado.

»También es un buen remedio contra los celos. Si aconteciese que alguien tuviera celos de su mujer, que utilice agua de ésta para el caldo. Nunca más desconfiará de su mujer, aunque sepa que los deslices son verdaderos, incluso si hubiese caído con dos o tres curas.

»Aquí tenéis un guante. Vedlo. Cualquiera que se lo ponga encontrará que sus cosechas de trigo o avena serán superabundantes. Con una condición: que dé una limosna de chelines o peniques. Pero, buena gente, debo advertiros de una cosa: cualquier persona aquí presente en esta iglesia que haya cometido algún pecado inconfesable; si alguna mujer, joven o vieja, ha puesto cuernos a su marido, entonces no tiene ni la facultad ni el favor de presentar ofrendas a mis reliquias. Pero todos los que estén libres de estas faltas pueden presentarse y efectuar las ofrendas en nombre de Dios. Los absolveré según la autoridad que me otorgan las bulas papales.

Esta treta me ha hecho ganar cien marcos anuales desde que empecé en este oficio de bulero. Me yergo en el púlpito como un cura. Los ignorantes toman asiento y entonces les predico lo que acabáis de escuchar y otras cien patrañas. Me esfuerzo en estirar el cuello y gesticular con la cabeza de un lado a otro al igual que paloma en el granero. Mis manos y lengua trabajan con tanta rapidez que da gusto verlas. Toda mi prédica versa sobre la avaricia y sus perniciosas consecuencias para que así me den limosnas abundantes. Mi único objetivo es el provecho económico. No me importa corregir el pecado. Me importa un bledo que, cuando se mueran, se condenen.

No hay duda, la mayoría de las predicaciones están fundadas en malas intenciones. Unas veces para agradar a la gente, adularla u obtener una promoción hipócrita; otras, a causa de la vanidad o malicia. Si no me atrevo a atacar a alguien por otros medios, entonces le zahiero con mi lengua viperina en un sermón. De este modo no podrá eludir la calumnia o la difamación por haberme ofendido a mí o a alguno de mis compañeros. Aunque no le mencione directamente, todos saben perfectamente quién es por mis indirectas y detalles. Así pago yo a la gente que nos molesta y escupo veneno con la apariencia de santidad, piedad y verdad.

Os contaré brevemente mi intención: sólo predico por dinero. Por este motivo mi lema ha sido y es: La raíz de todos los males esta en la avaricia. Así sé cómo predicar contra la avaricia, el vicio que mejor practico. Aunque caigo en este pecado, conozco el modo de convertir a los demás y hacer que se arrepientan de ella. Aunque no sea éste mi principal objetivo. Predico sólo por dinero. Creo que con esto ya basta.

Luego les cuento unas narraciones con moraleja, viejas y antiquísimas historias. A los necios les gustan; así es la clase de cuentos que pueden recordar y repetir. ¿Os creéis que si gano plata y oro con mis sermones voy a vivir en pobreza? ¡Mil veces, no! Nunca me pasó por el caletre tal cosa. Predicaré y mendigaré por los más distantes lugares. No me dedicaré al trabajo normal o fabricaré cestos para mantenerme. El mendigar da para vivir. No voy a imitar a los apóstoles. Tendré dinero, lana, queso y trigo, aunque me lo proporcione el muchachito o viuda más indigente del lugar, o aunque sus hijos se estén muriendo de hambre. No; beberé vino y tendré una amante en todas las ciudades.

Pero, señoras y caballeros, escuchad la conclusión: deseáis que os cuente un cuento. Ahora que he bebido un trago de cerveza fuerte, estoy preparado. Espero contaros algo que a la fuerza os va a gustar. Puedo ser todo lo vicioso que queráis. Sin embargo, soy también muy capaz de relataros algo moral y al estilo de lo que predico para sacar dinero.

¡Silencio! Ahí va mi cuento.

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