Prologo al cuento del erudito

Selvor erudito de Oxford —dijo nuestro anfitrión—. Vais haciendo camino en vuestra cabalgadura, mustio y callado como una chica recién casada cuando por primera vez se sienta a la mesa a comer. No os he oído una sola palabra de vuestra boca en todo el día. Supongo que estáis meditando sobre algún problema filosófico; pero, como bien dice Salomón [230] , hay un tiempo para cada cosa. Vamos, por favor, animaos. Éste no es tiempo para andar meditando. Mantened vuestra promesa y contadnos algún cuento agradable, pues todos los que hemos entrado en el juego tenemos que obedecer las reglas. Solamente que no queremos sermones ni que tratéis de hacernos llorar por nuestros pecados como acostumbra un fraile por cuaresma; y procurad también que vuestro relato no nos haga caer dormidos. Contadnos un estupendo cuento de aventuras y guardaos vuestras flores de retórica y vuestras figuras de dicción hasta que necesitéis el lenguaje de altos vuelos que la gente utiliza para escribir a los reyes y a otros de elevada alcurnia. Para esta ocasión os rogamos que habléis sencillamente para que podamos entender lo que decís.

—Anfitrión —repuso el buen erudito, de buen talante—, me hallo bajo vuestra vara de mando; de momento sois el que gobierna, por lo que me declaro perfectamente dispuesto a doblegarme a lo que ordenéis (dentro de lo razonable, claro está).

Os contaré un cuento que oí en Padua de un excelente erudito que era merecidamente respetado por todo lo que hacía y decía. Ahora está ya muerto y enterrado. Pido a Dios descanso para su alma.

Este erudito se llamaba Francisco Petrarca, el laureado poeta [231] , cuya dulce elocuencia iluminó a toda Italia de poesía; de idéntica forma que Lignano [232] lo hizo con la filosofia, el derecho y otras ramas especiales del saber. Pero la muerte, que no nos permitirá que vivamos en este mundo ni durante un abrir y cerrar de ojos, se los llevó a ambos; todos nosotros debemos morir.

Pero sigamos con lo que estaba diciendo de este hombre distinguido que me contó esta historia. Dejadme explicar que antes de escribir la parte principal del cuento, compuso un prólogo de estilo retórico, en el que daba una descripción del Piamonte y de la región alrededor de Saluzzo. También habló de los Apeninos, aquellas altas colinas que forman el límite de la Lombardía occidental y, en particular, del monte Viso [233] , en el que el río Po tiene su origen, empezando por un pequeño pozo y luego creciendo mientras fluye hacia el Este, en dirección a Emilia, Ferrara y Venecia. Todo esto será muy largo de dar en detalle, y realmente, en mi opinión, parece irrelevante excepto para introducir su relato. Pero aquí está su cuento, que podéis escuchar, si queréis.

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