Prologo al cuento del terrateniente

En su tiempo, el noble pueblo de los bretones [269] solía componer trovas de todo tipo de aventuras, versificadas en su primitiva lengua bretona. Y, o bien cantaban dichas baladas acompañadas de instrumentos musicales, o las leían para su propio solaz. Ahora mismo me acuerdo de una que tendré mucho gusto en relatársela lo mejor que pueda y sepa.

Pero, caballeros, debo advertiros que soy un individuo sencillo, por lo que debo pediros, antes de empezar, que me perdonéis por mi estilo casero. Ciertamente no he estudiado nunca el arte de la retórica, por lo que todo lo que diga será claro y simple.

Nunca he dormido en el monte Parnaso [270] ni he estudiado a Marco Tulio Cicerón. No sufráis error. Yo ignoro todos los trucos retóricos para dar colorido al lenguaje (los únicos colores que conozco son los que se ven en el campo, con los que la gente fabrica tintes o pinturas). Los colores de la retónca me son demasiado difíciles; mi corazón no tiene ninguna predilección para este tipo de cosas. Pero, si lo deseáis, oíd mi cuento.

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