(Elena , de riguroso luto, contempla la fotografía de su marido y suspira. Lucas le habla desde el umbral de la puerta.)
Lucas.—Señora, se está usted matando. No sea exagerada. Ha llegado la primavera, todo el mundo está alegre y se pasea por el campo y por el bosque. Sólo usted permanece encerrada en casa como en un convento. ¡Hace yo no sé el tiempo que no sale usted!
Elena.—¡Y no saldré ya nunca! ¿Para qué? Mi vida se ha acabado. El yace en la tumba, y yo voy a encerrarme entre las cuatro paredes de esta casa. Hemos muerto los dos.
Lucas.—¡No diga usted eso! Si el señor ha muerto, tal ha sido la voluntad de Dios. Harto ha llorado usted; no va a llorar toda la vida. Es usted joven, casi no ha empezado aún a vivir... Es un crimen matarse así. Ha olvidado usted a sus amigos, a sus vecinos; no recibe a nadie... Esta casa parece una cárcel. En la ciudad, desde hace poco, hay un regimiento... Muchos de los oficiales son jóvenes y guapos como querubines... Los oficiales dan bailes... Y usted, mientras tanto, tan joven, tan hermosa... La hermosura es un don del cielo y hay que aprovecharla... Pasarán los años, y cuando quiera usted gustarles a los señores oficiales, será ya demasiado tarde...
Elena. (Con violencia.)—¡Basta! ¡No vuelvas a hablarme de esas cosas! Desde la muerte de mi marido, la vida ha perdido para mí todo encanto. He jurado no quitarme el luto jamás y aislarme por completo del mundo. ¿Lo oyes? Su memoria será siempre sagrada para mí. Es verdad que a veces era injusto conmigo, hasta cruel...; que solía engañarme con otras; pero yo le seré fiel mientras viva. Desde el otro mundo verá que su esposa guarda celosamente el honor de su nombre...
Lucas.—No creo que desde tan lejos... Señora, permítame que se lo diga: todo eso son fantasías. En vez de llorar y suspirar, debía usted dar un paseíto. Voy a decir que enganchen a Tobi...
Elena.—¡Qué pena. Dios mío! (Llora.)
Lucas.—¡Señora! ¿Qué le pasa?
Elena.—¡Quería tanto a Tobi!... Era su caballo favorito. ¡Y qué bien lo guiaba! ¿Te acuerdas? ¡Pobrecito Tobi! Di que le aumenten el pienso.
(Se oye un fuerte campanillazo.)
Elena. (Estremeciéndose.)—¿Quién será? Ya sabes que no recibo a nadie.
Lucas.—Bien. (Sale.)
Elena. (Dirigiéndose a la fotografía.)—Verás, Nicolás, cómo sé amar... y perdonar. Mi amor no se apagará sino con mi vida, sino cuando mi corazón cese de latir. (Riendo al través de los lágrimas,) ¿No te da vergüenza, granuja? Yo me entierro entre cuatro paredes y te soy fiel, mientras que tú... me hacías traición, me dejabas sola semanas enteras... ¡Infame, infame!
Lucas. (Entrando, desasosegado.)—Señora, un caballero pregunta por usted... Insiste...
Elena.—¿Pero no te he dicho que no recibo a nadie?
Lucas.—No me hace caso. Dice que es para un negocio muy urgente.
Elena.—¡No re-ci-bo!
Lucas.—No es un hombre, es una fiera. Casi me ha pegado. Se ha metido en el comedor.
Elena.—¡Dios mío, qué mala crianza! Díle que pase. (Lucas sale.) ¿Qué querrá de mí? ¿Por qué turbará mi reposo? (Suspira.) No tengo más remedio que irme a un convento... (Pensativa.) Sí, a un convento....