El viajante de los jardines
lleva un herbario.
Con su tomo de olor, gira.
Por las noches vienen a sus ramas
las almas de los viejos pájaros.
Cantan en ese bosque comprimido
que requiere las fuentes del llanto.
Como las naricillas de los niños
aplastadas en el cristal opaco,
así las flores de este libro
sobre el cristal invisible de los años.
El viajante de jardines
abre el libro llorando
y los colores errabundos
se desmayan sobre el herbario.