La hora esfinge

En tu jardín se abren

las estrellas malditas.

Nacemos bajo tus cuernos

y morimos.

¡Hora fría!

Pones un techo de piedra

a las mariposas líricas

y, sentada en el azul,

cortas alas

y limitas.

Una… dos… y tres.

Sonó la hora en la selva.

El silencio

se llenó de burbujas

y un péndulo de oro

llevaba y traía

mi cara por el aire.

¡Sonó la hora en la selva!

Los relojes de bolsillo,

como bandadas de moscas

iban y venían.

En mi corazón sonaba

el reloj sobredorado

de mi abuelita.