EL OJO

Un día dijo el Ojo:

-Más allá de estos valles veo una montaña envuelta en azul velo de niebla. ¿No es hermosa?

El Oído oyó esto, y tras escuchar atentamente otro rato, dijo:

-Pero; ¿dónde está esa montaña? No la oigo... Luego, la Mano habló, y dijo:

-En vano trato de sentirla o tocarla; no encuentro ninguna montaña.

Y la Nariz dijo:

-No hay ninguna montaña por aquí; no la huelo.

Luego, el Ojo se volvió hacia el otro lado, y los demás sentidos empezaron a murmurar de la extraña alucinación del Ojo. Y decían entre sí: " ¡Algo debe de andar mal en el Ojo!"

LOS DOS ERUDITOS

Vivían en la antigua ciudad de Aflcar dos eruditos que odiaban y despreciaban cada uno el saber del otro: Porque uno de ellos negaba que los dioses existieran, y el otro era creyente.

Un día ambos se encontraron en el mercado, y en medio de sus partidarios empezaron a discutir acerca de la existencia o de la no existencia de los dioses. Y separáronse tras horas de acalorada disputa.

Aquella noche, el incrédulo fue al templo y se postró ante el altar, y pidió a los dioses que le perdonaran su antig ua impiedad.

Y a la misma hora, el otro erudito, el que había defendido la existencia de los dioses, quemó todos sus libros sagrados, pues se había convertido en incrédulo.

CUANDO NACIÓ MI TRISTEZA

Cuando nació mi Tristeza, le prodigué mil cuidados, y la vigilé con amorosa ternura.

Y mi Tristeza creció como todos los seres vivientes, fuerte y hermosa y llena de maravillosas gracias.

Y mi tristeza y yo nos amábamos, y amábamos al mundo que nos rodeaba. Pues mi Tristeza era de corazón bondadoso, y el mío ta mbién era amable cuando estaba lleno de Tristeza.

Y cuando hablábamos, mi Tristeza y yo, nuestros días eran alados y nuestras noches estaban engalanadas de sueños; porque mi Tristeza era elocuente, y mi lengua también era elocuente con la Tristeza.

Y cuando mi Tristeza y yo cantábamos juntos, nuestros vecinos sentábanse a la ventana a escucharnos; pues nuestros cantos eran profundos como el mar, y nuestras melodías estaban impregnadas de extraños recuerdos.

Y cuando caminábamos juntos, mi tristeza y yo, la gente nos miraba con amables ojos, y cuchicheaba con extremada dulzura. Y también había quien nos envidiara, pues mi Triste za era un ser noble, y yo me sentía orgulloso de mi Tristeza. Pero murió mi Tristeza, como todo ser viviente, y me quedé solo, con mis reflexiones.

Y ahora, cuando hablo, mis palabras suenan pesadas en mis oídos.

Y cuando canto, mis vecinos ya no escuchan mis canciones.

Y cuando camino solo por la calle, ya nadie me mira. Sólo en sueños oigo voces que dicen compadecidas: "Mirad: allí y ace el hombre al que se le murió su Tristeza".

Y CUANDO NACIÓ MI ALEGRÍA...

Y cuando nació mi Alegría, la alcé en brazos y subí con ella a la azotea de mi casa, a gritar:

- ¡Venid, vecinos!

¡Venid a ver! Porque hoy ha nacido mi Alegría: venid a contempla r este ser placentero que ríe bajo el sol.

Pero qué grande mi sorpresa porque ningún vecino mío acudió a contemplar mi Alegría.

Y todos los días, durante siete lunas, proclamé el advenimiento de mi Alegría desde la azotea de mi casa, pero nadie quiso escucharme. Y mi Alegría y yo estábamos solos, sin nadie que fuera a visitarnos.

Luego, mi Alegría palideció y enfermó de hastío, pues sólo yo gozaba de su hermosura, y sólo mis labios besaban sus labios.

Luego, mi Alegría murió, de soledad y aislamiento.

Y ahora sólo recuerdo a mi muerta Alegría al recordar a mi muerta Tristeza. Pero el recuerdo es una hoja de otoño que susurra un instante en el viento, y luego no vuelve a oírse más.

"EL MUNDO PERFECTO"

Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame: Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres.

Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos

pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.

Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y catalogados.

En este mundo, las noches y los días están convenientemente divididos en estaciones de conducta y están gobernados por normas de impecable exactitud.

Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.

Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.

Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el horizonte.

Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con cautela, destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.

Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera prefabricada, rendir culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.

Imaginar con un motivo determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.

Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme, se mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada una tiene su marca y su número.

Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del universo.

Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que no va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?

¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses...

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