EL REY SABIO

Había una vez, en la lejana ciudad de Wirani, un rey que gobernaba a sus súbditos con tanto poder como sabiduría. Y le temían por su poder, y lo amaban por su sabiduría.

Había también un el corazón de esa ciudad un pozo de agua fresca y cristalina, del que bebían todos los habitantes; incluso el rey y sus cortesanos, pues era el único pozo de la ciudad.

Una noche, cuando todo estaba en calma, una bruja entró en la ciudad y vertió siete gotas de un misterioso líquido en el pozo, al tiempo que decía:

-Desde este momento, quien beba de esta agua se volverá loco.

A la mañana siguiente, todos los habitantes del reino, excepto el rey y su gran chambelán, bebieron del pozo y enloquecieron, tal como había predicho la bruja.

Y aquel día, en las callejuelas y en el mercado, la gente no hacía sino cuchichear:

-El rey está loco. Nuestro rey y su gran chambelán perdieron la razón. No podemos permitir que nos gobierne un rey loco; debemos destronarlo.

Aquella noche, el rey ordenó que llenaran con agua del pozo una gran copa de oro. Y cuando se la llevaron, el soberano ávidamente bebió y pasó la copa a su gran chambelán, para que también bebiera.

Y hubo un gran regocijo en la lejana ciudad de Wirani, porque el rey y el gran chambelán habían recobrado la razón.

AMBICIÓN

Una vez sentáronse a la mesa de una taberna tres hombres. Uno de ellos era tejedor, el otro carpintero, y el tercero sepulturero.

-Hoy vendí una fina mortaja de lino en dos monedas de oro -dijo el tejedor-. Por tanto, bebamos todo el vino que nos plazca.

-Y yo -dijo el carpintero-, vendí mi mejor ataúd. Además del vino, que nos traigan un suculento asado.

-Yo sólo cavé una tumba -dijo el sepulturero -, pero mi amo me pagó el doble. Que nos traigan también pasteles de miel.

Y durante toda aquella noche hubo gran movimiento en la taberna, pues los tres amigos a menudo pedían más vino, carne y pasteles. Y estaban muy contentos.

Y el tabernero se frotaba las manos, sonriendo a su mujer, pues los huéspedes gastaban espléndidamente.

Al salir los tres amigos de la taberna la luna ya estaba en lo alto; iban caminando los tres felices cantando y gritando. El tabernero y su mujer parados a la puerta de la taberna, miraron complacidos a sus huéspedes.

- ¡Ah! - ¡qué caballeros tan generosos y alegres! -exclamó la mujer-. Ojalá que nos trajeran suerte y todos los días fueran así; nuestro hijo no tendría que trabajar de tabernero, ni tendría que afanarse tanto: podríamos darle una buena educación, para que fuera sacerdote.

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