CXI

Muerto Sesostris, continuaban, tomó el mando del reino su hijo Feron, el cual, sin haber emprendido ninguna militar expedición, tuvo la desgracia de cegar. Bajaba el Nilo con una de las mayores avenidas que por entonces acostumbraba, llegando su creciente a 18 codos, y arrojado además sobre los campos, por desgracia, a impulsos de un viento impetuoso, se encrespaba como el mar, y levantaba sus olas. Viéndolo el rey, dicen que enfurecido tomó su lanza con ímpetu temerario e impío y la arrojó en medio de las ondas remolinadas del río. Allí mismo, sin dilatársele el castigo, enfermó de los ojos y perdió la vista. Diez años hacía que vivía ciego el monarca, cuando de la ciudad de Butona le llegó un oráculo en que se le anunciaba el término de su pena y castigo, y que iba a recobrar la vista sólo con lavarse los ojos con la orina de una mujer tan continente, que sin comercio con ningún hombre extraño, sólo fuese conocida de su marido. Quiso empezar su tentativa con la de su propia mujer; pero no surtiendo efecto, siguió haciendo prueba en la de muchas otras, hasta que por fin recobró la vista. Mandó que todas las mujeres en cuya orina había probado remedio, excepto aquella que se lo había dado, fuesen conducidas a cierta ciudad que se llama al presente Eritrebelos, y allí todas quemadas de una vez; y no menos agradecido que severo, quiso tomar por esposa aquella a quien debía el recobro de la vista. Entre otras muchas dádivas que, libre de su ceguera, consagró en los templos de más fama y consideración, merecen atención particular los monumentos, dignos en verdad de verse, que erigió en el templo del Sol, y son dos obeliscos de mármol, cada uno de una sola pieza y de cien codos de alto y ocho de grueso.

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