He aquí en verdad lo que me referían los sacerdotes acerca de Helena cuando yo les pedía informes. Al volver a su patria Alejandro en compañía de Helena, a quien había robado en Esparta, unos vientos contrarios lo arrojaron desde el mar Egeo al Egipto, en cuyas costas, no mitigándose la tempestad, se vio obligado a tomar tierra y aportar a las Taríqueas, situadas en la boca del Nilo que llaman Canóbica. Había a la sazón en dicha playa, y lo hay todavía, un templo, dedicado a Hércules, asilo tan privilegiado al mismo tiempo que el esclavo que en él se refugiaba, de cualquier dueño fuese, no podía ser por nadie sacado de allí, siempre que dándose por siervo de aquel dios se dejase marcar con sus armas o sello sagrado, ley que desde el principio hasta el día se ha mantenido siempre en todo su vigor. Informados, pues, los criados de Alejandro del asilo y privilegios del templo, se acogieron a aquel sagrado con ánimo de dañar a su señor, y le acusaron refiriendo circunstanciadamente cuanto había pasado en el rapto de Helena y en el atentado contra Menelao; deposición criminal que hicieron no sólo en presencia de los sacerdotes de aquel templo, sino también de Tonis, gobernador de aquel puerto y desembocadura.