CXVI

Así me referían los sacerdotes la llegada de Helena a la corte de Proteo, de la cual no pienso que dejase de tener noticia el poeta Homero; pero como la verdad de esta narración no sea tan apta y grandiosa para la belleza y majestad de su epopeya como la fábula de que se sirvió, omitióla a mi entender con tal motivo, contentándose con manifestar que bien conocida la tenía, como no cabe en ello la menor duda. El poeta presenta en la Ilíada a Alejandro, perdido el rumbo, llevando de un país a otro su Helena, y aportando después de varios rodeos a Sidon, ciudad de Fenicia, lo que no contradijo en ninguno de sustos. De lo dicho hace mención Homero en la Aristía de Diomedes con los siguientes versos: —«Había allí mantos bordados, dignos de maravilla, obra mujeril de sidonia mano, los que con su noble Helena trajo de Sidon por el ancho ponto Páris el de rostro divino.» Y de esto mismo con otros versos habla Homero en la Odisea: —«Tales, tan útiles y tan salubres medicinas poseyó la hija de Júpiter, las que le fueron dadas por la reina egipcia Potidamna, esposa de Ton, de allí donde el suelo feraz las brota en gran copia: al beberlas, unas dan la salud, y otras la muerte.» Hablando con Telémaco, Menelao profiere asimismo, estos versos: —«Allá en Egipto, con ansia grande de mi vuelta, me detenían Dios y mi mezquina Hecatombe.» En estos pasajes Homero da muy bien a entender que sabía las navegaciones de Alejandro y su arribo al Egipto, con el cual confina la Siria, país de los fenicios, a quienes pertenece la ciudad de Sidon.

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